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Nota al lector: Así fue el discurso de Obama al norte de Filadelfia, a dos semanas de las elecciones presidenciales del cuatro de noviembre.

 

Cruzo Master Street frente al Leon H. Sullivan Human Services Center. Las hojas amarillas y ocres de los árboles forman un bonito juego de colores. La fila se vuelve una gruesa afluencia de gente caminando a paso acelerado. Algunas personas resignadas dan media vuelta y se alejan del lugar. Otras corren hacia los diferentes puntos de acceso. La guitarra de The Edge resuena por las cuadras acompañando la voz de Bono. ¡Maldita sea! De haberme levantado antes de seguro lo estaría viendo.

 

Continuo caminando entre el torrente de personas que se resisten a perder la esperanza. Las notas de la canción de U2 generan una energía especial en el ambiente, presagio de algo extraordinario. Continúo hacia delante pasando al lado de la fachada roja del United Bank y la fachada verde del Citicens Bank, diagonal al centro comercial Avenue North. En su estructura negra de vidrios aparece un tablero digital publicitando la última película de Woody Allen, Vicky Cristina Barcelona.

 

La turba se apiña en la entrada de Progress Plaza, junto al Services Building de la Universidad de Temple. El sol me encandelilla mientras me abro camino entre la gente. Oigo la voz de Obama por los parlantes y el público estalla en júbilo. Vitorean su nombre. ¡Obama! ¡Obama! ¡Obama! ¡Obama! ¡Obama! ¡Obama!

 

Un hombre filma el evento desde una plataforma plegadiza que se levanta a varios metros de altura. Unos policías posan detrás de sus gafas oscuras. Pancartas con la frase CHANGE WE NEED se levantan a uno y otro lado del lugar. Una enorme bandera de los Estados Unidos se extiende de punta a punta en la parte norte de la plaza. Ubico un lugar a medio llenar y me dirijo hacia allá. Barack saluda a «North Philly» y empieza su discurso diciendo que todas las personas presentes hacen parte del cambio. El ambiente es eufórico. Hombres y mujeres gritan. Uno dice: «Te amamos Barack; tú eres el cambio; demuéstrales cómo se hace».

 

Unas bardas de metal separan a la gente que alcanzó a entrar a la zona privilegiada. Veo la figura de Obama a unos 35 metros, elevada sobre una plataforma contra los rayos del sol. Luce una camisa blanca arremangada y unos pantalones oscuros que le dan un aire informal. Apoya su brazo en un atril de madera frente a unas tribunas improvisadas.

 

Antes de las elecciones del partido demócrata, lo vi en el centro de convenciones de Filadelfia. En esa ocasión presidía un encuentro para voluntarios de su campaña. Fue un día de mayo en el que dijo que no apoyaría el tratado de libre comercio con Colombia. Lo tuve frente a mis narices y sentí ganas de darle un puño. A veces fantaseo en qué sería de mí si lo hubiera hecho. La imagen le hubiera dado unas cuantas vueltas al mundo.

 

Escribo en mi libreta lo que dice: «Podemos retomar la confianza en el país. Debemos enfocar nuestros esfuerzos en levantar a las familias que están teniendo problemas, familias como las de ustedes. El senador McCain aún no entiende esto».

 

Unos guardias con traje militar, vigilan con binóculos desde el tejado del almacén de Radio Shack. El tema de seguridad es crucial. El asesinato de Obama cambiaría la historia de los Estados Unidos y la del mundo entero. Hace poco se detectó un plan para matarlo y dos ‘redskins’ fueron detenidos en Tennesse. Desde donde estoy podría ser víctima de un atentado. Cuando presté servicio militar, daba en la diana a más de 150 metros en los polígonos del Batallón de Caballería en Bogotá. Y eso era con mi viejo fusil alemán G3 A3 en 1992.

 

Me preocupo al pensar que llegué hasta aquí sin que nadie me requisara. Miro las ventanas del edificio de servicios de Temple, en las que podría esconderse un francotirador. Desde los pisos más altos Barack sería un blanco fácil con un rifle de mira electrónica.

 

«Los Estados Unidos están buscando a un presidente que una a los norteamericanos, no uno que los divida», dice con energía. «No podemos soportar cuatro años más de lo mismo. Tengo una pregunta: ¿Quiénes han estado al frente de la economía por los últimos ocho años? Uno no puede darse golpes en la cabeza y no darse cuenta de que está sangrando».

