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Doy un vistazo por la ventana del Comodoro Tourist Hostel, confirmo que hace un día soleado, amarro las puntas de la bandera de Brasil, la visto como capa sobre la camiseta de Colombia, guardo la boleta entre mi vientre y calzoncillos, leo un último mensaje de Cristina Santos que dice: “Hoje vai dar Brasil!!! Torca muito lá no Mineirão por que eu vou estár torcendo lá na Savassi e vamos comemorar a vitória!!”, bajo al primer piso, le pregunto a Romualdo dónde tomar el bus que va al estadio y salgo a la calle.

Los últimos almacenes de zapatos y lencería barata cierran sus puertas. Todo mundo se alista para ver el partido. Subo por la rua dos Carijós en compañía de brasileros que lucen la camiseta “verde-amarela” con los nombres de las principales figuras. La de Oscar es llevada por una mulata de trasero “popozudo”, pensado por algún brujo de macumba que quiso arrojar su magia en un lugar bendito para la tentación de los hombres. Sus nalgas desafían al mundo bajo unos jeans cortados que las aprietan.

Atravieso la avenida Amazonas. Entro a una de las estaciones vidriadas del MOVE, similares a las del sistema de buses articulados con carriles exclusivos originarios de Curitiba, que las diferentes ciudades de Brasil y Sur América han ido copiando (Trasmilenio en Bogotá, MIO en Cali), subo al número 50 y me ubico junto a una joven de piel morena que viste la camiseta de Neymar.

Unos jeans delinean su cuerpo de modelo de vitrina. Sus ojos verde-amarillos hacen juego con la camiseta. Contrastan con unos labios de un rosado intenso, capaces de embrujar a cualquiera que los toque con los suyos.

—¿Vas al partido?

—Lo voy a ver con unos amigos en casa.

—¿Quién va a ganar?

—Brasil, con certeza.

—¿Cuánto?

—3 a 0.

—¿Trabajas en el centro?

—Sí, en un almacén de ropa.

—Puedo decirte una cosa: tienes unos ojos hermosísimos. Juegan con tus labios. Supongo que te lo han dicho muchas veces, ¿no es cierto?

—Sí.

—Bueno, es que es demasiado notorio.

—¿Tienes novio?

—Estoy casada.

Me muestra su anillo.

—¿Cuántos años tienes?

—Veintidós. Me casé muy temprano, aunque aún no tengo hijos. Hay que disfrutar la vida.

Hablamos algunas otras cosas mientras el expreso atraviesa Belo Horizonte por una avenida amplia que sube una pendiente, pasa junto a barrios que podrían ser considerados “favelas”, y baja con la vista panorámica de Pampulha.

Unos fanáticos con las máscaras de Fuleco golpean con sus palmas el techo. Le gritan al oído a un par de alemanes aquella canción que los “torcedores” me gritaron en el bus que fue del aeropuerto de Fortaleza al Arena Castelão.

—“Dá-lhe, dá-lhe, dá-lhe ôôôô // Brasil, nós estamos contigo! // Somos uma nação! // Não importa o que digam, // sempre levarei comigo! // Minha camisa amarela! // 5 taças na mão! // Essa copa é nossa! // Vai començar a festa! // Dá-lhe, dá-lhe, dá-lhe ôôôô // Dá-lhe, dá-lhe, dá-lhe ôôôô // Dá-lhe, dá-lhe, dá-lhe ôôôô. // Brasil vai ser campeão”.

Los germanos sonríen. No les queda otra. Así lo hice antes del partido de Brasil Vs Colombia, en el que a pesar de no sentir una agresión directa, experimenté la presión de jugar en casa rival. La barra cantada a los gritos también puede ser violenta. 

Entramos a un barrio de casas de dos y tres pisos en el que se ven hordas de brasileros caminando por las aceras hacia el Mineirão. Paramos en la estación, me bajo entre el gentío y presento mi boleta a un grupo de policías que hacen un primer filtro.

Sigo un cerco de bardas antimotines que atraviesa el barrio tras cientos de torcedores sonrientes. A otro par de alemanes con la camiseta blanca les cantan esa otra barra que también recordé luego en mis pesadillas:

—“Mil goooolllsss, mil goooolllsss, mil gols, mil gols, mil gols, só Pelé, só Pelé, Maradona cheirador”…

Uno lleva el trofeo de la Copa del Mundo que quieren levantar el domingo (una réplica perfecta que parece ser de oro y no de plástico), el otro la Bundesadler, el águila federal que identifica a los alemanes en su escudo.

Nos tomamos una foto. Subo con ellos bajo la mirada de los brasileros. La mayoría señala la copa y luego su pecho en señal de que será brasilera.

—¿Cuánto va a quedar el juego?

—Alemania gana —dice el que sostiene la copa.

—Va a ser un partido difícil —responde el otro—. ¿Qué pasó con Colombia? Venía muy bien.

—El equipo salió muy nervioso. Jugó presionado por el agobio de los “torcedores” brasileros. Hicieron demasiados pases equivocados en la mitad del campo. Brasil jugó muy sucio. Aparte nos perjudicó el arbitraje. Fue muy localista.

—Hoy los vamos a vengar —dice el de la copa—. Igual vas por Brasil, llevas la bandera.

—Mi mamá es checa nacionalizada brasilera. Los brasileros son personas cálidas, amables, acogedoras. Te hacen sentir en casa. Le hicieron barra a Colombia. Allá siempre hinchamos por Brasil.

Terminamos de escalar la calle que lleva a una intersección en la que hay cientos de personas apiñadas en torno a un segundo puesto de control policial. Diviso al Mineirão con las columnas de concreto que bordean su circunferencia, forman puntas a lo alto y le dan ese aire de estructura moderna.

Una colombiana con quien me tomé una foto fuera del Castelão, me aborda con la camiseta de Alemania.

—¿Le estás haciendo fuerza a Brasil con todo y que nos robaron el partido?

—Fue un partido sucio e interrumpido. Brasil jugó con la vieja estrategia uruguaya de ablandar al enemigo a punta de faltas. Estoy seguro que el árbitro español nos trató como “sudacas” a los que no quería ver en la semifinal de una Copa del Mundo, pero habría que probar que en realidad fue robado. Te hablo como abogado.

—Bueno, yo sí le voy a hacer fuerza a Alemania, como el resto de colombianos.

Nos tomamos una foto, muestro mi boleta, atravieso el segundo cerco policial y bajo por una calle bordeada por churrasquerías y tiendas en las que miles de brasileros hablan con fervor, cantan y se emborrachan con cerveza. Bajo hasta una en la que compro un pincho de carne. Lo como con cierta voracidad junto a otros extranjeros que lucen la camiseta de Brasil. Una alemana con un traje típico de Bavaria: blusa blanca con arandelas escotada al pecho, vestido negro a media pierna y un delantal negro, amarillo y rojo, bebe una cerveza junto a otros alemanes cerveceros a quienes con toda seguridad les hace falta su cerveza del barril. Se conforman con la tipo Pilsen que es tan popular en Latinoamérica y tan distante de la original que se fermenta en Plzeň, República Checa.

