Las gotas atraviesan el cielo bogotano, descienden como pequeñas sombras al trasluz de los reflectores, aterrizan en la grama del estadio Nemesio Camacho “El Campín”, y forman débiles ondas expansivas al caer en los charcos ubicados tras la portería norte. Lucen tímidas en comparación a los goterones que cayeron durante el partido que Korea del Sur le ganó 2 a 0 a Mali, e inofensivas, si se comparan con la granizada que tapo los desagües y obligó a que el cuerpo de bomberos ayudara a drenar el agua de la cancha.
Mi reloj marca las ocho y cuarenta de la noche. Casi una hora después a la prevista para el inicio del partido. Ajustó la capucha del plástico que me protege y meto las manos en los bolsillos de la chaqueta. La incomodidad de tener los zapatos mojados intensifica el frío. Me distraigo viendo a hombres con chaquetas de la FIFA poner el terreno a punto. Clavan sus instrumentos de forma metódica en la grama y retiñen las líneas blancas que delimitan las áreas. Uno de los jueces se cerciora que la malla de hilo grueso esté bien tensada y se sujete a la portería.
—El estadio quedó muy bien, ¿no te parece? —le pregunto a “El Cuca” Aceros.
—Quedó lindo para hacer un mundial de mayores. Si no fuera por las barras bravas, también sería un lindo escenario para el campeonato profesional colombiano —dice arreglando las puntas del plástico sobre sus piernas—. En mi época el público le lanzaba serpentinas al equipo contrario, hoy en día les tiran monedas y pilas. Todas esas malas mañas las hemos aprendido del fútbol argentino.
Los palcos y las modernas cabinas de prensa ubicadas en la parte superior de la tribuna occidental, los asientos de plástico alineados en cada sector —sin las mallas de contención que dividen a las tribunas y las separan del terreno de juego—, el color verde claro del pasto y las vallas que publicitan productos internacionales, hacen que el estadio remodelado luzca como un escenario europeo. Es bien diferente al que conocí esa tarde en la que a los ocho años, mi papá me trajo en compañía de mi tío Omar y el primo Oscar, a un clásico entre Millonarios y Santa Fe. Recuerdo la fascinación que sentí al ver a los equipos saltar al terreno de juego, escuchar el eco de las tribunas cada vez que había una opción de gol, y la forma en que el júbilo estallaba en los goles de Millonarios. Papá se abrazaba con Oscar y con Omar. Mi tío me levantaba en sus brazos y me elevaba sobre su cabeza en señal de triunfo.
Bajo los ojos y pienso en el fallecimiento reciente de papá. En cómo se lo llevó la fibrosis pulmonar en menos de seis meses y los planes que teníamos de venir a ver el mundial. Siempre anhelé ir a un mundial de fútbol con él, aunque el destino nunca nos lo permitió. Levanto los ojos y le doy un par de palmadas en la espalda a mi tío.
—Menos mal escampó —me dice.
Nos quitamos los plásticos y le pido a Gerardo Carrero, un amigo suyo, que nos tome una foto. “El Cuca”, el tío y yo sonreímos frente al lente.
A medida en que la gente cierra sus sombrillas las tribunas se llenan del color amarillo que generan los hinchas que lucen la nueva camiseta Adidas de la selección. Las caras pintadas de algunos, los sombreros ´vueltiaos´, los gorros de arlequines con el tricolor nacional y la buena energía, calienta el ambiente del primer juego de la selección en el mundial juvenil Colombia 2011.
—¿Cuál es tu pronóstico? —le pregunto a “El Cuca”.
—Un empate.
—Así como en la final del campeonato de “Esperanzas de Toulon” en el que quedaron 1 a 1.
—Los franceses se pueden caer un poco al final por la altura. Si Colombia hace un gol de entrada los podría matar porque jugaría con el resultado.
“El Cóndor”, sentado a escasos puestos de nosotros, luce la cara pintada de amarillo, azul y rojo, y el pelo sujeto en triangulo sobre su cabeza. Toma su enorme bandera con el escudo nacional y la blande. Las “vuvuzelas” resuenan por todos lados. Forman un sonido continuo que se vuelve ensordecedor. La gente vitorea, blande las banderas y lanza serpentinas con la salida de Colombia. Los dos equipos caminan en fila y forman a un lado y otro de los árbitros, de cara a la tribuna occidental. Colombia luce su uniforme tradicional de camiseta amarilla, pantaloneta azul y medias rojas. Francia está de blanco, con una camiseta de números rojos y finas líneas azules.
