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(Esta travesía no podría hacerse sin el patrocinio de Gótica Eventos, Damovo y Hanna Estetics, Bogotá)

 

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En el canal de los navegantes un planchón oxidado flota junto a remolcadores azules. A su lado, una vieja grúa desnivelada da contra la boca del río. El tren de cercanías pasa sistemáticamente cada cinco minutos, repleto de personas que vuelven a sus casas. El reloj marca las 8:04 p.m. cuando suena el teléfono y me avisan que llegó Tania. Me da un beso, mostrándome un periódico en el que se anuncia la presentación de las ocho mejores escuelas de samba de Porto Alegre. Salimos a la calle, compramos una Coca Cola de dos litros y caminamos a una parada central. De salir bien, puedo estar salvando mi experiencia del carnaval, pienso al ver llegar el bus que dice “Noche de campeones”. Nos sentamos cerca de un hombre de color parecido a Toninho Cerezo, aquel futbolista brasilero de cuerpo estilizado, que jugó el mundial del 82 en compañía de Zico, Sócrates, Junior, Eder, Falçao y otras figuras del momento. El palo de una escoba de cerdas largas se afirma en sus manos. – ¿Vas a trabajar? – le pregunta Tania.

 

– Esta noche trabajo bailando – responde.

 

El bus se enfila hacia el norte por una avenida recogiendo personas diversas. Algunos entran con disfraces de fantasía en sus manos. A nuestro lado se sienta una bella mujer de largas pestañas y rostro maquillado, de alguna de las escuelas ganadoras.

 

– Vas a ver la alegría que se siente cuando empieza a sonar la música – dice Tania. Más adelante nos desviamos de la ruta principal y me cuenta que al sambódromo lo cambiaron de lugar. Antes estaba en el centro y ahora queda en el norte. – Esto es sólo para negros. Mira a tu alrededor. Aquí hay mucho racismo todavía – dice. Nos vamos aproximando a medida en que cruzamos un barrio de calles estrechas y casas de madera y latón a medio caer, que se enfilan a uno y otro lado. – Sí vez, mira dónde vinieron a construirlo.

 

Nos bajamos en una explanada que da contra la vía. Un grupo de policías circunda la zona bolillo en mano. Caminamos unos 200 metros hasta la taquilla y compramos 2 boletas por 6 reales. Me pregunta si vengo preparado para seguir derecho: – Salir de noche es muy peligroso – advierte. En la entrada unos agentes nos requisan, ven la botella de Coca Cola y nos envían donde otro que saca un enorme cuchillo de carnicero con el que le corta el pico.

 

– ¿Esto era necesario? – le pregunto mientras bajamos por una calle sin asfaltar cargando la incómoda botella plástica que chorrea su líquido por todos lados.

 

– Es por seguridad, aquí viene gente de todo tipo – responde. Entramos a una tribuna de madera que da contra una calle asfaltada de unos 500 metros, cuyo centro está marcado por una línea continua de color amarillo. Del otro lado hay otra tribuna. Grandes reflectores en ambos costados iluminan la pista.

 

No pasa mucho tiempo antes de que la música se tome el lugar a medio llenar, y a lo lejos se vea la primera escuela iniciar su presentación. A medida que se acerca por la larga calle, se pueden distinguir unas comparsas iniciales de mujeres luciendo atuendos de colores. Justo al frente de nosotros se arrodillan en un círculo y saludan. Detrás de ellas viene un carro alegórico de una pirámide, seguida de algunas otras comparsas de mujeres que mueven sus caderas a un ritmo endemoniado y hombres disfrazados de indios, que bailan con lanzas de madera y plumas en los brazos. Luego pasa un carro alegórico verde con la cabeza articulada de un pájaro de pico largo, al que unas garotas le bailan al lado sobre unas canastillas de metal, con movimientos que hacen vibrar todos sus cuerpos. Tres mujeres que se destacan por su belleza y plasticidad pasan bailando por la calle saludando a las tribunas. Lucen trajes de plumas y lentejuelas de diversos colores, dispuestos de tal forma, que su sensualidad reluce a flor de piel. Los cantantes y el grupo de tambores pasan frente a nosotros golpeando con energía sus instrumentos, acompañados por un camión de sonido que anda a medio kilómetro por hora, en el que están conectados los micrófonos que amplían la música que retumba en los parlantes. Detrás de ellos viene un grupo numeroso de personas vistiendo fantasía, que según Tanía, no pertenecen a la escuela pero son invitadas.