Paso un tercer filtro policial que bordea al estadio, me tomo una foto con un brasilero que luce la máscara de Neymar. Otra con un grupo de “torcedores”. Disfruto del ambiente festivo. Algunos brasileros llevan camisetas con el resultado Brasil 6 –Argentina 2, y mantas que dicen: “RIP Argentina”.

Juan Pablo Coronado de Win Sports me saluda con un abrazo.

—Perdimos en Fortaleza. Brasil es Brasil —comenta.

—Eso mismo dijo Michel Platini de Alemania: “Alemania es Alemania”.

Ubica a unos hinchas con la camiseta de Brasil y la bandera de México. Entrevista a uno que esta disfrazado de Chapulín.

Voy hacia una réplica de Neymar. Me tomo una foto con ella. A poca distancia una mamá le pinta la bandera “verde-amarela” a su hija en la mejilla. Me acerco a la familia (quiero ver si me la pueden pintar). Un tipo de barba rojiza de unos cuarenta y cinco años levanta la rodilla y dice:

—Aqui, o.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Aqui, o —repite.

Vuelve a subir la rodilla de forma exagerada. La sube una y otra vez. Insiste en la misma expresión. No para.

—¿Qué quieres decir con eso?

—El rodillazo que le metió el colombiano a Neymar.

—¿Qué tengo que ver ahí?

—No sé.

—Entonces, ¿por qué haces eso? —Luzco indignado—. Es muy feo esto que hiciste. ¡Muy feo!

—¿Qué pasó? —Le pregunta su amigo.

—Se puso bravo…

Me alejo.

¿Por qué lo habré tomado así? Suelo reaccionar a las ofensas contra Colombia de forma deportiva. Debe ser porque me dolió mucho la derrota, la lesión de Neymar y todo lo malo que se ha dicho del país luego del incidente. Colombia siempre tiene un incidente lamentable en las copas. Esta vez, que íbamos a salir limpios, tuvo que pasar esto…  

Unos nuevos torcedores me señalan.

—Tiene boleta porque pensó que Colombia iba a clasificar.

Se ríen entre ellos.

—Era una posibilidad, ¿no?

Me largo de ahí. Camino hacia la fila. Unos colombianos con la camiseta roja de la selección beben aguardiente con tragos largos. Se rotan la caja con rapidez al estilo helicóptero.

—¿Qué dice Colombia?

—Aquí parce, haciéndole fuerza a Alemania. Ojalá saquen a Brasil y se haga justicia.

Muestro mi boleta a una joven que la pasa por el lector digital, entro, compro un agua, subo a mi sección en el tercer nivel y ubico el puesto justo al lado del tiro de esquina de una de las porterías. La visión panorámica es perfecta. Las tribunas a medio llenar lucen todas de amarillo. David, un panameño con la camiseta de Brasil y la bandera de los Estados Unidos, me toca al lado. Comenta que vive en Filadelfia y trabaja en Dupond.

 —También viví en Filadelfia. Me aburrí mucho. Los norteamericano de la costa este son demasiado puritanos y paranoicos.

—A mí me ha ido bien. Trabajo en “Philly”, pero vivo en Willmington, Delaware. Manejo a “center city” media hora de ida y regreso todos los días.

—Los suburbios son muy diferentes. La gente es más amigable. Es lo que más me gusta de Brasil. Lo amigable de la gente. Te acogen. Te abrazan.

Julio César sale a calentar con los otros dos porteros de Brasil.

La tribuna lo vitorea.

—Ah, aha, Julio César!…

A Neuer lo abuchean en una rechifla generalizada.

Brasil sale a calentar. El estadio enloquece.

—Euuuu, sou brasileiirooo, con muito orguliiooo, com muito amooor –cantan.

Los alemanes reciben un abucheo. El ambiente es hostil como en el Castelão, aunque la ausencia de ese calor intenso y pegajoso lo hace más llevadero.

Un paulista se sienta a un par de asientos de mí. Responde que es corinthiano. A mi lado llega un gremista de Porto Alegre. Su nombre es João. En la fila de atrás hay un par de hermanos de Campinas, interior de São Paulo. Ellos son de Palmeiras. Dudú y Arturo, a su lado, son del Flamengo. Todos viajaron desde sus ciudades para asistir al partido.

—Quedé muy triste por la lesión de Neymar —les digo—. ¿Cómo pudo pasar?

—Son cosas del fútbol, del calor del partido. —Uno me da un par de golpes en el hombro—. Zuñiga no lo hizo adrede, así como están diciendo. Igual hoy vamos a ganar.

Me dan un poco de cerveza en señal de amistad.

Otros brasileros, incluido uno que tiene un balón teñido en su cabellera rubia, se sientan en la fila de enfrente. Bogan sus cervezas de forma ansiosa, bajan por otras, las beben y bajan por otras.

Los torcedores cantan “Eu sou brasilero…”, -“Dá-lhe, dá-lhe, dá-lhe ôôôô…” y “Mil gols…”, sin descanso. Vitorean a cada uno de los jugadores brasileros que son presentados en la pantalla, en especial a Julio César, David Luiz, Luis Gustavo y Bernard.

A los que más abuchean de Alemania son: Neuer, Hummels, Klose y Müller.

Los equipos vuelven al camerino. La sensación de inminencia se toma las tribunas. Pronto empezará a definirse la historia. Todo mundo está expectante a lo que pueda pasar. Tal vez lo más lindo de un partido de fútbol es ser una página en blanco esperando por ser historia. De ganarle a Alemania, Brasil demostraría que fue el justo vencedor ante Colombia, tiene casta de campeón, aún sin sus máximas estrellas, Neymar y Thiago Silva, aunque eso aumentaría la sensación de tener el mundial comprado. De perder, como quieren en Colombia, se dirá que es un equipo débil, sin la fortaleza mental y futbolística que ha caracterizado al fútbol brasilero durante la historia. Eso sí, despejaría las dudas de que Dilma firmó el mundial con la FIFA.

Le tomo algunas fotos a una brasilera de pantalones blancos de unos veintitrés años que luce la máscara de Neymar en la parte posterior de su cabeza. El color castaño  de su cabello en los ojos del astro brasilero le da un aire de extraterrestre. Un joven a su lado usa la suya de la misma forma. Brindan y beben con euforia con ese doble rostro sonriente que los hace tan extraños. Jairo, un colombiano sin la camiseta de Colombia, se sienta al lado de David.

—No me la quise poner por lo de Neymar —admite.

—Lo pensé, aunque al final me decidí por la camiseta de Colombia y la bandera de Brasil. Me siento orgulloso de nuestra selección. No tengo por qué esconderlo.

Los reporteros gráficos se apiñan como hormigas frente al túnel de salida. Los niños con las banderas de Alemania y Brasil salen, se acomodan a uno y otro lado de la línea de mitad de campo, suena la canción de la FIFA y los árbitros salen frente a los jugadores. Los de Brasil se toman del hombro unos con otros. Se acomodan de cara a la tribuna central. Suena el himno alemán y los torcedores cantan “Mil gols…”, sobre las notas del Deutschlandlied.

