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Parqueo en la calle cuarta con Wyoming al norte de Filadelfia y salgo al frío que aún muestra sus dientes. Camino al establecimiento dispuesto como puesto de votación, una casa de fachada azul con una barra en su interior y saludo a Adriana Aristizabal, la agregada cultural del consulado de Colombia en Nueva York. Termina de montar los cubículos de cartón y me toma el juramento.

– ¡Sí, juro! -, respondo levantando la mano derecha a la altura de mi pecho. – No es la primera vez que tomo el juramento por la patria, en 1992 juré bandera en el Ejército Nacional Colombiano.

Adriana me asigna en la mesa uno en compañía de Margarita Martínez y Paola Roco.

Julio Largo llega al establecimiento con una bolsa llena de pandebonos y los ofrece a los jurados que se alistan en las dos mesas. – La gente se va a demorar en venir por el cambio a la hora de primavera -, comenta dando un sorbo a su café.

– Si no es porque mi celular lo hizo de forma automática yo seguiría durmiendo -, dice Paola mordiendo un pandebono. – Indicaba las seis y media, mi reloj las cinco y media.

Verificamos el ‘kit’ electoral, los tres paquetes de tarjetas para Senado, Cámara (Circunscripción Internacional) y Parlamento Andino, los cuadernillos de partidos y movimientos políticos, los certificados electorales, la lista de sufragantes, el acta de instalación, registro general de votantes y el acta de escrutinio de jurado de votación. Nos cercioramos de que la urna esté vacía a través de su cobertura plástica frontal, firmamos el adhesivo y Adriana lo pega sobre la intersección de las tapas. Nos repartimos funciones: Yo recibo las cédulas, me aseguro de que la persona sea en realidad quien dice ser, busco el número en el listado, lo marco con resaltador y se la paso a Margarita. Ella ubica su número en la planilla e introduce sus datos. Paola se encarga de firmar los tarjetones, entregarlos con los cuadernillos y firmar el certificado electoral.

A las 8:00 a.m. Adriana indica que el puesto de votación está oficialmente abierto, recibe una llamada del cónsul Francisco Noguera Rocha y le informa que todo anda bien.

– Voten para que aprendan cómo es y puedan explicarle a la gente -, aconseja Julio Largo.

Le entrego mi cédula a Margarita, ella apunta mis datos. Paola me entrega los tarjetones junto con los cuadernillos. – ¿Dónde están los tarjetones de las consultas internas del Partido Conservador y Partido Verde? -, le pregunto a Adriana.

– Los colombianos residentes en el exterior no pueden votar por las consultas internas de los partidos según el artículo 10 de la ley 616 de 2000 -, responde negando con la cabeza.

– ¿En serio? -, digo afilando la cara, – me parece discriminatorio y violatorio al derecho de igualdad. ¿Cuál es la razón? -. Adriana levanta las palmas hacia arriba. – No veo la racionalidad.

– Eso es antidemocrático -, añade desde la mesa dos, Sandra Acosta, una abogada rosarista.

 Me muevo hacia el cubículo pintado con la bandera de Colombia, abro el cuadernillo del Senado, busco el número de mi candidato, marco el partido con una X, el número del candidato con otra. Procedo a marcar el de la Cámara de Representantes cuyos candidatos no están indicados en el cuadernillo que enseña los de las Comunidades Indígenas y Negras. – No sé por quién votar aquí -, digo en dirección a mi mesa, – el representante a la Cámara no está incluido en el cuadernillo.

– Vota por el partido -, responde Adriana sentada detrás de sus computador personal.

Marco el partido y un número cualquiera. Hago lo mismo en el del Parlamento Andino. Doblo los tarjetones por la mitad y los introduzco en la urna. Me devuelvo a la mesa. – No me gusta votar así, a ojo cerrado -, le digo a Margarita.

– Está muy confuso el proceso -, dice Paola cuando vuelve. Todos los jurados se quejan.

Juan Manuel Díaz llega y se posesiona como jurado. Se sienta a mi lado y dice: – Yo soy el de los tintos.
El primer sufragante llega luciendo gafas a mitad de nariz. Recibo su cédula y marco el número, Margarita anota sus datos, Paola le da las tarjetas electorales junto con los cuadernillos. El hombre nos mira con desconcierto. Le explicamos el procedimiento y se va al cubículo.

– Qué cosa tan complicada -, dice pasando las hojas. Rasca su cabeza, vuelve a pasar otras hojas. A los veinte minutos introduce las tarjetas en la urna. – Así es muy difícil votar -, se queja con Paola. Ella le devuelve la cédula junto con el certificado electoral.

– ¡No! ¡Qué mamera! ¿Nos van a poner a estudiar? -, pregunta una señora que llega en compañía de otra.
– ¿El tarjetón no tiene fotos? -, grita un sufragante desde el cubículo.

Cada elector que llega tiene algún comentario en contra del procedimiento. – !Erda! Cada vez hacen más jodida esta vaina. ¡No joooda! -, dice un costeño quien luce un sombrero vueltiado.