El comentarista introduce el himno de Francia y los acordes de la Marsellesa salen de los parlantes. “Allons enfants de la patrie / Le jour de glorie est arrive / Contre nous de la tyrannie / L´etendard sanglant est leve…”. Mi tío lo entona con el corazón y sus ojos se ponen llorosos. Gerardo lo mira con extrañeza.
—Vive la France —grita al final del himno—. Yo estudié un postgrado en Planeación Económica Rural en el Instituto Agronómico Mediterráneo en Montpelier. A Ana María, mi ex-esposa italiana, le molestaba que a mí me gustara tanto Francia —le aclara a Gerardo.
Suena el himno nacional y lo cantamos: “!Oh gloria inmarcesible! / ¡Oh jubilo inmortal! / ¡En surcos de dolores / El bien germina allá! / ¡Ceso la horrible noche! La libertad sublime / Derrama las auroras de su invencible luz…”. Papá estaría feliz aquí con nosotros, él era un patriota, un hombre que lucho toda su vida por tener un mejor país.
Entonamos las últimas notas y los hinchas tocan sus “vuvuzelas”. Los equipos posan para la foto y los jugadores corren a ocupar sus posiciones en el terreno de juego.
—¡Colombia! ¡Colombia! ¡Colombia! —grita el estadio entero.
—Es un espectáculo maravilloso —dice “El Cuca” de cara al centro del terreno—. Lástima todos los dramas que tenemos aquí. Parecemos caníbales que nos matamos entre nosotros mismos.
El árbitro pita el inicio del juego y la tribuna estalla de júbilo. Francia intenta un ataque. Colombia roba la bola y se la pasa a Michael Ortega, el mediocampista saca un tiro sorpresivo desde fuera del área. El balón dibuja una parábola y golpea el horizontal del arco sur defendido por Jonathan Ligali. El estadio se estremece. Veo la repetición en la pantalla. El reloj marca un minuto y cuarenta segundos de juego.
—Olé, olé, olé, olá; mi Colombia va a ganar —cantan las tribunas.
—Valió la pena la lavada —dice el tío.
—¡Colombia! ¡Colombia! ¡Colombia!
Los primeros minutos son de claro dominio colombiano. Toca bien la bola y es incisiva en el ataque.
—Entró muy animada con el aliento del público. El público ayuda mucho en la motivación de los jugadores. Así estén cansados su apoyo les levanta la moral —comenta “El Cuca”—. El tiro en el palo demuestra que salieron con brío, como los toros al principio de una corrida. Ese brío hay que mantenerlo.
—Y materializarlo —añado.
Santiago Arias corta un avance de Francia y le pasa la bola a Ortega. Este la rota hacia James Rodríguez.
—Mira cómo rueda el balón en la grama —dice “El Cuca” siguiendo un pase que James le hace al “Trencito” Valencia—. Parece una mesa de billar.
Francia roba un balón, teje una jugada con pases cortos y el estadio los chifla. Gael Kakuta se perfila por el costado derecho, recibe un pase y hace un tiro templado que Cristian Bonilla saca al tiro de esquina. El equipo galo cobra rápido, un jugador francés se la pasa a Gilles Sunu y el delantero saca un tiro sorpresivo que va al ángulo derecho. Bonilla se lanza con el cuerpo extendido en el aire, estira su brazo y la alcanza a golpear con el puño. La saca al tiro de esquina.
—¡Vamos Colombia, carajo! —exclama un hincha a grito herido.
—Qué tirazo —dice el tío.
—Iba para adentro —respondo.
—Fue una tapada buenísima —añade “El Cuca”—. Fíjate que Francia ya nivelo el partido y empieza a sentirse más cómoda en el terreno de juego.
Colombia rechaza el tiro de esquina y Francia vuelve a ganarla en la mitad del terreno. Copa los espacios, hace pases certeros y lanza un pase al vacío que sorprende a la defensa colombiana. Pedro Franco juega la bola en el área y termina despejándola de forma errática.
—Es peligroso jugarla ahí —le digo a “El Cuca”.
—Esa jugada no me gustó —responde.
Francia muestra un buen trato del balón, juega con paredes rápidas y rompe la defensa colombiana. Expone el juego “pícaro” y de buen manejo de balón que ha hecho famosa a su selección de mayores en los mundiales.