—Un portugués se estaba quejando en el hostal de que los hinchas de Estados Unidos habían irrespetado su himno. Esto es peor —comenta David.

La pantalla termina de mostrar a los jugadores. Lucen el segundo uniforme de Alemania, con la camiseta de líneas horizontales negras y rojas, confeccionada por Adidas como una imitación a la de Flamengo, equipo con la mayor “torcida” en Brasil, bajo el supuesto de ganar simpatizantes. Hacen un “close up” sobre los hinchas teutones que forman un parche blanco del otro lado del estadio.

Ponen el himno brasilero.

 

“Ouviram do Ipiranga as margens plácidas

De um povo heroico o brado retumbante,

E o sol da Liberdade, em raios fúlgidos,

Brilhou no céu da Pátria nesse instante…”.

 

 

Los torcedores lo cantan a los gritos como hicimos los colombianos en nuestros partidos. Las voces juntas hacen que los decibeles generen una vibración que trasmite su energía a los jugadores.

Julio César y David Luiz sostienen una camiseta de Neymar en reconocimiento al crack. Se toman las fotos de rigor, los reporteros gráficos vuelven a sus puestos alrededor del campo y los equipos se preparan para el pitazo inicial. Alemania saca. Hace algunos pases, prueba un ataque. Es desarmada por la defensa brasilera. La “Canarinha” lanza uno frontal. Marcelo dispara con la zurda. La bola pasa cerca al palo.

Los “torcedores” alientan a su equipo, gastan la voz en cada cántico vivo, cada grito y gesto de emoción ante cualquier jugada medio buena… Abuchean los pases alemanes.

Con todo y la presión de la tribuna tengo la misma sensación de impotencia que tuve al principio del partido Colombia Vs Brasil, solo que aquí es la “Canarinha” quien luce un poco errática. Se ve plana en el ataque. Alemania juega con tranquilidad, al desespero de Brasil. Su propia postura denota una cierta superioridad mental.

—Sou brasileiro con muito orgulho… —canta la “torcida”.

Brasil vuelve a llegar con un centro que se queda en la defensa teutona. El scratch parece quitarse la presión alemana. David Luiz intenta un ataque desde atrás en el que impone su físico.

—“Mil goooolllsss, mil goooolllsss, mil gols, mil gols, mil gols, só Pelé, só Pelé, Maradona cheirador”…

—¿Qué están cantando? —Pregunta David.

—Mil goles, solo Pelé, Maradona drogadicto. “Cheiro”, en portugués, es olor. “Cheirador”, es el que huele, el que aspira cocaína.

Brasil insiste. Ataca por la punta derecha. Marcelo entra al área. Boateng lo cierra. El brasilero se lanza en un “piscinazo”. El alemán le reclama por hacer teatro.

Cada vez que Brasil ataca la gente se levanta de sus puestos. El rubio con el balón pintado en la cabeza luce ansioso. Bebe de su cerveza. Comenta las jugadas con un amigo mayor.

Alemania contraataca con peligro. Brasil roba el balón. Genera un nuevo avance. Los “torcedores” frente a nosotros se levantan. Eso hace que nosotros también lo hagamos, y los de atrás también. Cada fila se levanta en un efecto dominó que molesta a los espectadores.

—Senta! Senta! —Gritan algunos desde atrás.

La situación hace incómodo ver el partido. Los hinchas de adelante no se sientan y David, Jairo y yo, tenemos que movernos de nuestros puestos para tener una visual sobre el gramado. Al final terminamos de pie como todos los demás.

Por fin se sientan…

En una nueva jugada se levantan.

Hulk conduce el balón y la tribuna grita:

—Hulk! Hulk! Hulk! Hulk!

Lo pronuncian con rapidez, de forma que parece el llamado de un mono.

Alemania contraataca con Khedira. Los torcedores se levantan de nuevo. La jugada termina en tiro de esquina.

Kross acomoda el balón justo al frente de nosotros. Toma impulso. Lo patea. La bola dibuja una parábola por encima de los defensores brasileros. Müller entra desde atrás. Patea con pierna derecha. La bola toma en contrapié a Julio César, lo vence y goooooool.

El eco lejano de la barra alemana nos llega. Vemos la repetición de la jugada en la pantalla.

—Müller remató sin marca —comento.

—Increíble que se dé una jugada así en la semifinal de un mundial —responde David.

—Se parece al gol que le metió Brasil a Colombia al principio del partido —añade Jairo—, Thiago Silva remató sin marca. Müller lleva cinco goles. Está a uno de alcanzar a James Rodríguez como goleador del mundial.

Los brasileros se ven preocupados. El equipo luce enclenque, sin fuerzas como para remontar el partido.

—Eu, acredito! Eu, acredito! Eu, acredito!… —Gritan los fanáticos de Atlético Mineiro, acostumbrados a alentar a su equipo de esa manera.

David Luiz le pega un codazo en la salida a Klose. Otro brasilero le hace falta a un alemán y  Joachim Löw se queja del juego brusco desde la línea lateral.

En otro ataque de Brasil Marcelo hace un nuevo “piscinazo”. Lahm le quita el balón de forma limpia.

Klose ataca por la derecha. Lanza un disparo. Julio César lo ataja. El portero saca, Brasil pierde la bola. Alemania se adelanta en bloque por el costado derecho. Hacen un pase rasante al borde del área. Kroos lo detiene con pierna izquierda. Conduce con la derecha. Corre hacia adelante. Lanza un pase hacia el tiro penal. Müller entra por la derecha. Mordisquea la bola hacia Klose. Sigue de largo. El veterano la pica. Remata con pierna derecha. Julio César se estira. Tapa. La bola rebota. Klose la busca. Remata junto al palo izquierdo.

Gooooooool.

—Porra! —Grita João.

—Que bosta é essa? —Se queja Arturo.

Nos miramos con cierta incredulidad.

—Con esto Klose pasa a Ronaldo como el mayor goleador de las copas en toda la historia con dieciséis goles —comenta David.

—Ahora sí se puso dificilísimo —comento—, van veintidós minutos.

La “Canarinha” saca de medio campo. Los jugadores lucen cabizbajos. La falta de moral es evidente en sus pasos cansinos.

Un “torcedor” con la camiseta de Fernandinho, ubicado en diagonal a nosotros, se queda parado y lo chiflan desde arriba.

—Senta! Senta!

No lo hace.

Otro hincha brasilero le tira un vaso de cerveza vacío. El “torcedor” lo llama con la mano para que baje y peleen. Otro brasilero y otro más, le tiran cosas. El “torcedor” los llama con la mano para que bajen. Los invita a todos a bajar.

—Calma, calma e senta —Le dice João.

El “torcedor” ni lo mira. Sigue retando a la tribuna. Soporta la rechifla general. Finalmente se sienta. La chica de pantalón blanco con la máscara de Neymar en la parte posterior de su cabeza, y su amigo, también permanecen de pie. Un señor de unos sesenta años les pide que se sienten. El joven lo recrimina con una mirada intensa. Toma el escudo de la federación brasilera de fútbol en su camiseta y se lo muestra. Le da a entender que hay que estar parado y gritar mucho porque ser “torcedor” de la selección brasilera es cosa de raza.

