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Dan Folk me esperaba en la esquina de las calles 12 y Arch, frente al Centro de convenciones de Filadelfia. Lucía unos pantalones habanos de dril y una camisa polo amarilla que se resaltaba desde lejos. En sus manos sostenía una chaqueta clara y una mochila oscura.

 

Apuré el paso bajo el sol de primavera que entibiaba las calles. Un grupo de estudiantes esperaba el cambio de semáforo para cruzar Arch.

 

Seguí adelante viendo la construcción del Reading Terminal Market, con la fachada en piedra labrada, sus ventanas rectangulares de hierro separadas por refinadas columnas, su elaborada cornisa sobresaliente y su gran techo de hierro verde y claraboyas, levantado en un gran arco extendido de un extremo a otro por la parte frontal.

 

Los estudiantes atravesaron Arch y pasaron bajo un aviso esquinero de color rojo, que indicaba el nombre de la vieja estación de tren convertida en un mercado público.

 

Una emoción notoria me envolvía, al saber que vería a quien podría ser el primer candidato presidencial de raza negra, en la historia los Estados Unidos. Pasé al lado del paradero del bus 23 de Septa y me detuve en el semáforo de la calle 12, por donde un taxi de color naranja, dejaba a un hombre con traje y corbata, que se bajó con un portafolio de cuero en la mano. Levanté la cámara y le tomé una foto a mi amigo del otro lado de la calle. Estaba justo debajo de una de las puntas del moderno edificio de ángulos rectos que se levantaba sobre él, forrado en lozas grises y ventanas horizontales decoradas con figuras cubistas en gruesas piezas de aluminio.

 

Dann movió su mano con la palma hacia él, indicando que me apurara. Esperé a que el semáforo detuviera el flujo de carros que transitaban por la 12 entre un túnel de techo curvo, en el que aparecían paneles cuadrados con luces redondas, que el propio centro de convenciones formaba con su gran estructura.

 

Atravesé la calle sobre los abandonados rieles del tranvía, llegando hasta una gruesa columna rectangular de la que se elevaba un alto poste de metal, con una larga pancarta vertical de color azul, blanco y rojo. Dan esperaba al lado de un vistoso aviso en el que aparecía en primer plano la estatua de William Penn contra el cielo y los trazos en blanco de la fachada en arco del mercado. Un título decía: “Welcome to Philadelphia”, en letras blancas y amarillas.

 

– Hola Dan, vamos bien -, le dije en inglés mirando el reloj.

 

– Sí, pero no perdamos tiempo -, respondió.

  

Caminamos hacia abajo, pasando por debajo de una estructura horizontal de concreto que pasaba sobre Arch, conectando al Centro de Convenciones con el Reading Terminal Market. Una larga ventana aparecía entre unos bordes de piedra, con cinco gruesas X de metal, dispuestas a lo largo.

 

– ¿Estás emocionado? -, le pregunté.

 

– Sí, pero no voy a estar tranquilo hasta que lo esté viendo -, dijo mientras entrábamos por una de las puertas de vidrio, a un espacioso lobby enchapado en mármol.

 

Tomamos un amplio corredor con un grueso tapete elegante de grandes rombos centrales y figuras geométricas de líneas rojas, verdes y habanas, que se extendía bajo un techo curvo iluminado. Diferentes secciones simétricas en las que había sofás de terciopelo y diversos salones, se apreciaban a lo largo. Iba pensando en la frase de un amigo brasilero, quien me dijo que los Estados Unidos demostrarían que en realidad son el país de la libertad, si eligen a un presidente de raza negra.

 

– Dan, espérate tomamos una foto -, le dije encuadrándolo en la pantalla.

 

– Voy a confiscar tu cámara hasta que estemos adentro – respondió.

 

– Relájate, ya vamos a llegar -, comenté tomándole una foto que salió corrida, en la que apareció con su pulgar levantado indicando el final del corredor.

 

Seguimos adelante detrás de algunas otras personas, hasta que llegamos a un amplio y alto hall enchapado en mármol gris, en el que había varias personas con camisetas, pines y escarapelas de Barack Obama. Mostramos nuestros tiquetes amarillos que decían: Entrenamiento de Voluntarios con Barack Obama, que nos había dado Vanessa Baden, una de las líderes juveniles en la Universidad de Temple. Nos indicaron ir por el ala izquierda que llevaba al Salón A.

 

Nos apresuramos, subiendo por la escalera entapetada, al borde de unos pasamanos de aluminio que daban contra una gruesa baranda enchapada en mármol. Una simpática señora de raza negra con amplia sonrisa, pelo canoso, gafas, escarapela colgada al cuello, chaqueta naranja y camiseta negra que decía Obama, nos entregó un panfleto a medio camino.

 

– Sonríe -, le dije, levantando la cámara y tomando una foto. – Salió borrosa, te voy a tomar otra -, indiqué tomando una más. – Esta quedó oscura -. Volví a tomarla. –  Cerraste los ojos -. Se quitó las gafas, abrió la chaqueta para que se viera el nombre de Obama en naranja. Sonrió y la tomé. – Quedó perfecta – le dije.

 

– ¿Para dónde va?

 

– Para el blog de un periódico en Colombia.

 

Terminamos de subir hasta que nos paramos en la fila, detrás de una señora afro-americana.

 

– El inicio de la fila está ahí – dijo Dan, señalando a unos tres metros hacia arriba, por donde comenzaba la escalera. – Estamos a nada -, manifestó contento estrechando mi mano.

 

– Ahora si tomemos una buena foto -, le dije dirigiendo la cámara a su rostro. Tomé una en la que se advirtieron sus rasgos de ancestros europeos, con su sonrisa de dientes alineados, sus pequeños ojos azules, su piel clara bien afeitada y su pelo castaño cortado al ras.