—Tiene ese fútbol latino que la caracteriza —le digo a “El Cuca”.
—Son muy técnicos, paran bien el balón y lo pasan con precisión.
—Y sus jugadores manejan las dos piernas. Mi papá insistía en que un jugador que no maneje las dos piernas es limitado.
El partido se nivela en la mitad del terreno aunque es evidente que Francia tiene ahora la iniciativa. Héctor Quiñones y Juan David Cabezas intentan bloquear los avances que Gueida Fofana, Francis Coquelin, Antoine Griezmann y Kakuta hacen con pases cortos que desequilibran a la contención de Colombia.
—Ese mono arma muy bien las jugadas —dice “El Cuca” con los ojos puestos en Griezmann—. Fíjate que Francia le cogió el hilo al partido.
—Sí, cambió la tendencia.
Siguen acercándose al arco colombiano de forma peligrosa. Hacen paredes y driblan a los defensas con habilidad. Santiago Arias recupera el balón por el constado derecho, el delantero francés le comete una falta y el estadio entero lo chifla.
—Este partido es duro. Con razón Francia es el campeón europeo.
—Claro, ellos vienen a ganar el campeonato —responde “El Cuca”.
Colombia nivela las acciones. Quiñones se la pasa a Ortega, Ortega se la da a James y este envía un pase al vacío que el “Trencito” remata con un tiro seco. Ligali lo detiene con dificultad. Francia riposta con un tiro desde afuera del área que pasa lamiendo el vertical derecho de Bonilla.
—Qué partidazo —comenta el tío.
—Ya se tomaron confianza ambos equipos. Los dos están para pasar a la segunda ronda —dice “El Cuca”.
Francia roba la bola en la mitad. Fofana se la da a Griezmann, este a Sunu y el delantero francés saca un riflazo pegado al palo izquierdo. Bonilla se lanza en una voladora. La alcanza a tocar con la mano extendida. La bola sigue de largo y lo vence. El estadio se silencia. Un momento después los hinchas vuelven a vitorear al equipo. Las “vuvuzelas” producen su sonido prolongado y ondean las banderas. La pantalla pasa la repetición y vemos de nuevo cómo se anida la bola entre las piolas. El reloj marca el minuto diecinueve.
—¡Colombia! ¡Colombia! ¡Colombia! —gritan las tribunas—. ¡Sí se puede! ¡Sí se puede! ¡Sí se puede!
“El Condor” agita su bandera y el público se anima. Colombia saca de la mitad y se lanza al ataque. Francia controla la embestida. El partido se juega en la mitad del terreno y Colombia empieza a jugar hacia los lados.
—Ese juego “maturanezco” no me gusta —dice el tío.
—Sí, carece de profundidad.
Colombia vuelve a perder una bola en la mitad del terreno y genera un nuevo ataque de Francia que termina en las manos de Bonilla.
—Los muchachos se pusieron nerviosos —comenta “El Cuca”.
—Colombia está perdido de la mitad hacia adelante —dice un tipo atrás de nosotros.
Francia sigue tocándola bien en la mitad de la cancha, abre espacios y vuelve a llegar de forma peligrosa. Los hinchas empiezan a salirse de la ropa, mordisquean sus uñas y se rascan la cabeza. Uno de ellos le hace pistola a un jugador francés que viene a cobrar el tiro de esquina.
—Los partidos son de altibajos —comenta “El Cuca”.
—Papá diría que a Colombia le está faltando bisturí. No penetra.
Bonilla atrapa el centro y saca sin perder tiempo. Estoy escribiendo en mi libreta y escucho los gritos de la gente en las tribunas:
—¡Penalti! ¡Penalti!
El hincha de la pistola aprieta el puño y lo blande sobre su cabeza. Levanto los ojos hacia la pantalla y me acuerdo que la FIFA prohíbe repetir las jugadas que muestren las decisiones arbitrales. James acomoda el balón en el punto penal, da unos pasos hacia atrás, toma impulso y espera el pitazo del árbitro, animado por el ruido de las “vuvuzelas”. Corre con pasos medidos, ataca el balón y lanza un zurdazo templado que descoloca a Ligali. La bola busca el palo derecho y entra a media altura. La tribuna estalla de júbilo. Me abrazo con mi tío, abrazamos a “El Cuca” y tomo algunas fotos de los hinchas agitando las banderas. Vemos a James besando la camiseta en la repetición. “El Trencito” y Luis Fernando Muriel lo buscan para felicitarlo.