—Filo da puta! Filo da puta! Filo da puta! —Les gritan desde arriba.

Me volteo.

Es un hombre de unos sesenta y cinco años con calva pronunciada, la piel clara y los ojos azules.

—El ambiente está pesado —Le digo a David.

—Les está entrando en reversa la derrota.

La chica del pantalón blanco con la máscara de Neymar en la parte posterior de su cabeza permanece de pie junto a su amigo. La situación me hace pensar en el poco respeto que le tienen los jóvenes a los viejos, aunque los viejos tampoco respetan mucho a los jóvenes.

Vuelvo al partido.

Un nuevo ataque de Alemania por la derecha. Meten un centro rasante. La bola pica una vez. Müller la cachetea. Pica de nuevo. Kroos entra desde el borde del área. Remata de primera: un zurdazo rasante al palo derecho de Julio César. El arquero se estira. Intenta contener la bola. El disparo es venenoso. Le corta las manos. Infla la red.

Gol.

—Esto ya es histórico. 3 a 0 a los veintidós minutos —dice David.

Nadie lo puede creer. Los rostros de los brasileros son de total descreimiento.

El “torcedor” con la camiseta de Fernandinho permanece en pie. Alguien le tira cerveza desde arriba. Todo el mundo le grita. Hace caso omiso. Sigue llamando a sus detractores con la mano.

Fernandinho pierde el balón. Alemania teje una sucesión de pases rápidos. Entran al área con una doble pared. Khedira la regresa al punto penal. Julio César queda a mitad de camino. (Deja el arco abierto). Kroos remata con derecha.

Gol de Kroos.

—4 a 0 a los veinticinco minutos. Si antes no lo podíamos creer ahora mucho menos —comenta David.

Una brasilera empieza a llorar. El “torcedor” con la camiseta de Fernandinho no se sienta. Le aterrizan una cerveza llena en la cabeza. Intenta subir a pegarle a su agresor. João lo toma del brazo. Le impide ir. El brasilero con el balón teñido en su cabellera rubia sube a nuestra fila. Pasa frente a mí. Estira el cuerpo. Le pega un puño en la cabeza.

Al “torcedor” le empieza a caer una lluvia de objetos. Aun así, no se sienta.

La selección brasilera está en shock. El dramatismo es tangible en cada uno de los rostros desfigurados por la incredulidad. Ni en la cabeza del alemán más optimista existía este resultado.

—Desde ya es uno de los partidos más insólitos de la historia —comenta David.

—Brasil está con la mirada vidriosa. A punto de caerse.

Los “torcedores” intentan animar a su equipo. Cantan “Mil gols…”, aunque es notorio que lo hacen con energía disminuida. El “torcedor” sigue en pie. Le llueve otra cerveza. Un señor en la fila de abajo, vestido con camisa elegante, le grita en español con acento de la costa atlántica colombiana:

-Eche, eres un guevón. Eres un gran guevón. ¿Qué estás probando? ¡Nada! Eres un guevón, un gran guevón. ¡Siéntate y no jodas más!

El “torcedor” hace caso omiso.

Me doy cuenta que el costeño está con su hijo, un niño de unos doce años, justo en la línea de fuego de los objetos que le caen al “torcedor”. Un grupo de policías llega con sus bolillos y caras de pocos buenos amigos.

—Vamos —le dice un oficial.

—¡Fuera! ¡Fuera! Va embora! —Le gritamos.

Que lo saquen por gran guevón, por dañar el ambiente, preferir la violencia al respeto o la tolerancia.

El “torcedor” se rehúsa. El oficial pone la mano sobre la empuñadura del bolillo. La aprieta.

—Vamos —repite.

El “torcedor” cede. Sale escoltado por los agentes.

Volvemos al partido.

Alemania ataca por el centro. Khedira pisa el área, hace una gambeta, le rompe la cintura a Dante. Se la pasa a Özil. Lo deja en posición de gol. El mediocampista se la devuelve a Khedira en una nueva pared calcada al gol anterior. Derechazo cruzado. Julio César queda a mitad de camino, como un insecto paquidérmico, al que se le dificulta moverse.

La bola traspasa la línea de meta.

Gol de Khedira.

—¡Cinco a cero! ¡Cinco a cero! —David me mira con ojos luminosos—. Qué tragedia. Van veintinueve minutos. Tiene que ser uno de los peores momentos de Brasil en la historia.

—Parece un partido de una selección nacional contra un equipo de segunda división —respondo.

Doy un paneo general a la tribuna. El descreimiento, la amargura y humillación es visible en los rostros sin tono. La efervescencia del principio es ahora un silencio ruidoso que grita con su boca de pájaro herido frente a la nada.

Unos gritos me hacen voltear. Tres filas hacia adelante veo a la joven de pantalones blancos con la máscara de Neymar en la parte posterior de su cabeza enfrascada en una pelea a muerte. Lucha como una leona junto a su amigo. Otro “torcedor” le lanza un recto de izquierda. Se lo aterriza pleno en la mejilla. La joven se lleva las manos al rostro. Llora. A su amigo le pegan otro par de puños. Algunos otros puñetazos vuelan alrededor de ellos. La policía llega, calma los ánimos y se lleva a la pareja.

—Vamos embora —le dice un “torcedor” a otro.

Los brasileros de la fila de adelante se van con la mirada por el piso. Cientos de hinchas empiezan a descender las escaleras e irse del estadio. Ni siquiera me atrevo a sacar la cámara y tomarle fotos a los rostros ensombrecidos por muy históricas que puedan llegar a ser.

—Es que no te lo puedo creer. Es la peor goleada en una semifinal de un mundial —dice David con cierta emoción.

Luce exaltado, demasiado para mi gusto. Hay que ser cautelosos. Es un error mostrarse alterado en un momento de tanto dolor para un pueblo que vive del orgullo que le ha generado el fútbol a lo largo de su historia.

Un nuevo ataque de Alemania pasa rozando el palo.

—Qué humillación —dice João.

—Y en nuestra propia casa —responde el corinthiano.

El toque a un pase del equipo alemán parece hipnotizar a los brasileros. El sexto puede llegar en cualquier momento.

Algunas filas más arriba se enciende una nueva pelea. Hacia el centro de la tribuna hay una más. Tras la portería de Julio César comienza otra. La incredulidad le dio paso a la frustración y la rabia de los torcedores huele a gasolina. Es volátil y arde con la menor chispa. Cada minuto hay una nueva pelea en algún lugar del estadio entre brasileros que sacan su enojo con los puños.

Algunos estruendos parecen venir de hinchas que están rompiendo las sillas de plástico.

—El ambiente está pesadísimo.

—Y tú con la camiseta de Colombia —comenta Jairo—. Vas a tener que ir al baño y darle la vuelta.