 

– Cualquiera puede bailar ahí, pero es necesario inscribirse con anticipación y tomar algunas clases. Yo he participado – me dice.

 

Cerrando el desfile pasan los barrenderos limpiando la calle. Distingo a “Toninho”, quien va de una tribuna a otra haciendo figuras con pasos rápidos y precisos robándose el show. Algunos le aplauden y él se anima aún más.

 

– ¿Todas las escuelas son así? – le pregunto.

 

– Esta es pequeña. Al final de la noche vas a ver a las grandes escuelas – responde.

 

La samba vuelve a sonar y luego de un tiempo vemos otro desfile pasar frente a nosotros, con carros alegóricos diversos dentro de los que se destaca uno de llamas de fuego color naranja y amarillo, en el que bailan mujeres semidesnudas sacudiendo sus largas piernas y nalgas. El colorido es cada vez mayor. Las tribunas empiezan a llenarse y algunos espectadores se mueven al batir de un ritmo que calienta la sangre.

 

– ¿Qué es exactamente una escuela de samba?

 

– Es un club que cada año presenta una historia diferente a través de un desfile. El tema se desarrolla de manera visual en los bailes, el vestuario y los carros alegóricos, y de manera auditiva en las letras musicales, como esta que está sonando ahora; si oyes: hablan del amor. La escuela ganadora es la que logra una mayor armonía entre todos los elementos.

 

Tania me dice que la siga y caminamos por detrás de las tribunas hacia el sector en el que la gente se prepara. Enormes hangares de puertas cerradas se levantan. – El carnaval es en realidad una exhibición. La gente pasa por el sambódromo para mostrarse – me dice mientras vemos a algunas de las escuelas alistándose. Se encuentra a una amiga joven vestida de misionera católica, que nos entra a un hangar en donde hay varios carros alegóricos con sus figuras hechas de tela y madera. Las personas se ponen sus trajes con entusiasmo, al tiempo en que algunas mujeres se maquillan al fondo de cara a unos espejos iluminados con bombillos, como en un camerino.

 

– Es increíble pero uno se pone la fantasía y ya se siente la emoción – cuenta la joven bailarina.

 

Damos una vuelta viendo el ambiente que se vive adentro del sitio. Un profesor de danza da las últimas directrices a un grupo y abren las puertas. Varios hombres de utilería van empujando los carros en el orden en que se presentan.

 

– Hoy es un día especial. La gente está relajada. En una noche de carnaval la competencia estresa a todo el mundo. Ni siquiera nos hubieran dejado entrar; las escuelas guardan bien sus secretos – me dice.

 

Caminamos hasta el punto en el que una barda y un grupo de policías nos cortan el paso porque no pertenecemos a la escuela. Tania los convence de que nos dejen pasar diciendo que soy un periodista extranjero que viene a cubrir el evento. Entramos a una gran explanada en donde las personas se enfilan para lanzarse al sambódromo.

 

– Debo ser de los pocos turistas aquí.

 

– Yo diría que el único.

 

Nos acercamos y puedo ver de cerca a las garotas vestidas con plumas y lentejuelas. Les tomamos una foto a un par de ellas y empezamos a retratar a todo el que se pase por enfrente, en sus diferentes vestimentas de fantasía, incluida una reina de batería, cuyo traje fastuoso de encajes con collar y corona de brillantes, debe costar una fortuna según Tania.

 

– Las reinas de batería tienen mucha gracia, simpatía y sobre todo mucha zamba en los pies – nos dice una de las dueñas de la escuela, que nos sugiere tomarle una foto de cuerpo entero a otra garota de biquini de lentejuelas de diversos tonos de amarillo, plumas en los brazos y una corona de fantasía y plumas, que tiene una sonrisa de oreja a oreja.