—¿Ahora cómo debe plantearse el partido?
—Colombia vuelve a levantar el ánimo y toma un nuevo aire —responde “El Cuca”.
El equipo empieza a tocar la bola con mayor libertad, hace pases claros y juega hacia delante de forma incisiva.
—Ese es el fútbol que nos gusta, para adelante —le digo a mi tío—. ¿Cómo te parecería tener al viejito aquí?
Omar arruga la cara y se lamenta. —Qué vacío el que dejó… un hueco enorme.
—Estaría feliz con nosotros.
—Ya le habría buscado pelea a alguien —añade.
Ortega hace un pase de profundidad por la derecha y el “Trencito” pica formando una diagonal. Saca un tiro fortísimo que pasa lamiendo el vertical derecho de Ligali. Francia llega con otra jugada de riesgo que pasa besando el palo y Colombia riposta con un ataque que un defensa alcanza a lanzar al tiro de esquina. El arquero la controla y saca largo para contragolpear. El partido es abierto y se juega con un ritmo frenético. Los espectadores siguen las jugadas con atención. Francia vuelve a llegar. Arias corta el avance y la toca hacia el medio de forma apresurada. Muriel le alcanza a llegar y un jugador francés le comete faul.
—Colombia está ansiosa y debe tener un poco más de pausa —comenta “El Cuca”.
Moreno saca hacia adelante, “El Trencito” hace una gambeta y lanza un centro que controla con dificultad el arquero. Francia sale jugando. Toca el balón en el medio del campo y teje una jugada hasta el sector derecho. Coquelin hace una gambeta frente a nosotros y se la pasa a Kakuta. El siete de Francia pisa la bola, hace un amague y vuelve a pisarla, levanta la cabeza y espera a que lo ataque Murillo. Arrastra el balón con la parte interior del guayo, se corre por la franja derecha y saca un centro templado que sobra al arquero de Colombia.
—En El Tiempo salió un artículo en el que hablan de él. Lo llaman “El Zidane Negro”. Juega en el Chelsea de Inglaterra.
—Es un poco picado. Si fuera más serio podría ser aún mejor jugador —comenta “El Cuca”.
—¿Tío, dónde estará “El Cole”?
—Debe estar en Barranquilla.
—Pero si él siempre acompaña a la selección.
Delgadas gotas caen del cielo y vuelven a formar sombras al trasluz de los reflectores. “El Trencito” recibe un pase al vacío que lo deja frente al arquero y dispara con pie derecho. Ligali alcanza a cerrarle el ángulo y retiene la bola con sus guantes. El árbitro pita y señala la mitad del campo, los jugadores se relajan y la gente se para de sus asientos.
—Hubiera sido buenísimo irnos al descanso ganando.
—Ha sido un partidazo, ¿no? —dice mi tío—. El viejo estaría feliz.
—Siempre quise ir a un mundial con él y nunca pude hacerlo.
—Bueno, pero ahora estás viendo este conmigo. —Me empuja el brazo con su codo.
—Estuvimos en Coveñas y lanzamos sus cenizas al mar.
Omar abre los ojos. —Eso era lo que él quería.
—Sí, cumplimos su última voluntad. Fue un momento muy emotivo. Alquilamos una lancha y fuimos hasta la mitad del golfo de Morrosquillo. Entre Daniel, mi mamá y yo, lanzamos puñados de sus cenizas al mar —Pliego los labios—. Volvió a la naturaleza. Ahora lo veremos en el atardecer, en el reflejo de la luna sobre el agua y en cada ola del mar que llega a la playa.
La mascota del mundial sale al terreno de juego, saluda a las tribunas y la gente le toma fotos. La ola empieza a darle la vuelta al estadio. Los hinchas golpean el piso con los zapatos a medida en que se acerca. Las personas se levantan de sus asientos con los brazos a lo alto y la tribuna tiembla cuando pasa por nuestro sector. La ola le da varias vueltas al estadio. Ponen un reggaetón en el que la cantante repite una y otra vez que está “cachonda” y alguna gente baila en sus puestos. Unas jóvenes con la camiseta de la selección y los jeans apretados, se abrazan y posan para la foto.
—Cómo somos de buenos los colombianos para `mamar gallo´ —comenta “El Cuca”—. Pero si nos dicen que tenemos que levantarnos a las cinco de la mañana a entrenar, no nos gusta. La única forma para tener éxito en el fútbol es a punta de trabajo, sacrificio y querer el éxito con el corazón —añade llevando la mano a su pecho.