Desecho la idea. No tengo nada que esconder ni soy de esos que salen a correr. Prefiero ser prudente y no mostrar miedo. Eso me ha servido en la vida. Mostrar temor o ser indigno, jamás…

Brasil no reacciona. Parece víctima de algún embrujo de magia negra concebido en una playa bahiana en contra de su selección, el mundial, el gobierno y la corrupción que medra en el ambiente como larva de diente afilado. Los dioses parecen haber escuchado los gritos de un pueblo olvidado…

Alemania expone otra serie de pases rápidos muy precisos. Rompen la defensa brasilera.

—Qué influencia la que ha tenido Pep Guardiola en el Bayern Múnich —comenta David—. Y sobre el fútbol alemán.

La “Canarinha” lanza un buen ataque hacia el final del primer tiempo. A nadie parece importarle. Los “torcedores” lucen silenciosos, se refugian en sus propios mundos, habitan ese universo sin color en el que la derrota le reclama el balance a la victoria. Aún no salen de la sorpresa. Por mucho que Brasil sigue atacando el destino del partido está sellado. Jamás he visto a un equipo levantar un 5 a 0. Lo máximo ha sido el 3 a 0 de Rusia Vs Colombia a los doce minutos de juego en el mundial de Chile 62 que terminó 4 a 4, con el primer gol de Colombia marcado por mi amigo el “Cuca” Aceros, quien venció al legendario Lev Yashin, la “Araña negra”, y  debe estar pensando en ese partido en este momento.

El cuatro árbitro muestra un minuto de adición, Brasil intenta una nueva jugada de ataque y el juez pita el final del primer tiempo.

Los “torcedores” abuchean a la “Canarinha”. Julio César, David Luiz, Marcelo, Hulk, Fred y los demás futbolistas dejan el campo con la cabeza gacha. El ambiente es de tragedia más que decepción. Se trata de Brasil, el equipo más ganador de todos los tiempos, en su casa, en este mundial que prepararon para llegar a la final y ganarla.

—Estamos presenciando uno de los juegos más trágicos de la historia —comento a David.

—¿Qué les puede estar diciendo Felipão en este momento?

Levanto los hombros. ¿Qué les puede estar diciendo aparte de levantarles el ánimo con frases que se quedarán para el olvido? Intento imaginar una: “Muchachos, beban agua y hagan lo que puedan”.

Brasil sale sin entusiasmo, la pantalla indica un cambio en Alemania. Entra Mertesacker por Hummels. En el “Scratch” entran Paulinho y Ramires.

El árbitro pita el inicio del segundo tiempo. El partido comienza con Brasil al ataque. Pareciera que Felipão logró animarlos por encima de todos los pronósticos.

Brasil ataca. Marcelo se la da a Oscar. El jugador remata con un tiro suave. En otra jugada Fred cae en el área. Finge un nuevo “piscinazo”. Le implora a la virgen de Copacabana, alguna otra virgen carioca o a la que sea que lo ilumine, que el árbitro pite penal.

El juez mexicano no come cuento. Le indica que se levante.

David Luiz escala el campo desde atrás, se la da a Bernard. El mediocampista centra. Su disparo pasa por detrás del arco de Neuer.

—Ya con eso habríamos descontado —se lamenta João.

La torcida se anima.

—¡Brasil! ¡Brasil! ¡Brasil!

La “Canarinha” teje una nueva jugada de ataque. Lucen rápidos. Oscar remata a quemarropa. Neuer la tapa.

—Porra! Con esto perdimos tres opciones para descontar —reclama João.

Bernard intenta otra vez, hace una buena gambeta. Un defensor alemán lo bloquea. Paulinho entra por la izquierda, la bola pica en la grama. Saca un disparo templado. Nouer ataja. La bola queda pagando. Paulinho le da un taponazo. Neuer la saca al tiro de esquina.

—Puta que pariu! ¡Brasil perdió cuatro chances en ocho minutos! —Exclama João.

Están sin precisión en la última jugada, pienso, aunque no lo digo.

Alemania juega a media marcha, como si estuviera satisfecha con el marcador o tuviera compasión de Brasil. Su actitud me parece poco alemana.

Apura un poco. Genera un nuevo ataque con peligrosidad.

—Si le mete una goleada sin precedentes voy a tener que salir escoltado.

—Ve al baño y te cambias la camiseta de lado —insiste Jairo.

—Prefiero ser frentero. Cambiarla puede dar lugar a que piensen que estoy escondiendo algo.

Alemania vuelve a llegar con peligrosidad.

—Veo más cerca el 6 a 0 que el 5 a 1 —comenta David.

Müller patea. Julio César la saca con mano cruzada. Los torcedores canta “Mil gols”.

Brasil parece escuchar el cántico que viene de las glorias del pasado. Oscar se corre la línea. Lanza el centro. Fred puede pechar el balón hacia adentro. No lo hace. La gente lo chifla.

—Ei, Fred, vai tomar no cu! Ei, Fred, vai tomar no cu! Ei, Fred, vai tomar no cu!…

El cántico vira a:

—Ei, Dilma, vai tomar no cu. Ei, Dilma, vai tomar no cu. Ei, Dilma, vai tomar no cu.

—¿Qué están diciendo? —Pregunta David.

—Se refieren a Dilma Rousseff, la presidenta de Brasil, le dicen que se vaya a tomar por el culo. He oído que si Brasil ganaba el campeonato salía reelecta. Si no, pierde la reelección.

Maicon entra por la izquierda, domina, hace un regate. Se tira. Los alemanes le piden al árbitro que le muestre una amarilla por fingir.

¿Desde cuándo a acá los brasileros se volvieron “piscineros”? la situación me lleva a pensar en todos esos “torcedores” que criticaron a Felipão por traer al mundial a un equipo demasiado joven. Dejó a las estrellas por fuera bajo la presunción de que les gusta mucho la rumba. Igual criticar al capitán durante el naufragio es injusto. Ya habrá tiempo de hacerlo. Eso sí, la prensa brasilera y la torcida serán implacables.

Klose sale. La pantalla lo muestra bebiendo agua. Otra cámara enfoca a Ronaldo “fenómeno” en una de las cabinas del estadio con un micrófono frente a la boca.

Alemania ataca de nuevo. Julio César salva la puerta de Brasil. La “verde-amarela” responde. Paulinho hace una chilena que sale desviada.

Entro en un silencio profundo. A este punto me importa la forma en que voy a llegar al hotel. ¿Qué va a pasar? ¿Cómo asumirán la paliza los brasileros? Esto es un “Mineirazo”. Espejo del “Maracanazo” en el que Brasil perdió la final del mundial del 50 con Uruguay por 2 a 1 y hubo centenares de muertos.

Alemania lanza un ataque por la derecha. Lamb la recibe en el área. La filtra en un pase de la muerte a Schürrle. El delantero patea. Toma a Julio César a contra pierna. El disparo lo vence.

Gol.

—Esta es la peor derrota del fútbol brasilero en la historia —señala David.

No respondo.

João luce en un trance silencioso. El corinthiano también. A donde mire encuentro caras largas. Miradas de tristeza, descrédito y bochorno. Dudú y Arturo bogan una nueva cerveza. La borrachera parece aplacarles el dolor. Los ojos llorosos del “torcedor” con el peluqueado del balón son el reflejo de un sentir general. Un chileno llega, le acerca la cabeza hacia su pecho. Lo consuela.