 

Tanía y yo corremos a las tribunas para ver el desfile de la escuela que acabamos de fotografiar, cuya primera comparsa muestra a unos hombres disfrazados de arlequines o guerreros romanos a la brasilera, no es fácil saber, con un trusa blanca, capa amarilla, un cinturón anaranjado, sombrero puntiagudo, un círculo de plumas alrededor de la cabeza y lo que parece ser una bastón largo o una lanza, seguidos por un carro alegórico de un águila que sostiene un letrero de dice “PAZ” en una de sus alas, en el que bailan garotas luciendo su belleza, luego del cual, vemos a la reina de la batería que fotografiamos, con su blanco vestido fastuoso de encajes, que mueve en círculos rápidos de un lado a otro, desfiles de jóvenes garotas que son seguidas de un carro a manera de templo con figuras de caballos y un gran león dorado que resalta en la cima, sobre el que se yergue un hombre vestido de emperador al lado de bellas mujeres que bailan moviendo las piernas y nalgas al ritmo de una música que para ese momento, tiene a todo mundo bailando en las abarrotadas tribunas. Pasa frente a nosotros otra reina de batería seguida por la comparsa de misioneros católicos entre los que se encuentra la amiga de Tania, y luego lo hace un carro de un barco en el que hay un gran mundo de color azul que gira sosteniendo a unas garotas que le bailan al lado. Pasan varias comparsas más, una nueva reina de batería y un carro muy colorido en el que hay símbolos de las diferentes religiones del mundo, seguido por los cantantes y tamborileros que cierran el desfile. Toninho pasa bailando detrás de ellos, barriendo con su escoba de vez en cuando.

 

– ¿De dónde surgió la samba? – le pregunto a Tania.

 

– De varios elementos africanos en especial del batuque de Angola y de Congo.

 

La noche trascurre en un ir tras bambalinas y venir a la tribuna en donde vemos otros desfiles cuyos bailes, trajes y carros alegóricos son cada vez más fastuosos, hasta que pasa la escuela sub-campeona llamada Unión das Vilas, hacía las cinco de la mañana, mientras pienso que la samba es un ritmo que se baila con la cintura, pero que brota de adentro de la entraña, como un dinámico fluido de conciencia que sale por si mismo al vaivén de un movimiento de la pelvis hacia adelante y hacia atrás acompañando de uno lateral de las caderas, tan rápido que es imperceptible, porque lo que en realidad importa es la libertad que hay en dejar al cuerpo sentir el ritmo y pasarlo a los pies de manera natural.

 

Vamos a ver de cerca a la escuela ganadora llamada Bambas da Orgía, que tiene varios carros alegóricos entre los que se destacan un barco pirata con delfines que le giran enfrente, el palacio de Aladino con un halcón gigante, una villa, el Himalaya, un templo Hindú, y otros que se enfilan intercalados con las más de 500 personas de la escuela que vemos pasar en un desfile majestuoso, incluidas garotas con el pecho al aire que bailan al sonido de una samba que se mezcla con el retumbar de unos voladores que totean en el cielo clareado anunciando al campeón.

 

Esto es sólo emoción y alegría. Todo es producto de la música. Al final lo que queda es samba, sudor y mucha alegría, pienso, mientras vemos pasar al último de los integrantes de la escuela que se aleja por entre la pista iluminada, seguida por los barrenderos entre los que va Toninho bailando de una tribuna a la otra con su escoba, botando besos como si él fuera el verdadero campeón de la noche.

 

Esta historia queda en continuará…, porque el mundo es mejor verlo con los propios ojos que por el Discovery Channel. (Las publicaciones se harán los martes y jueves aunque su periodicidad no puede garantizarse dada la naturaleza del viaje). Para ver más fotos del viaje diríjase a las páginas www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com y www.brasilendosruedas.blogspot.com Agradecemos a los siguientes colaboradores: Embajada brasilera en Colombia, Ibraco (Instituto cultural de Brasil en Colombia), Casa editorial El Tiempo, eltiempo.com, Avianca, Gimnasio Sports Gym y la revista Go “Guía del ocio”.

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