Estoy seguro de que la mayoría de nosotros ha viajado alguna vez en autobús intermunicipal por nuestro país. El estrés de conducir, el miedo a volar en avión o un presupuesto limitado nos ha llevado en más de una ocasión a abordar estos monstruos de la carretera. No voy a describir como terribles mis experiencias autobusivas recientes (palabra que viene del abuso de los conductores de autobuses), pero sí hay algo que me atormenta como cinéfilo: Las películas que pasan en estos largos trayectos.
Además de soportar las temperaturas bajo cero y la música del despecho a todo volumen justo en el momento en que tratamos de dormir, los pasajeros nos enfrentamos a una opción de «entretenimiento a bordo» tan lamentable como desesperante: Las «road movies» (no hablo del género, si no de las películas que presentan en los buses).
Al parecer hay dos criterios para la selección de la película: El bajo precio que notamos cuando el DVD incluye cinco películas y durante el desarrollo es posible que la cámara que graba en el cine haga zoom a la pantalla; la acción trepidante que incluye explosiones y «mucha bala» y la antigüedad, no porque se trate de clásicos del cine si no porque son óperas primas de directores de acción con poco presupuesto para contratar buenos actores, que deciden invertirlo en prótesis de ojos, sangre artificial y brazos de juguetes que son desmembrados en la primera explosión.
El pasajero-espectador se sienta en su cómoda silla (hay que reconocer el avance entre estos últimos buses y los «pullman» de nuestra niñez) dispuesto a hacerse el dormido durante diez horas entre las curvas de nuestra quebrada geografía arrullado por la tonada de la caja de cambios del bus (rrrrr RRRR rrrr) y una hora después de iniciar el viaje, el ayudante pone en el DVD la película y se encierra en su cabina sordo a las posibles críticas y comentarios como «bájele», «queremos dormir» o «quitá eso» que algunos pasajeros podrían gritar. La expectativa en algunos niños se disipa cuando puede aparecer en la pantalla en letras sicodélicas un título como 死亡之手 con una aclaración que indica que la película se llama «La mano de la muerte» (una que a mí, particularmente, me tocó padecer).
Durante las dos horas de la película se ven soldados y partes de ellos volando por los aires y un doblaje que produce risa cuando vemos a un joven Jackie Chan, con un papel que le debe avergonzar mucho, decir cosas como: «Que hazes allí Shui, ¿estás tonto tío?, vamos a por los puñeteros chaolines de Yun Fei» y a su pequeño hijo que se salva más de cinco veces de ser asesinado respondiendo: «Tengo miedo papá, esos tíos no se andan con bromas».
Los verdaderos malabares están por fuera de la película y los hacemos los papás que queremos evitar que nuestros hijos vean ojos que salen y estómagos chorreando sangre e inventamos juegos como contar casitas por la ventana. El conductor, por su parte, está tan concentrado en esquivar derrumbes y sortear las curvas de nuestras carreteras, que ignora por completo el desastre gastrocerebral que las películas ocasionan en los ya mareados pasajeros. Si, por desgracia, nos corresponde el puesto al lado del baño, tendremos una experiencia de terror 4D más escalofriante que cualquiera que veamos en la pantalla.
Con las películas que he visto en una carretera se podría armar un festival de cine bastante bizarro. A «La mano de la muerte» podría sumar «La ley del monte» en donde Vicente Fernández mata cuatro veces más que lo que canta; «Anaconda 4», que nos revela explícitamente el proceso de digestión de la serpiente; «Scanners», película ochentera en donde el protagonista tiene la capacidad mental de reventar cerebros y revolver estómagos; entre otras. El género de acción es, indiscutiblemente, el rey de las carreteras, pero también es cierto que, muy de vez en cuando, nos topamos con alguna película decente que nos hace sentir que vale la pena quedarse despierto.
En mi caso, debo confesar que nunca he identificado si mi mareo proviene de las curvas de la carretera, la sangre de la película o la indignación de ver este material, pero es claro que cuando la película acaba puedo por fin recostarme en el espaldar de mi silla.
Espere la próxima semana: Yo también fui cineclubista
Para ver otros textos sobre cine y cultura, visite: Jerónimo Rivera Presenta