El partido trascurre en la mitad del terreno. Los espectadores alemanes saltan sin descanso del otro lado del estadio. El silencio persiste.

—Y en nuestra casa… —lo rompe Dudú.

David Luiz hace un aire. Müller le gana el balón. Terminan enfrentados a palabras.

La frustración de la hinchada se traduce en nuevos cánticos. Vienen de torcedores ubicados en otros lados del estadio. Los que están a mí alrededor guardan silencio. No hay nada que decir. Encajar el golpe. Terminar de vivenciar la pesadilla. Alejarse del momento. Esperar a que el tiempo le eche segundos encima, lo cubra con un poco de olvido. Es lo que se hace con todo lo que se vuelve inevitable.

Alemania lanza un nuevo ataque por la punta izquierda. Schürrle se la pasa a Müller. El delantero se voltea con la marca de Marcelo. Logra devolver el pase a un extremo del área. Schürrle duerme el balón con la izquierda. Lo deja picar. Remata un riflazo con pie derecho: vence a Julio César, golpea el horizontal, entra al arco de pica barra y se enreda en la red.

—¡Esto es de no creer! —Exclama David.

João se levanta. Aplaude. El estadio entero alaba la victoria apabullante de Alemania.

Cuando una superioridad se vuelve tan notoria el perdedor hace la venia. Por suerte esto no es el circo romano y el emperador no bajará el pulgar en señal de muerte para los derrotados.

Rodarán cabezas de otra forma. Una en la que entrenador y jugadores perderán el puesto. Es bueno saber que por lo menos algunas cosas han mejorado en este mundo plagado con desilusión…

—Alemania está jugando a media marcha. Si acelerara un poco nos meterían diez —dice el “torcedor” con el peluqueado del balón.

Los teutones se hacen pases. Los propios brasileros le cantan el ole a su equipo.

—Qué humillación –admite João.

Ramires hace un tiro desde fuera del área. Neuer lo ataja. Toma la bola. Saca con el brazo hasta media cancha. La bola le vuelve en la siguiente jugada. Oscar lo empuja. Neuer ni se inmuta.

—Ese portero tiene huevas de toro —comenta David.

Abren el micrófono del estadio y un hombre da indicaciones en alemán.

—Seguro les habrán dicho que salgan antes —comenta Jairo.

—Más bien que salgan después —lo contradigo.

Hacen el anuncio en inglés.

—La Federación Alemana de fútbol sugiere a los hinchas alemanes permanecer en el estadio una vez acabado el juego, y estar atentos a las nuevas instrucciones.

Brasil espera el final del juego. Todo mundo quiere que termine. Los torcedores jamás han visto a Brasil perder así. Tiene que ser la derrota más traumática desde el “Maracanazo”. Y eso que en esa época no había señal de televisión. Esta la está viendo todo Brasil. El mundo entero.

Oscar tiene una nueva jugada. Remata desviado. Brasil teje un avance que se parece al cuarto gol que Carlos Alberto le metió a Italia, a pase de Pelé, en la final del Mundial México 70.

Oscar remata por arriba.

Neuer saca rápido. Alemania contragolpea. Le filtran un pase a Özil entre David Luiz y Marcelo. El mediocampista queda mano a mano frente a Julio César. Remata a un lado. La bola lame el palo.

—Era el 8 a 0. Algo así ya hubiera sido ridículo —David enciende el grabador de su celular, hace un paneo de la cancha, lo voltea. Le habla al lente—. Estamos presenciando historia, un 7 a 0 de Alemania – Brasil, en la semifinal del mundial 2014. Un auténtico “Mineirazo”. Los brasileros están llorando, el ambiente está pesadísimo en el estadio, solo esperamos que no haya muertos…

Brasil contragolpea. Pase al vacío. Oscar pica por la izquierda. Entra al área. Hace una finta hacia adentro. Boateng pasa de largo. La bola corre hacia el punto penal. Oscar la busca. Manda un derechazo cruzado. El disparo supera a Neuer. Infla la red.

Los brasileros lo celebran sin entusiasmo.

—A la hora que llega —comenta João.

El gol de la honrilla a estas alturas es como ganarse el Nobel un día antes de morir, luego de haber usado una letra escarlata durante toda la vida.

El cuarto árbitro indica dos minutos de adición. El juez ni siquiera los da. Pita el final del partido. Algunos jugadores de Brasil se lanzan al piso. Cubren su rostro con las manos. Lloran. Lloran como algunas otras personas y el “torcedor” con el peluqueado del balón, a quien se le escurren las lágrimas.

El chileno toma su cabeza entre los brazos. Lo consuela de nuevo. Ni siquiera encuentro las fuerzas para hacer lo mismo con João. Los brasileros tampoco encuentran el ánimo para levantarse. Pareciera como si la derrota los hubiera dejado atontados,  dormidos, como el boxeador que se despierta y se da cuenta que lo llevaron a besar la lona.

Poco a poco empiezan a dejar el estadio.

—Me voy. Cuídense —dice David.

—¿Qué vas a hacer? —Pregunta Jairo.

—Tal vez esperar y salir con los alemanes. O no, qué va. Me voy de una vez.

Seguimos a los “torcedores”, bajamos, ubico el sector por el que entré, me despido de Jairo y camino con cierto apuro. El resguardo de la bandera de Brasil me hace pasar inadvertido en la penumbra. “Torcedores” con caras que hubieran podido terminar en los cuadros de Edvuard Munch, la mayoría silenciosos, escalan la calle junto a los restaurantes. Llego a la intersección. Bajo con el mismo paso apresurado. Llego hasta las bardas del primer control policial.

Una joven se me aproxima con rapidez. Me mira a los ojos. Le brillan. Es hermosa.

—¿Eres colombiano?

—Sí.

—Soy reportera de un canal de Claro. Nos das una entrevista —pide con acento antioqueño.

El camarógrafo ubica el lente con la estación de MOVE al fondo.

—En Colombia le estaban haciendo fuerza a Alemania. Usted se la hizo a Brasil. ¿Por qué?

—Los brasileros son gente muy querida. Le hicieron fuerza a Colombia en los partidos de la primera ronda y contra Uruguay. Lo que pasa es que Colombia se equiparó a Brasil y quedamos resentidos con el juego brusco y el arbitraje de los octavos, pero los colombianos siempre hemos sido “brasilerófilos”.

—¿Está triste?

—En shock, aunque soy cronista y me siento privilegiado al haber podido vivir uno de los partidos más importantes de la historia.

—¿Ahora qué?

—Volver lo antes posible al hotel. El ambiente adentro del estadio estaba muy pesado. No se sabe cómo van a tomar la derrota los torcedores.

Me agradece y comenta fuera de cámara, que el director les prohibió salir del hotel. Lo señala al otro lado de la calle.

—Ya nos vamos a guardar —añade.

