«Que pereza para usted que sólo ve planos y movimientos de cámara en las películas», era lo que me decía alguna vez un jefe que tuve, criticando mi tendencia a analizar las películas. Mi comentario siempre fue que analizar una película es como conducir un carro, los primeros días tenemos el manual en la cabeza y cada movimiento que hacemos está acompañado por la instrucción mental «Clutch, primera, clutch, freno» hasta que llega un día en que llegamos a nuestra casa sin darnos cuenta de como lo hicimos. Saber analizar una película es disfrutar de la historia sin perder de vista otros elementos que van más allá de lo que la misma cuenta y, cuando se educa la mirada, es algo automático y que no requiere esfuerzo adicional.
Cada profesión tiene sus bemoles y la comunicación no es la excepción. A los comunicadores se nos tilda de ligeros, frívolos o, en el peor de los casos, de chismosos irresponsables, y debemos cargar también con el peso de las acciones de algunos colegas que mal ejercen este hermoso oficio (algunos sin pisar nunca un aula universitaria). Esta amplia disciplina, la comunicación, no se limita, sin embargo, al periodismo. Hay una rama amplia y aún más incomprendida: la comunicación audiovisual.
Quien estudia la comunicación audiovisual y decide ser un analista del cine, se encuentra rápidamente con la mirada incrédula de muchos que no entienden como puede tomarse en serio algo que generalmente se acompaña de una buena compañía y un combo de crispetas con gaseosa. Los analistas de la imagen somos los que miramos a los que miran y encontramos en esa mirada buenas pistas de la representación de la realidad que el cine hace.
Desde su inicio, Hollywood ha tomado al cine como un entretenimiento de masas y su amplia propagación y monopolio ha llevado a que esta concepción, más o menos se generalice en el mundo occidental. La importancia que hoy en día se da a los famosos premios Óscar es una prueba contundente de cómo la industria se premia a sí misma para aumentar sus ventas y el prestigio de sus cintas en el mercado. Estos premios son el principal criterio de muchos para elegir qué película ver en la cartelera de los centros comerciales, desconociendo que la elección de las películas en estos galardonas no obedece siempre a criterios de calidad y a menudo tiene que ver mucho con las altas sumas de dinero invertidas en la promoción y el «lobby» de la misma.
A quienes analizamos el cine se nos pregunta con frecuencia: ¿Por qué no se limitan a disfrutar las películas sin pensar tanto? Es importante aclarar, primero que todo, que por un lado va el gusto y por otro la calidad. Podríamos decir que las obras de Botero tienen una gran calidad artística, independientemente de que nos gustan; así como podríamos admirar la técnica de una película como Avatar sin que necesariamente nos agrade, o admitir con algo de rubor, que nos gusta mucho una película con escasos méritos cinematográficos, como dije en un post anterior, «Que no me guste la película no significa que sea mala» (ver aquí).
Más allá del simple gusto, el análisis del cine posibilita el disfrute de hallar algunos elementos que permanecen ocultos a los ojos del gran público y que son como guiños inteligentes del realizador al espectador crítico y con fundamento. Nombres de personajes, símbolos recurrentes y asomos ideológicos suelen ser pistas deliciosas para quien, prescindiendo de enormes cantidades de comida, se sumerge en el placer de ver y entender de otra forma una película.
Goethe decía que hay quienes frente a una obra de arte enjuician sin disfrutar y quienes disfrutan sin enjuiciar. El cine es un arte que también puede disfrutarse enjuiciando. Por supuesto no se trata de que cualquier película resista un profundo análisis ni de quitar la diversión que el cine trae consigo, se trata de que esta diversión también nos deje algo, más allá del simple entretenimiento.
Quienes, además, nos dedicamos a analizar y compartir con otros lo que vimos, podemos ayudar a que los espectadores no agoten su placer al simple desarrollo de la trama para que vean y disfruten otros elementos, con placer gourmet. Para adentrarse en este maravilloso mundo, por supuesto, es muy importante leer, asistir a cursos y, sobre todo, ver muchísimo cine de todas las procedencias y estilos.
En mi libro: «Cine: recetas y símbolos. Guía para entender el cine sin dejar de disfrutarlo» (información aquí), hago un llamado a los espectadores para que ‘descrispeticen’ el cine, para que ver una película alimente mucho más que las crispetas y que al salir de la sala, la película se convierta en una ventana para conocer o reconocer la realidad, más allá de la pantalla.
Si quieres aprender un poco más sobre cine o mejorar el proyecto de guión que llevas mucho tiempo preparando, te invito a mis cursos de cine y de guión, como el que daré desde el próximo 13 de julio en el Teatro La Maldita Vanidad de Bogotá, información aquí.
Espere en mi próxima entrega: Los «clásicos» del cine
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