 

– Demuéstrales cómo se hace Barack -, grita un hombre con su hija en hombros. La niña luce un saco de flores rosadas y una gorra roja sobre sus trenzas.

 

«Se que ustedes aquí en Filadelfia son personas sofisticadas. No quiero que otros vengan a decirles que ellos representan el cambio. La palabra cambio no es un eslogan. Filadelfia y Pensilvania están doliéndose. Las personas están perdiendo sus trabajos más rápido de lo que podría pensarse. Yo quiero ser un presidente que los ponga a Ustedes de primero. ¿Cuántas personas ganan menos de un cuarto de millón de Dólares al año? Levanten la mano». La gente lo hace.

 

– ¡Obama! ¡Obama! ¡Obama! ¡Obama! ¡Obama! ¡Obama! -, gritan.

 

«Uno no le sube los impuestos a las personas de clase media. ¿Ustedes creen que tratar a todo el mundo de la misma manera es hacer el cambio?»

 

– ¡Claro que no! ¡Claro que no! -, grita el hombre a mi lado.

 

«Vamos a acabar la guerra en Irak y poner al país sobre ruedas de nuevo. Mi compromiso es gastar el dinero que pagan en impuestos de forma en que Ustedes lo vean».

 

– Diles Barack, diles, diles Barack, – grita de nuevo el hombre. Saco la cámara y le tomo unas fotos. Me tomo una foto con él. Es un hombre afro-americano de mediana edad que sonríe mostrando sus dientes. Viste una camisa de rayas sobre una camiseta negra. Una cadena dorada sobresale en su pecho. Le muestro la foto en la pantalla y dice: – Great picture bro.

 

«Todos podemos hacerlo Philly, lo hemos hecho antes. Todos aquí tenemos una historia de sobreponernos a una vida dura. Puede que muchos hayan dicho: no fui a la universidad pero mi hijo si podrá hacerlo. We need to create a history of overcoming!», grita.

 

Un hombre con un saco de sudadera café con la palabra Venezuela impresa en su espalda, lleva su puño al aire en señal de victoria. Otros le toman fotos y lo filman con teléfonos celulares.

 

«Necesitamos crear una historia de superación. Puede que algún día ese hijo por el que tanto se han sacrificado pueda correr por la presidencia de los Estados Unidos de América». La gente grita levantando pancartas de Obama y Biden. Banderas de los Estados Unidos ondean en algunas partes de la plaza. «Así es como podemos ganar Philly y Pensilvania, todos unidos. Gracias y que Dios los bendiga a todos».

 

La gente vitorea y empieza a gritar: – Yes we can! Yes we can! Yes we can! ¡Si se puede! ¡Si se puede! ¡Si se puede!

 

Suena de nuevo City of blinding lights y la gente a mi alrededor agita la mano despidiéndose de Obama. Poco a poco empiezan a caminar hacia Broad con sonrisas. Sin lugar a dudas Barack constituye un punto de quiebre. De ganar las elecciones Estados Unidos le estaría demostrando al mundo que es en realidad un país de oportunidades. Volvería a encarrilarse en la dirección de sus antiguos aliados y un nuevo orden mundial aparecería en el horizonte. La imagen de la superpotencia con actitud de matón quedaría relegada a la era Bush. El petróleo dejaría de ser un factor predominante en las tensiones mundiales. Se le daría paso a una revolución verde, en donde los medios alternativos de energía serían los actores principales.

 

Camino hacia Broad topándome con un hombre de barba clara. Su piel es tan roja como un tomate. Sostiene un cartel que dice: «Hockey players for Obama». Le tomo una foto a un hombre de raza negra cuya piel contrasta con una camisa y gorro blanco.

 

Barack es un símbolo que unifica y reúne diferentes pensamientos. Es pluralista, entiende que el mundo es de todos y que las personas deben aceptarse sin importar su raza, credo o condición. Más aún, encarna el sueño de que todos puedan trabajar juntos. Que no sólo en los Estados Unidos se unan blancos y negros, latinos, asiáticos, árabes y demás minorías, sino que ese mismo pensamiento se extienda por el planeta y occidente se entienda con el mundo musulmán, Asia, África y América Latina. El sueño de que todos juntos podamos construir un mejor universo toma fuerza, porque antes que nada, Obama es una persona incluyente, un hombre de varios mundos que ha vivido en carne propia las dificultades de crecer en una casa con recursos limitados, pertenecer a una raza discriminada y no ser ni de aquí, ni de allá.