Nos despedimos, compro el pasaje, entro a la estación y me embuto en el primer bus número 50 entre otras personas que lucen la camiseta “verde-amarela”. Por fortuna la mayoría son extranjeros. El bus para en la siguiente estación. Cinco torcedores entran a los empujones. Nos espachurran aún más entre el corredor del bus, al punto en que la barriga de un californiano me presiona. No tengo espacio para quitármela de encima. Hablamos algunas cosas al tiempo en que los “torcedores” golpean el techo del bus con las palmas. Cantan “Mil gols…”, en un alto estado de ebriedad.

—¿Vas a la final? —Pregunta el californiano.

—Voy a Río. La veré en el “Fan Fest”. ¿Tú vas?

—Sí, tengo boletas. Mi hermana trabaja en Johnson & Johnson y me dio unas de cortesía.

—¿No tienes una que te sobre?

—Solo me queda la mía. Aunque te la podría dar. Todo depende de cuánto estés dispuesto a pagar. Se están vendiendo en cinco mil dólares.

—No pagaría un centavo. Detesto a los revendedores.

Los torcedores siguen cantando. No dejan de saltar. El bus llega a la estación de la “rodoviaria”. La mayoría de personas se bajan.

Una Brasilera sube. Ve la bandera de Brasil.

—Qué vergüenza. Debería darles vergüenza por el resto de la vida.

El bus cierra sus puertas. Cristina Santos me saluda con su sonrisa triste detrás del vidrio. Luce una camiseta con el rombo azul de la bandera y su leyenda: “Ordem e progresso”. Sus párpados maquillados y labios pintados de rojo brillante al contraste de su piel morena, la hacen ver hermosísima.

Quedo perplejo por la casualidad. Atino a decirle que suba. Obvio. Es imposible. Niega con el dedo. Está en compañía de una adolescente que me mira con interés. Hace señas de que se van a casa. El bus se pone en marcha. La pierdo de vista. Quedo aburrido. Con una sensación de vacío peor a la de antes. Las calles del centro lucen desoladas. El bus para en la estación de la avenida Amazonas. Desciendo. Camino por la rua dos Carijós en compañía de algunas otras personas que se bajaron y vuelven con premura. Algunos vagos con harapos nos miran con intensidad desde sus cambuches compuestos de colchones acomodados en la acera.

Doy los últimos pasos. Entro al Comodoro Tourist Hotel. Romualdo está viendo Globo TV con otro de los empleados.

—Mira lo que está pasando en las afueras del Mineirão.

Las imágenes muestran a la policía correteando “torcedores” que causan disturbios.

—¿Cómo pudo pasar algo así?

—Es inexplicable. Algunos huéspedes salieron a mitad del tiempo, vinieron por sus maletas e hicieron el “check out”.

Subo al noveno piso con la incredulidad atorada en medio del pecho. Entro a Facebook y escribo:

“Con completo descreimiento. Los brasileros no lo podían creer. Con el 5 a 0 a los veintinueve minutos del primer tiempo algunos se fueron. Luego empezaron las peleas. Entré en un silencio profundo. Tuve miedo porque tenía la camiseta de Colombia y podían empezar a echarme la culpa puesto que Zuñiga lesionó a Neymar. Tan pronto acabó el partido empezaron a llorar. Salí del estadio, caminé con prisa y tomé el bus al centro de la ciudad. Acabo de llegar al hotel. Afuera hay un ambiente en el que cualquier cosa puede pasar. Sorprendido aún al haber presenciado uno de los partidos más históricos del fútbol mundial. Un “Mineirazo” era posible, pero no por 7 a 1…”.

Llamo a mamá a Bogotá.

—¿Puedes creer lo que pasó?

—Ese equipo alemán es impresionante. Jugaron con una seguridad absoluta. Unos pases perfectos. No tenían nada que hacer los brasileros. Y qué bien que los hayan goleado ya que se manejaron muy mal con Colombia. Se lo merecían. Incluso Pelé dijo que el fútbol que jugó Brasil en esta copa es terrible. Jugó al que más patadas diera. Aquí todos quedamos muy contentos.

Cuelgo.

Incluso mamá está en contra de Brasil. Me hubiera encantado saber qué diría papá. Hace cuatro años, por esta misma época, le dio el infarto que aceleró la fibrosis pulmonar. Ese maldito monstruo mudo que se lo llevó en seis meses.

Pensar en él me pone aún más triste. A mi soledad la aumentan las sirenas y gritos que se escuchan por fuera de la ventana.

Vuelvo a Facebook. Cristina escribió: “To triste e feliz ao mesmo tempo pq te vi! Decepcionada pelo Brasil. Não jogou nada. Foi muito triste e humilhante pra todo povo brasileiro”.

Me comenta que estaba con su prima, ya está de regreso en Pampulha y se fue de la praça Savassi porque empezaron las peleas y la policía tiró unas bombas de gas lacrimógeno.

Las publicaciones de los muros muestran a los colombianos felices:

Federico López pone: “El único alemán que les puede ayudar en este caso a los amigos brasileros es ALZHEIMER… Y les toca irse en un bus Mercedes Benz???… Muy cagado Neymar que tiene un Pastor Alemán!!!…”. (Acompaña el chiste con el montaje de una foto del astro brasilero acurrucado en la cancha con un perro que lo monta por detrás). Termina con este: “Amigos brasileros no deberían estar tristes… si jugaron muy “legal”.

Siro Pérez subió una foto del equipo alemán con los nombres de los jugadores de Colombia. Escribe: “Gracias Alemania. Toda Colombia feliz. Este partido es por ustedes. Se hizo justicia”. Tiene una de Neymar con el pulgar levantado. Dice: “Gracias Zúñiga por sacarme de este mierdero”. Viene firmada por noticias Millos.net.

María Bolaños escribe: “Sí, sí Alemania… Sí, sí, Justicia… ¡Grande Deutschland!… Alemania le manda preguntar a Colombia que si así está bien o si le meten más goles a Brasil… Alemania tiene 45 millones de habitantes más. Y somos colombianos… Qué alegría… Brasil, Alemania tu papá. Y lo de Yepes sí era gol…”.

“Papo” genera algunas imágenes con las que se burla de la derrota. Luego escribe: “Terminó el viaje de Brasil en el mundial. Como un fervoroso hincha de mi selección hoy me desahogué con humor por lo que percibí en el contexto estrictamente futbolístico como justicia. No se sí lo sea, pero es la esencia del hincha y del deporte, la competencia.

Ahora, yo fui uno de los afortunados que pudo acompañar a Colombia en su viaje por Brasil, y como colombiano y turista fui atendido increíblemente y bienvenido por cada uno de los Brasileros que conocí en dos semanas. A todos mis amigos brasileros, esto es solo fútbol, el guayabo pasa, gracias por su hospitalidad, tienen un país hermoso y ojalá volvamos a ver ese “jogo” bonito pronto para encontrarnos en la cancha y dar un buen espectáculo”.

Leo algunas respuestas a mi publicación:

Felipe Rodríguez-Mattern: “Usted es muy de buenas, pero hágase el fa y no salga, y quítese la camiseta joven, no va y sea…”

Diana María Valencia Duarte: “Eduardo, qué tontín o qué valiente, no hagas eso hombre, por dios”.