—Claro tiene que venir de la entraña—asiento—. Es un sentimiento orgánico, un anhelo profundo que uno desea más que nada en la vida. A ti te tocó luchar contra los preconceptos de tu papá cuando eras chico. Te llamaba vago porque te dedicabas al fútbol. Y tú lo querías con tanta fuerza que lograste imponerte. No solo llegaste a jugar un mundial, sino que metiste un gol en el famoso 4 a 4 que Colombia le empató a Rusia. Eso que dices del trabajo fuerte y el sacrificio aplica para todo. Yo lo uso para mi escritura. Mientras la gente está de rumba yo estoy en frente de mi computador escribiendo.
—Es la única forma. Eso es lo que yo trato de inculcarles a los niños de siete a trece años que entrenamos en Bucaramanga.
—Mí papá me lo enseñó a mí. Me levantaba a las cuatro de la mañana para salir a trotar. Me entrenaba todas las tardes para fortalecerme y mejorar mi fundamentación. Logró convertirme en un goleador, pero lo más importante que hizo fue demostrarme que uno puede ser todo lo que quiera en la vida si está dispuesto a trabajar por ello y hacer el sacrificio, así como tú dices. —Los árbitros vuelven a salir y apagan la música—. Ha sido un lindo espectáculo, ¿no?
—Claro, ha sido un homenaje a nosotros mismos —responde “El Cuca”—. Y el comportamiento del público ha sido excelente.
—¿Cuál gol marcaste en ese histórico 4 a 4?
—El primero. Rusia empezó ganando 3 a 0 en los primeros veinte minutos. Luego yo metí el gol y Rusia metió otro. En el segundo tiempo llegó el gol olímpico de Marcos Coll. Rusia se desconcentró y les metimos los otros dos.
—¿Y Lev Yashin, “La Araña Negra”, él qué cara ponía? Es considerado como el mejor portero de la historia del fútbol.
—Les gritaba y les manoteaba a sus compañeros. Yo no entendía una palabra de ruso pero podía ver que estaba muy furioso.
Francia sale a la cancha. Poco después lo hace Colombia y los hinchas soplan las “vuvuzelas”.
—¿Qué se plantea para el segundo tiempo?
—Colombia va entrar igual que al inicio del primer tiempo: con mucho brío.
El árbitro da inicio al partido. Colombia entra con ánimos y ataca a Francia de forma incisiva. Se le ve bien parado en la cancha, toca la bola hacia delante. Juan David Cabezas hace un pase de pierna derecha, Ortega saca un taco sorpresivo que Muriel corretea al borde del área, engancha el balón con pierna derecha —el defensa francés pasa de largo—, le da un pequeño toque para cuadrarla, hamaquea su cuerpo y le da un derechazo seco a la mano derecha de Ligalí. El arqueo la ve pasar y la bola se clava en las piolas de su arco.
—¡Goooooolllllllllll! ¡Goooooolllllllllll! ¡Goooooolllllllllll!
La tribuna enloquece, saltamos y nos abrazamos. Las “vuvuzelas” resuenan por las tribunas mientras los muchachos celebran el gol en la banda de occidental con un bailadito. La gente luce feliz. Festejan el tanto levantando los brazos, se toman fotos, agitan las banderas y miran la repetición en la pantalla.
—Fue un golazo —dice “El Cuca”.
—Sí le quebró la cintura al defensa.
Francia reanuda el partido. Sus jugadores hacen el esfuerzo de correr aunque se ve que les cuesta seguir el ritmo del equipo colombiano. Quiñones roba un balón, se lo pasa a James y Colombia llega de nuevo con peligro.
—Qué partidazo —comenta el tío.
Francia nos ataca por el centro y Murillo derriba a Timothee Kolodziejczak. “El Zidane Negro” pide la bola, da unos pasos para atrás, toma impulso y manda un tiro chanfleado. Bonilla se lanza por el aire y la tapa. Francia vuelve a tomar la iniciativa y llega con peligro en otro par de ocasiones.
—Nos están llegando.
—En este momento es normal que ataque Francia —responde “El Cuca”. —Colombia debe seguir igual. Intentar defenderse en terreno francés y ahogar a sus jugadores en el medio campo.
—¡Colombia! ¡Colombia! ¡Colombia!