 

Un calvo de barba blanca hace un gesto y se inclina hacia delante. Lleva una calcomanía de Obama pegada sobre su camisa a la altura del pecho. Disparo la cámara al tiempo en que alguien me llama por la espalda.

 

– ¿Te acuerdas de mi? -, me pregunta una mulata de cara rolliza y trenzas que luce una camiseta polo rosada con verde.

 

– Sí, Sheila -, le digo. Es una mujer a la que conocí en el ‘ghetto’ hace un año cuando una casa se estaba quemando a una cuadra de la mía. Las luces rojas de los carros de bomberos titilaban entre el humo. Un olor a madera quemada invadía el aire frío.

 

– ¿Qué pasó? -, le pregunté en aquel entonces.

 

– Lo que siempre pasa cuando llega el invierno al norte de Filadelfia. Los que no pueden pagar el gas queman madera -. Sheila vive en Diamond Street en una casa de tres pisos con un mural de un jardín encantado.

 

– No te volvía a ver en el barrio -, me dice.

 

– Tuve que salir corriendo. Una banda de narcotraficantes pensaba que era un agente encubierto. Ahora vivo en el centro.

 

– El barrio se ha ido volviendo cada vez más peligroso. Es la crisis.

 

Un hombre afro-americano luce una camiseta negra con el rostro de Barack en pequeños círculos de colores. Levanta un panfleto que lo protege del sol. Broad anda convertida en un mar de personas. Una mujer levanta una camiseta blanca en la que salen Obama y Biden debajo de la frase: «Change we can believe in».

 

Obama entiende que gran parte de su éxito depende de la forma en que se relaciona con las personas. Ha llegado hasta acá sobrepasando obstáculos étnicos. Es un idealista pero tiene los pies en la tierra. Actúa, es metódico y sabe que todo es posible. Su lema «la gente ordinaria puede hacer cosas extraordinarias», es tan poderoso porque detrás de cada individuo hay un ser común y corriente con la expectativa de hacer cosas extraordinarias.

 

Una calcomanía de Latinos por Obama aparece pegada en la ventana de un carro. Policías ordenan el tráfico, los vendedores de camisetas hacen su agosto y todo mundo parece volver a la realidad.

 

Su mayor atributo es la humildad. No es soberbio aunque trata a los soberbios con soberbia y a los humildes con humildad. Reacciona con calma y siempre mantiene el control. Se tiene gran confianza y es consciente de que el cielo es el límite. Esta abierto a escuchar otros puntos de vista, sobre todo cuando se trata de opiniones contrarias; todos atributos de un gran líder.

 

El ambiente es festivo y se respira un aire carnavalesco. Del otro lado de la calle algunos estudiantes vitorean su nombre. Otros que se las tiran de ser ‘cool’, posan para la foto sentados sobre una saliente de una casa de tres pisos que sirve de sede a una fraternidad. Algunas rubias con gafas oscuras hacen la V con sus dedos.

 

Como persona de ideas liberales me colma saber que soy testigo presencial de un fenómeno sin precedentes. Siendo colombiano, Obama me genera inseguridades. Su antipatía hacia el país y su inclinación por las ideas de izquierda, podrían hacer pensar que Colombia se puede quedar sola luchando contra la Venezuela de Chávez. Aunque eso parece difícil de creer. Obama es un tipo sensato. Como me lo dijo Rafael Páez, un lector del Tiempo que vive en Nueva York y me escribió un correo: «…como colombiano difiero un poco del concepto que tiene hacia la política exterior con nuestro país, y se lo atribuyo a la desinformación o información errada por la falta de un contacto mas directo con la situación actual de Colombia y la continua lucha que hemos tenido que sufrir contra la violencia como sus ciudadanos».

 

Llego a mi bicicleta pensando en que no sería extraño que Obama esté usando la máxima: campaña con la izquierda y gobierna con la derecha; así como el propio Lula da Silva lo hizo. Todo vuelve a la normalidad. Algunos carros hacen fila en el drive thru de McDonalds. Un tranvía recoge pasajeros en Girard. El tráfico fluye sin problemas. Doy los primeros pedalazos. El viento frío me golpea. Pronto llegará el invierno.

 

 

Vea fotos y lea la crónica Barack Obama en plaza pública – Parte I, en:

 

www.eduardobecharanavratilova.blogspot.com

 

www.eltiempo.com/participacion/escarabajomayor

 

escarabajomayor@gmail.com

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