Álvaro Parra Hernández: “Situación difícil la del pueblo, y ahora, cuando termina el circo y tienen que regresar a la realidad de conseguir el pan, la tensión se sube al límite”.

Andrea Borraez: “¡Qué susto! ¡Y qué increíble el marcador! ¡Nadie se lo cree!”.

Ale Diaz. “Se salvó de que lo convirtieran en antorcha humana”.

Bruno Giraldo Salazar: “Más varón ud que se va con la “amarela” de Colombia… Pero creo que presenció el mejor partido de la historia alemana, y de los más importantes de la historia del fútbol”.

Papo: “Wow Bech, cuando pensamos que nada más increíble podía presenciar… pasó y ahí estuvo usted. Ojo estos días por allá”.

Miguel Alberto: “Bechi ten cuidado porke están realmente desconsolados”.

Claudia Mar Ruiz: “No puede reinar el miedo frente a una derrota clara, contundente y justa. Brasil asimila una lección durísima. Es una nación que va a demostrar —con la gracia y alegría que los distingue—, que perder un partido de futbol en un mundial no va a igualar el costo y el dolor que su gobierno le causó a los pobres que fueron afectados por su ambición de ser una super-nación anfitriona (en vía de desarrollo)… Lección aprendida sin violencia. Saber perder es anotar el más hermoso gol”.

Alexandra Velandia: “A Brasil le paso lo q le paso por jugar sucio con COLOMBIA… Porq quien merecía haber estado jugando con Alemania no eran ellos… Dios es justo y no se queda con nada, y se sabía q Brasil tenia q perder…”.

Haydee Bejarano de Cadena: “Como escritor has puesto en evidencia lo vivido. Qué buen relato. Tan bello. Brasil: qué triste, qué dolor de verlos tan humillados, ¿no? Que miedo que te hubieran dicho algo de Colombia, pero creo que ellos sabían que fue injusto para Colombia haber perdido este partido ante un Brasil tan flojo, con tan poco futbol”.

Nilda Del Carmen Guiñazu: “Realmente el mundo se sorprendió, nadie esperaba ese resultado, esa primicia en un mundial. ¡Qué peligro! No lleves puesta la camiseta de tu país, lo pueden tonar como una provocación. Hay que cuidarse”.

Neuza Miranda: “Tbem sugiro que não use a camisa. A revolta tomara conta do país e o jogador Zuniga será lembrado para sempre. Estamos perto das eleições e com a derrota histórica em breve manifestações irão acontecer. Perder faz parte más a tristeza e a humilhação tomou conta de todos nós. Ainda me resta um medo, se jogarmos contra a Argentina e perdermos, a humilhação será completa. O Brasil não merecia”.

Carmen Carrillo: “Fue inesperado. La fe de los brasileños en su selección era demasiada. El fútbol desborda las pasiones. Vaya con cuidado, compañero, no le vaya a tocar ser blanco de agresiones”.

Luis Eduardo Ramírez: “La prudencia es la mejor consejera en esto casos”.

Florencia Lagos: Qué miedo amigo. ¿Cómo reaccionará Brasil con las protestas más la caída del campeonato?… No lleves tu camiseta favorita puesta…”.

Cesar Hidalgo Vera: “Me estaba acordando. Podrías hacer “Aguafuertes”, como Roberto Artl.

Algunos otros amigos me piden que escriba una crónica.

Entro a eltiempo.com. Su portada expone la humillación sufrida por Brasil. El periódico “Folha na copa”, titula la noticia como “Massacrados. Alemanha destruiu Brasil 7 a 1 e vai para sua octava final”. Otros diarios brasileros titulan la derrota así: “Vergonha e humilhação histórica”, “Vexame no Minairão”, “Eterna desonra”.

Llamo a Fernando Barrera a Bogotá. Le comento que aún no salgo del asombro.

—Pueden pasar décadas para que Brasil se recupere del golpe —comenta—, pero tendrá que hacerlo. La vida sigue.

—¿Qué va a pasar con los jugadores del Brasil? Serán recordados por siempre como los responsables del 7 a 1.

—Por fortuna juegan afuera de Brasil.

—Algunos no. Fred, el más abucheado, es de Fluminense.

—Tendrá que cargarla a cuestas.

—Los demás también. Esta derrota no se las quita nadie.

—La vida es así…

Veo la repetición del partido en TV Sports. Revivo cada uno de los momentos en los que Alemania practicó ese juego de pases rápidos y precisión matemática.

Hacia la media noche leo por Facebook que reportan un muerto en Río de Janeiro. En São Paulo hay quema de buses, disturbios y saqueos. Pongo el noticiero. Muestra las imágenes de una fila de buses ardiendo entre la negrura de la noche. Algunas otras tomas son de peleas en la Praça Savassi y de disturbios en Copacabana.

Sirenas esporádicas y gritos se siguen escuchando afuera. Me cepillo los dientes, apago la luz del cuarto y entro a la cama. Recuerdo el artículo que habla de los jugadores del Brasil que hicieron parte del “Maracanazo”. La forma en que la derrota moldeó su existencia. Tuvieron que cargarla a cuestas por el resto de sus vidas. A donde fueron, siempre hubo alguien que se encargó de recordarles su fracaso. Supongo que estos jugadores serán recordados por el 7 a 1. A donde vayan habrá alguien que diga: “Ese es uno de los del 7 a 1”.

“Dá-lhe, dá-lhe, dá-lhe ôôôô”…, “Mil gols…”, y los demás cánticos aún retumban en mi cabeza. Curioso que la derrota de Brasil sea ahora la pesadilla. Hace unos días su victoria era pesadillesca en medio del llanto de Colombia. Una serie de sentimientos encontrados soplan su viento a través de las ventanas. Enfrían mi cuerpo.

La soledad me pega con su fierro invisible. Es la vida que elegí, no me puedo quejar. Ser testigo directo de los acontecimientos tiene un costo.

Imagino lo qué deben estar sintiendo los jugadores brasileros. Pasaron de héroes a peores villanos del mundo. Sus vidas jamás serán lo mismo. Fred es, desde ya, aquel delantero que jamás hizo un gol. Sus pucheros de niño regañado lo acompañarán en el recuerdo. Hulk, aquel hombre temible de sombra opaca. Su reflejo se ríe de él en el espejo. Bernard, intentó caminar en los pasos de Neymar. Y el terreno se volvió arena movediza. Dante, observador de ojos bien abiertos. Aún no sabe a qué hora terminó en las fauces de la mantis. Oscar, autor de la honrilla, dilapidó tres goles que hubieran podido intentar un equilibrio de balanza. Julio César, aquel gran portero que nada tuvo que ver en los siete goles, es: víctima-villano. Llora en silencio tras los cánticos de aliento… La vida es terrible en ciertos momentos. Me voy quedando dormido en medio de los gritos…

 

 

De la memoria «El mejor mundial de la historia»

www.eduardobechara.com

escarabajomayor1@gmail.com

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