—Tenemos que meter otro gol para asegurar el partido —le digo al tío.
Colombia pierde una bola en el medio campo y Francia mete un pase de profundidad. Bakambú queda mano a mano con Bonilla y le perdona la vida.
—Muchos partidos de fútbol se pierden por hacer malos pases y regalar las bolas en la mitad del campo.
—Hay goles que se dan por errores tuyos, en vez de virtudes del adversario —responde “El Cuca”.
Francia sigue jugando a la ofensiva. Sunu saca a Franco y lanza un tiro que sale desviado. Bonilla sale jugando con su defensa. Colombia la toca bien. Hace pases certeros y rota el balón a un toque.
—Hay momentos en que Colombia afloja y otros en los que se pone muy brillante —comenta “El Cuca”.
Moreno se la pasa a Ortega, Colombia ataca en bloque y teje una jugada por el costado derecho. Francia rechaza y termina en saque de banda. Murillo saca hacia adelante. James se quita la marca, para el balón de pierna izquierda, se voltea y sin perder tiempo lanza un zurdazo ante el asedio del defensa. La bola sale templada y pica un par de veces frente Ligali. Los dos centrales de Francia parecen embrujados con el cruce. Santiago Arias llega desde atrás como un fantasma y la impacta de pierna derecha. El remate toma a contrapié al arquero francés y entra a su portería ceñido al palo derecho.
Saltamos una vez más. Saco la cámara y les tomo la foto a los jugadores que vienen a celebrar frente a nuestra tribuna. Ortega se abraza con Arias y Franco les salta encima. James se une a la celebración y Muriel levanta los brazos en torno a nosotros. “El Cóndor” ondea su bandera con entusiasmo. La gente está feliz. Toman fotos y sonríen.
—¡Olé, olé, olé, olé, Colombia, Colombia! ¡Olé, olé, olé, olé, Colombia, Colombia! —canta la tribuna.
Francia saca una vez más. Su ataque muere en la defensa Colombiana. El equipo sube la bola con pases rápidos y se acerca de nuevo al terreno francés. Uno de los defensas corta el ataque y le pasa el balón al medio campo. Quiñones se anticipa al mediocampista y recupera una bola que le queda a Ortega. El jugador colombiano levanta la mirada y entiende el guiño de Muriel. El delantero espera un instante para salirse del fuera de lugar, pica entre los dos defensas en busca del pase al vacío, se perfila de pierna surda y saca un latigazo que se adelanta a la tijereta deslizante del central. Ligali vuela de forma infructuosa y una vez más ve a la bola anidarse en su portería.
—¡Qué golazo! ¡Maldita sea! ¡Qué golazo!
Me abrazo con mi tío y con “El Cuca”, saco la cámara y tomamos una foto de los tres en la que salimos sonrientes. Las tribunas celebran la goleada a rabiar. Los hinchas gritan y blanden camisetas y pañuelos sobre sus cabezas. El fervor se calma un poco y vemos la reanudación del partido.
—La verdad es que no esperaba el cuarto gol tan rápido —dice el tío.
—Es un triunfo histórico —respondo.
—Vamo´ a ve´ —dice con acento costeño—, así como diría tu papá. Acuérdate del 4 a 4, ¿sí o no, Cuca? Los partidos no se ganan sino hasta el último segundo.
“El Cuca” asiente con la cabeza. —Si Francia mete un gol se pone difícil el partido. Aún faltan veinticinco minutos. Eso es mucho tiempo —dice en dirección a la pantalla.
La gente empieza a hacer la ola en la tribuna y vuelve a golpear el piso de concreto con los pies a medida en que se acerca. Le da varias vueltas al estadio. Colombia controla el medio campo con sobrades, cambia de ritmos y vuelve a llegar con peligrosidad.
—Me huele a 5 a 1 —dice el tío.
—Vamo´ a ve´ —respondo.
Colombia sigue tocando con pases ciertos. La gente canta el “ole” en las tribunas. Hubiera sido maravilloso ver esto con papá. Él hubiera gozado mucho con el triunfo. A él le encantaba este equipo juvenil. Decía que tenía talento y que el fútbol colombiano sería de los mejores del mundo si los dirigentes lo manejaran bien.
