Cuatro escenas: 1- Un helicóptero trata de entregar ayudas a la gente, mientras el ejército del dictador les dispara, 2- La gente organiza una protesta y derriba la estatua del dictador, 3- Un ejército extranjero llega hasta el escondite del dictador y lo asesina, 4- Un nuevo líder emerge y desfila por las calles mientras la gente lo aclama.  Aunque parece que estuviera describiendo una misma película, estos cuatro fragmentos pertenecen a films muy distintos: La caída del halcón negro (Scott, 2001), Octubre (Eisenstein, 1927), La noche más oscura (Bigelow, 2012) y El triunfo de la voluntad (Riefenstahl, 1934).

Se trata de películas con orígenes (URSS, Alemania y USA) y líneas narrativas completamente distintas, pero todas tienen algo en común: De una u otra manera están vendiendo una visión del mundo de forma sesgada y persuasiva. En mi libro «Cine: Recetas y símbolos» abordo el tema de la ideología en el cine partiendo de la base de que no hay películas sin ideología, aun cuando ésta no se manifieste abiertamente con el objetivo de convencer. Es común, por lo tanto, que mediante el montaje (edición) de imágenes que a veces no tienen conexión, se manipule al espectador para que asuma determinada posición sobre personajes o grupos sociales, como intenté hacerlo al principio de este texto.
Desde 1929, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood entrega cada año los famosos premios Óscar con los que exalta a las películas del año anterior.  Hay mucho que decir acerca de estos premios, pero hoy me detendré en el tema de su relación con la política, pues se sabe que detrás de un premio como éste hay mucho más que una evaluación de calidad.
Los premios de la Academia se crearon con la misión de promover las películas de la industria de Hollywood y así sigue sendo hoy, cuando para el público en general, las ganadoras del Óscar son las mejores películas del año.   Buena parte de las ganadoras son películas de calidad y algunas una obra de arte, pero esto no implica que se premie el mejor cine del mundo.  A pesar de algunos cambios, aun se mantiene una sola categoría (mejor película en idioma extranjero) para todas las películas que se producen en el «resto del mundo».
Desde sus inicios, la Academia de Hollywood ha premiado películas que coinciden con la política norteamericana y son muchos los casos de buenos films, cinematográficamente hablando, que no han ganado premios por polémicas razones ajenas a su calidad.  Películas como Pandillas de Nueva York (2002), Chaplin (1992), El gran Lebowsky (1998), Easy Rider (1969) y Apocalypsis now (1979), entre otras, fueron ampliamente ignoradas por incluir en su trama algún tipo de crítica a la política norteamericana.
En la contraparte, están algunas cuya calidad es bastante cuestionable como Halcón negro derribado (2001), Rescatando al soldado Ryan (1998) y Zona de miedo (2010) que se han llenado de galardones ayudados por su mensaje edificante e inspirador a favor del gobierno de los Estados Unidos.
En la edición 2013 se incluyen varias películas con contenido político cercano al sentir del pueblo norteamericano como Argo y Lincoln, pero hay una que me llama la atención: Zero Dark Thirty (que se presentará en Colombia como Objetivo Bin Laden) dirigida por Kathryn Bigelow, que cuenta la historia del operativo que terminó con la muerte del enemigo número uno de Estados Unidos.

Se trata de una película bien contada, cinematográficamente impecable, buenas actuaciones y un buen manejo del suspenso…pero para mí es impensable separar la estética de la ética y por eso rechazo este film. Desde las primeras secuencias, vemos a prisioneros árabes en cárceles clandestinas norteamericanas siendo interrogados y sometidos a toda clase de torturas.  El fin justifica los medios y las torturas se escudan en la intención de salvar vidas (norteamericanas, por supuesto). Bigelow se ha defendido de quienes la acusan de promover o legitimar la tortura diciendo que mostrar no es avalar, algo cierto si lo que se muestra se presenta con distancia, pero en este caso quienes las ejercen son los protagonistas y cuando lo hacen demuestran tal frialdad que nos hacen ver que sólo son «gajes del oficio».
Al inicio de la historia, Maya (la protagonista) se ruboriza un poco con las técnicas de tortura aplicadas por su compañero, pero poco a poco (motivada además por el viejo recurso de perder a un ser querido a manos del enemigo) se va volviendo más dura hasta el punto de decirle al grupo de combate que irá tras la cabeza de Bin Laden: «No estoy de acuerdo con esta operación, yo los habría bombardeado a todos».  Durante el operativo, los soldados asesinan a los adultos delante de sus hijos porque «son terroristas». La causa y la patria, igualmente, están por encima de la vida personal y familiar, como ya habíamos visto en su película The Hurt Locker (Zona de miedo) en donde el protagonista disfruta la guerra y lo deja todo por el placer de la adrenalina, convirtiéndose, como dijo Oswaldo Osorio, en un jackass de la guerra.
En 1934 la cineasta alemana Leni Riefenstahl dirigió la película «El triunfo de la voluntad».  La película está realizada en formato de documental y presenta, con una impecable factura técnica, al joven político Adolfo Hitler descendiendo en su avión sobre Berlín para asistir a la asamblea del partido nacional socialista en medio de la euforia de la multitud.  Años después, durante la II Guerra Mundial, Hitler prestó especial importancia a la propaganda y tuvo en Joseph Goebbels a su más firme aliado. En la contraparte, el gobierno norteamericano contrató al prestigioso director Frank Capra para que dirigiera la serie de documentales «¿Por qué luchamos?», que no tenía otro fin distinto al reclutamiento.
Hay quienes hoy se atreven a comparar a Bigelow con Riefenstahl, algo exagerado pero que se justifica si pensamos que ambas son excelentes cineastas que sirven a intereses políticos y reivindican métodos o ideologías cuestionables desde una óptica simplemente humanista.

 

Espere en mi próxima entrega: Películas nominadas al Óscar 2013
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