Hace mucho más de un siglo, Goethe decía :»Hay tres tipos de lectores: Los que sin enjuiciar disfrutan, los que sin disfrutar enjuician y aquellos que enjuician disfrutando y disfrutan enjuiciando». Desde que conocí la frase, he tratado de hacerla mi estilo de vida como analista de medios audiovisuales, al punto de ser la inspiración del subtítulo de uno de mis libros: «Guía para entender el cine sin dejar de disfrutarlo». El cine tiene la maravillosa propiedad de permitirnos, en algunos afortunados casos, entretenimiento y cultura al mismo tiempo y esto es lo que trataré de reflejar en este nuevo espacio, este nuevo tiempo, el tiempo del cine.
Mucho se ha hablado en los últimos años del resurgimiento del cine colombiano y algunos se han atrevido a hablar de una «nueva ola » de nuestro cine, ocasionada en buena parte por la puesta en marcha de la ley 814 de 2003 (ley de cine) y el interés creciente de productores y directores. Este nuevo aire es, evidentemente, refrescante, y nos ofrece una gran oportunidad de profesionalización para los realizadores que cuentan nuestras historias.
En agosto tuvimos la coincidencia en las salas de seis nuevos títulos colombianos: La Sirga de William Vega, Chocó de Jhony Hendrix, SanAndresito de Alessandro Angulo, Carrusel de Guillermo Iván, Sofía y el Terco de Andrés Burgos y La Lectora de Ricardo Gabrielli. Más allá de plantear si conviene o no que varias películas colombianas compitan la misma semana por la escasa y esquiva taquilla, creo que es motivo de celebración y visibilidad para nuestro cine que el público colombiano pueda encontrar varios títulos en cartelera y que, además, encuentre ofertas para todos los gustos.
Aprovechando la semana del cine colombiano, hago algunos comentarios básicos sobre las películas que he tenido la oportunidad de ver, con el objetivo de que sirvan de guía para nuestros lectores:
La Sirga es una película maravillosa, bien hecha y profunda, que nos pone en evidencia esa otra Colombia distante y desconocida por el común de los colombianos. Con una historia sencilla y muy intimista, el director presenta el drama de los desplazados sin recurrir a la violencia física, entendiendo que el drama más fuerte en estos casos siempre está al interior de las víctimas del conflicto.
Sofía y el Terco, por su parte, suscita amores y odios. Se trata de una película sencilla, sin pretensiones, con apuntes de un humor tan inocente como sus protagonistas. No obstante, es una película más profunda de lo que parece y a la postre termina siendo el más bello homenaje que puede hacerse a las mujeres de nuestro país.
SanAndresito, por el contrario, es una película con una vocación claramente comercial. La historia gira alrededor del personaje de Tenorio, un policía buena gente y torpe (algo muy cercano al cliché) que funciona muy bien gracias a la actuación de Andrés Parra, uno de los mejores intérpretes colombianos del momento. Se destaca en la película su cuidadosa puesta en escena pero falla con baches en el guión y la subutilización de un espacio tan rico cinematográficamente como los «san andresitos».
Finalmente, Chocó es una película para aplaudir por muchas razones: una producción austera pero cuidadosa, el buen trabajo con actores naturales y la gran actuación de su protagonista. Se trata de una historia que reivindica el papel de las madres en las familias colombianas más humildes. Aunque tiene problemas en la estructura de su guión (sobre todo al final) es una buena película.
Las otras dos películas, La lectora y Carrusel aún no las he visto, pero por lo que conozco se trata de dos apuestas hacia el cine comercial y de género. En el primer caso, Ricardo Gabrielli usa para su puesta en escena a actores reconocidos en la escena nacional para recrear una historia que ya pasó con éxito por la televisión y que, según un gran sector del público, es simple entretenimiento sin mayores pretensiones. De Carrusel poco se ha hablado, pero es arriesgada la decisión de volver comedia uno de los episodios más oscuros de corrupción de nuestro país.
Curiosamente, las películas en mención rompen algunas de las tendencias que históricamente ha tenido nuestro cine: La mitad transcurre en un contexto rural, son historias sencillas sin exceso de subtramas y cuatro de las seis giran alrededor de un personaje femenino. Definitivamente algo está cambiando en nuestro cine y va llegando el feliz momento en el que el público pueda hablar de «cine colombiano» sin pretender que sea un género o que todas las películas son iguales.
Celebro, por lo tanto, esta agradable coincidencia y espero de corazón que no se trate de una nueva ola, pues las olas van y vienen y lo que el cine colombiano necesita es quedarse para siempre entre nosotros.
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