Colombia sigue atacando. Los jugadores de Francia se ven cabizbajos. Algunos tienen los brazos en jarra y su moral parece estar por el piso. “El Trencito” recibe otro pase al vacío por el sector izquierdo, entra al área, para el balón con pierna surda. Ante el asedio del defensa lo arrastra con la parte externa del guayo y en el mismo movimiento lo engancha con la parte interna como si su botín estuviera cargado de magia. Al defensa francés no le queda otra opción que derribarlo y el árbitro señala el punto penal.
—¿Viste esa jugada? —Le digo a mi tío—. Eso es de fútbol fantástico.
—Sí, fue increíble.
James vuelve a pararse frente al balón. Da unos pasos hacia atrás y espera el pitazo del árbitro. Las “vuvuzelas” acompañan sus pasos hacia adelante, se perfila de pierna derecha y patea. La bola sale al costado izquierdo de Ligali. El arquero Francés adivina el costado y atrapa la bola.
—¡Lo botó!
—Lo botó porque ya hay mucha emoción en el ambiente —añade “El Cuca”.
El cuarto árbitro levanta el tablero digital anunciando la salida de Arias y la gente lo aplaude. Díaz entra en su remplazo.
—Nosotros en Bucaramanga teníamos un equipo de viejos llamado: “Hebillas, botones… & maricaditas” —dice el Cuca con una sonrisa—. Yo todavía juego fútbol a los setenta y tres años.
—¡Qué valiente! Hay gente que “cuelga los guayos” a los treinta. ¿Y así se llamaba el equipo?
—El patrocinador de las camisetas tenía un almacén que se llamaba “Hebillas y botones” entonces el equipo terminó llamándose así: “Hebillas, botones… & maricaditas”. Hay que tener bolas de buey para ponerse una camiseta de esas.
Francia luce descontrolado y parece no reponerse del golpe.
—Lástima que no entrara el penalti —dice el hombre atrás de nosotros—. Yo estaría feliz con el 5 a 1.
—Mejor que no haya entrado —le responde el amigo—. Después los jugadores colombianos se creen los mejores del mundo y los sacan en la siguiente ronda.
Colombia la toca en la mitad del terreno. Juega bien, abre la cancha con pases certeros y rota el balón con suficiencia. Parecen jugar de memoria, exponiendo un fútbol elegante que tiene destellos maravillosos.
—Cuando uno va ganando le salen todas. Cuando va perdiendo no le sale ninguna —comenta “El Cuca”—. Los franceses lucen parados, pero tienen buen equipo.
—¡Se los culeó la altura, franceses hijueputas! —les grita el tipo que les había hecho pistola.
—Es el primer putazo que oigo —dice el tío.
—¡Colombia! ¡Colombia! ¡Colombia!
El partido entra en un trámite lento. Colombia le esconde la bola a Francia, la rota de un lado a otro y lanza ataques sorpresivos cambiando de ritmo.
Muriel sale y la gente lo aplaude. Entra Zapata.
—¿Cuánto tiempo falta? —pregunta “El Cuca” de cara a la pantalla.
—Cuatro minutos.
—Vámonos para evitar la chichonera. Ya no hay nada en juego.
—¿Qué pasó con “El Cole” —le pregunto a “El Cóndor” de salida.
—A ese ya le echamos tierrita —responde con los ojos brotados.
Bajamos por la tribuna junto algunas otras personas que se van antes de tiempo. Un joven se abraza con su novia y camina hacia la salida. La gente está feliz, soplan sus “vuvuzelas”, sonríen y lucen con caras radiantes. Echó el último vistazo a las jugadas, tomamos las escaleras y salimos a la calle.
—¿Cómo te pareció el partido, Cuca?
—Excelente. Fue un 4 a 1 justo.
—Tú dijiste que a Francia le iba a afectar la altura.
—Ese equipo juega bien. Si el partido se hubiera jugado en Cali o en Medellín hubiera sido otra cosa. Pero hay que disfrutarlo. Colombia está hoy de fiesta.
Me da mucha tristeza no haber podido vivir esto con mi papá, pero mucha alegría haberlo vivido con mi tío. El sonido continuo de las “vuvuzelas” aún se escucha a cuatro cuadras de distancia. Oímos el eco de una celebración y sabemos que acabó el partido. La noche bogotana sigue fría. La humedad flota en el ambiente y las calles están llenas de charcos. El cielo luce despejado y la luna alumbra a lo lejos. Es una linda noche. Ha sido un triunfo fantástico. Papá no camina a mi lado pero está en el horizonte, el soplido del viento, las nubes y la lluvia.
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