– Qué puedo decirle -, respondo mostrándole mis palmas. – Estoy de acuerdo con usted.

Hacia las once Paola se va a recoger a su marido. Juan Manuel la releva en su función. Empezamos a explicarle a la gente todo el procedimiento antes de pasarla a los cubículos. – Si va a votar por un candidato en la Cámara, no puede hacerlo por uno de la Comunidad Indígena o Negra porque se anula el voto y viceversa. Escoja uno solamente -, les indica Juan Manuel pasando su dedo sobre el tarjetón.

El puesto de votación empieza a llenarse hacia el medio día. El procedimiento hace que la votación sea desordenada.

– Has visto que no ha venido ni un solo joven.

– Sí, qué tristeza -, responde Margarita.

Un sufragante habla con otro en el cubículo. – No pueden hablarse entre ustedes. El voto es individual -, les indica Adriana.

– El problema es que no sabemos cómo se vota -, responde el hombre. Les explico de nuevo.
Julio largo me presenta con Kata Mejía. – Ella ha hecho varias exposiciones en Nueva York, es una artista muy reconocida -, dice asintiendo con la cabeza. Kata me anota sus datos; su pequeña hija nos mira desde abajo con ojos vivaces.

La tarde es más concurrida que la mañana. El lugar se llena de nuevo con las personas que llegan a votar a última hora.

– ¡Son las 4:00 p.m.! -, exclama Adriana cruzando las manos en el aire, sus palmas hacia el piso. – Desde éste momento se declara oficialmente cerrada la votación -. Un último señor de canas estudia con afán los cuadernillos en el cubículo, marca sus candidatos y mete los votos en la urna.

Procedemos a romper las tarjetas y certificados electorales sobrantes, los metemos en el sobre dispuesto para ello y luego en la bolsa negra como indica el manual de jurados. Margarita hace un recuento del total de sufragantes y escribe el número en el registro general de votantes. – Cincuenta y seis -, dice para la mesa.
Abrimos la urna y la desocupamos. Yo me encargo de ordenar las tarjetas del Senado, Juan Manuel las de la Cámara, Paola las del Parlamento Andino. Todas coinciden con el número de sufragantes a excepción de las del Parlamento Andino en donde hay cincuenta y cuatro.

Verificamos los votos del Senado uno a uno. Juan Manuel los anota en el formato cuenta votos, de acuerdo a cada partido y candidato. – Éste voto es nulo -, digo señalando la tarjeta. – La persona cruzó el número pero no el partido -. Terminamos el conteo y hacemos una verificación. Uno de los partidos suma más del sesenta por ciento de electores. Consignamos los datos finales en los claveros y en la copia de los delegados. Los cuatro firmamos el acta de escrutinio.

En las tarjetas de la Cámara hay varios votos nulos. En la mayoría de los casos, la persona marcó un candidato de la cámara y otro de alguna comunidad indígena o negra. La totalidad de los electores votaron por un representante a la cámara, a excepción de alguien que votó por uno de las comunidades negras. Aquí también triunfa el mismo partido predominante.

– Dense prisa que tengo que llevar estos resultados a Nueva York -, indica Adriana revisando los claveros.
En el Parlamento Andino hay varios votos en blancos y la tendencia de la mesa a favor de un partido se mantiene. Llenamos los claveros, ponemos los tarjetones, claveros y actas en los sobres correspondientes, los introducimos dentro de la bolsa negra, quito la cinta y la sello. Mi reloj marca las 6:15 p.m. La otra mesa termina al tiempo con nosotros.

– Vengan para una foto -, nos dice Adriana. Le da la cámara a otra persona y posa con las copias de los delegados. Sonreímos y toman la foto. Vuelvo al centro de ‘Philly’ al filo de las siete de la noche. Entro al Tiempo.com y confirmo que la tendencia de mi mesa refleja la del resto del país.

Andrés Felipe Arias le va ganando a Noemí Sanín la consulta interna del Partido Conservador por unos cuantos miles de votos. Otras noticias indican que la Registraduría le anda echando la culpa a los jurados por la demora en los resultados. Ahora resultó que el santo salió crucificado. Si nosotros con cincuenta y seis sufragantes nos demoramos más de dos horas, no quiero ni pensar cuánto se pueden haber demorado mesas en las que hubo un gran número de electores. Entro a la página web de Kata Mejía y quedo impactado ante su trabajo de ‘performances’ desgarradores en los que aparece ensangrentada sobre los pisos de diferentes museos. Un verdadero artista es el que refleja en su obra la realidad de su mundo. Me voy a dormir.

Me levanto y leo que Sanín adelanta a Arias por cuatrocientos cuatro votos. Entrada la tarde la Registraduría decide aplazar el resultado para dentro de un par de días. La votación es tan cerrada que deben hacer un recuento de los votos. Me salgo de Internet con una idea rondando mi cabeza. Si los colombianos en el exterior pudieran votar en las consultas internas de los partidos, la balanza se hubiera desnivelado hacia un lado.

 

www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com

 

escarabajomayor@gmail.com

 

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