 

– ¡Maldita sea! -, exclamé. – Se encendió la luz roja que indica que la pila de la cámara está muriendo – dije.

 

– Yo tengo una cámara – indicó.

 

Dos jóvenes mujeres de raza blanca y pelo claro, sosteniendo unos vasos de cartón con café en sus manos, se pararon detrás de nosotros en la fila. A los pocos segundos llegó otro grupo de jóvenes de rasa blanca y pelo rubio.

 

Miré a otras personas que llegaban, pensando en que sí sería una proeza que Barack quedara presidente, luego de los crudos antecedentes de racismo que cruzan la historia de los Estados Unidos.

 

– Dan, ¿Hillary y Barack van a cada Estado?

 

– Sí, la elección del candidato demócrata es un largo proceso de un año y medio. Es algo ridículo si lo piensas, porque todo éste dinero podría ser gastado de otra forma. Hace un par de semanas hicieron una encuesta en Pensilvania y Obama estaba por debajo de Hillary en unos quince a veinte puntos. Ahora sólo está por debajo en un cinco por ciento. Es algo así como cuarenta y siete por ciento contra cuarenta y dos por ciento – mencionó, mientras yo observaba los balcones de figuras rectangulares de mármol en los que se veían dos grandes materas grises con helechos y unas esculturas circulares de cobre, sobre dos columnas que terminaban en lo alto. – En el noticiero MSNBC, uno de los corresponsales dijo que para que Hillary pueda ganar el voto popular, (lo que significa que la mayor cantidad de personas voten por ella), necesita vencer en cada uno de los Estados que faltan por más de un catorce por ciento. Eso es algo que nunca va a pasar -, concluyó moviendo su cabeza hacia los lados. – Para que veas la ventaja que Obama ya le lleva. Esta contienda no está tan cerrada como todo el mundo cree.

 

La fila se fue extendiendo por el amplio hall del centro de convenciones, pasando por enfrente de una puerta de metal troquelado, en el que unas letras plateadas decían: To Market Street, Trains & Lowels Hotel.

 

– Algo que es bien interesante, es la diversidad que hay entre los asistentes. Mira a tu alrededor; hay una mezcla muy bonita de gente. Detalla que hay personas mejor vestidas que otras. Unas que se ve que tienen un amplio poder adquisitivo en contraste a otras que no. Eso es lo que me gusta de Obama. Ha unido al país –, dijo Dan. Miré y vi a un mulato, unas niñas de pelo claro con camisetas azules que decían: “University of Pensilvania with Obama”, otro tipo con sombrero de lana y pelo rasta, una joven blanca de pelo oscuro y chaqueta negra. Un hombre con un sombrero de mariachi relucía abajo. Infinidad de anglosajones, afro-americanos, personas de edad, jóvenes, trabajadores y ejecutivos bien trajeados conformaban la fila, que iba por la otra esquina del inmenso hall. – Esto te muestra lo atrayente que es –, concluyó él.

 

Me volteé dirigiéndome a las jóvenes detrás de nosotros: – ¿Por qué sería importante para los Estados Unidos que Barack saliera ganador? -, les pregunté.

 

– Hay mucha gente que tiene buenos planes para el país, pero muchos de ellos están influenciados por los intereses de las grandes empresas -, respondió una con timidez.

 

– ¿Barack no?

 

– No al punto de otros, como Hillary por ejemplo.

 

Me entretuve viendo unos trabajos artísticos de alambres enrollados, que pendían del alto techo circular de hierro y claraboyas que dejaban entrar los últimos rayos de la tarde.

 

– Dan, ¿qué fue lo que dijiste el otro día? Que Hillary es artificial.

 

– Dije que es postiza.

 

– ¡Mentirosa! -, exclamó la señora afro-americana de chaqueta negra de cuero, camisa lila y gafas, enfrente de nosotros. – Es una mentirosa. Se inventó la historia de Bosnia. Es igual que el resto de políticos: dice puras mentiras –, manifestó con movimientos marcados que su boca pintada de rojo dibujó.

 

– ¿Cuál es esa historia? -, le pregunté a Dan.

 

– Invento que un francotirador le disparó en Bosnia. Después miraron el video de cuando ella dice que eso pasó y todo estaba tranquilo.

 

– ¿Por qué inventó eso?

 

– Sólo para decir que había corrido peligro. ¿Qué se yo? La pelea encarnizada entre Hillary y Obama, en la que se sacan sus trapos al sol, como lo del pastor de Barack, Jeremiah Wright, que odia a los Estados Unidos, lo que está haciendo es debilitando al partido demócrata y fortaleciendo a McCaine. Hay qué ver qué pasa después de las elecciones en Pensilvania, que es un Estado crítico, ya que es muy grande y representa muchos votos electorales. Pero si Hillary pierde, debería retirarse.

 

– Al principio nunca se sabe por quién vamos a votar aquí en Pensilvania. Los candidatos tienen que ganarse nuestra confianza -, dijo la señora afro-americana, mascando chicle de manera exagerada.

 

– ¿En qué trabajas? -, le pregunte.

 

– Soy trabajadora social -, comentó apoyándose en un bastón de aluminio, subiendo su pesado cuerpo por el escalón.

 

– La fila empezó a moverse -, dijo Dan emocionado.

 

 

Espere la crónica: De cara a Barack Obama parte (II) muy pronto. Lea la crónica: De cara a Hillary Clinton en www.eltiempo.com/participacion/escarabajomayor

 

Vea más fotos en www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com

 

 

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