A los latinoamericanos nos gustan las etiquetas y los movimientos. Prácticamente en todos los países cinematográficamente activos de la región se ha acuñado alguna vez la frase «El nuevo cine…» y, por supuesto, se habló también en algún momento del «Nuevo cine latinoamericano». La semana pasada se realizó en Medellín el foro sobre los 10 años de la ley de cine, convocado por la revista Semana, el Ministerio de Cultura y la Subsecretaría de Cultura Ciudadana de Medellín. Lo que más se discutió fue «Lo bueno, lo malo y lo feo» de la ley 814 de 2003 o ley de cine y su aplicación durante estos 10 años. A continuación, comentaré mis propias conclusiones desde esta orilla sin meterme para nada con la ley de 2012 (ley de filmación) que tiene un espíritu diferente, casi contrario, a la primera.
En la década de 1990 el cine colombiano experimentó una gran crisis al quedar completamente huérfano de parte del Estado luego de la liquidación de Focine y Colcultura, entidades que soportaron la producción audiovisual en medio de críticas y descalabros económicos; pero que también, hay que decirlo, permitieron la realización de algunos grandes títulos de la filmografía nacional. A pesar de no contar con el apoyo estatal y las difíciles condiciones de seguridad de la época, algunos cineastas se arriesgaron a la locura de realizar películas con resultados muy positivos en algunos casos. Aunque toda la década no pasó de más de una veintena de títulos estrenados, en ese privilegiado grupo se cuentan películas tan representativas como La estategia del caracol de Sergio Cabrera, Confesión a Laura de Jaime Osorio, La vendedora de rosas de Víctor Gaviria y La gente de la Universal de Felipe Aljure, en mi concepto algunas de las mejores películas colombianas de todos los tiempos.
La ley de cine de 2003 se hizo con la intención de apoyar el cine como elemento cultural imprescindible y creo que son pocos los que podrían cuestionar la importancia de su existencia, a pesar de las críticas que pueda generar su manejo en un sector tan complicado de la industria. Esto es, en mi concepto, lo bueno, lo malo y lo feo del sector cinematográfico nacional, 10 años después de la ley.
LO BUENO
– Indiscutiblemente hacer una mayor cantidad de películas por año contribuye a construir industria y a cualificar el recurso humano. Técnicos, actores y realizadores pueden aprender más del oficio con cada nueva producción y esto ha llevado a que, por ejemplo, la calidad técnica en las películas colombianas haya mejorado considerablemente. Adicionalmente, hoy se han organizado gremios por sectores que contribuirán a temas fundamentales como la seguridad social de los profesionales de medio, acuerdos sobre tarifas y estándares profesionales.
– Tener una mayor presencia en la cartelera, estrenando más de una película colombiana por mes ha sido también positivo porque el público general reconoce la existencia de un cine nacional y existe la sensación generalizada de que «ahora sí se hace cine en Colombia».
– Los apoyos en dinero para la producción de películas han permitido que muchos proyectos que no tendrían ninguna oportunidad de realizarse puedan verse en las pantallas. Este aspecto ha sido particularmente positivo en películas realizadas desde las regiones, aunque su impacto aun es mínimo y se sigue concentrando la inmensa mayoría de las producciones en Bogotá.
– Una mayor cantidad de proyectos cinematográficos dinamiza la industria y genera competencia en calidad. Hoy hay empresas especializadas en cada uno de los procesos técnicos y muchos servicios que se hacían hace unos años en el exterior, hoy se hacen en el país, abaratando costos.
– Los estímulos tributarios contemplados en la ley han dado una herramienta fundamental a los productores para buscar apoyos en empresas del sector productivo.
– La administración del Fondo de Desarrollo Cinematográfico ha sido transparente y me consta que se han usado estrategias para que así sea.
– El cine nacional tiene cada vez más presencia en los festivales y muestras más importantes del mundo y la buena calidad de algunas películas le han ido construyendo un prestigio, fundamental como impulso para su avance.
– Las modalidades de las convocatorias relacionadas con temas como patrimonio, formación de público e investigación son muy importantes para la construcción de una cultura audiovisual nacional.
– Los principales canales de tv del país se vincularon al proceso del cine, aunque no en las mejores condiciones.
– Hoy se puede acceder a buena parte del cine colombiano en DVD a bajos costos.
LO MALO
– Se habla mucho del aumento del público asistiendo a cine nacional (7,8 % de la taquilla en 2012), pero las cifras son engañosas. Si bien podemos ver que una mayor cantidad de personas asisten a las salas a ver películas colombianas, un buen porcentaje se concentra en pocos títulos (generalmente las comedias ligeras) y hay películas que pasan fugazmente por la cartelera con una asistencia de menos de 5 mil espectadores. Las dos entregas de El paseo, por ejemplo, levantaron las cifras aportando más de un millón de espectadores cada una en los últimos dos años.
– Aun las películas más taquilleras en Colombia pueden ser un gran fracaso económico. A los altos costos de hacer una película se suman los de la promoción y las escasas posibilidades de financiación más allá de la directa de la taquilla. Sólo cinco películas en toda la historia del cine colombiano han superado la cifra del millón de espectadores, algo común para una producción de Hollywood, en un solo país.
– No hay aun un modelo sostenible para realizar una película colombiana sin perder dinero. Es una realidad que Hollywood acapara el mercado y el cine nacional debe encontrar estrategias que le permitan conquistar pequeños nichos del mercado y hacer atractiva la inversión para quienes decidan apoyarlo.
– La poca seriedad y rigor de algunos profesionales de la industria frente a los inversionistas, sumado a las bajas expectativas de retribución económica, han ahuyentado a empresas que podrían estar interesadas en apoyar películas colombianas.
– Aun falta mucha difusión de las buenas iniciativas y proyectos que surgen gracias al apoyo del Fondo de Desarrollo Cinematográfico en materia de formación, investigación y patrimonio. Yo mismo he sido jurado varias veces de estos concursos y he constatado que la mayoría de los proponentes desconocen lo que se ha hecho en el país y repiten temáticas o proyectos ya realizados.
– El público colombiano no quiere a su cine. Un amplio sector del público ve con malos ojos las películas colombianas y habla mal de su cine con base en el conocimiento de muy pocos títulos.
– Las buenas películas colombianas que han obtenido premios significativos en el exterior no han tenido muchas veces una buena respuesta del público ni algún incentivo adicional por su labor en la promoción del cine colombiano en el entorno internacional.
– Ha faltado, de parte de productores y exhibidores, mayor organización en los calendarios de lanzamiento de los títulos nacionales. Hemos tenido semanas sin ninguna película y algunas en donde han estado hasta cinco películas colombianas peleando por una pequeña porción de la taquilla.
LO FEO
– El monopolio de las salas de parte de las «6 big majors» norteamericanas (gigantes compañías que producen y distribuyen las películas en todo el mundo) es abrumador. Como en todo el mundo, las salas colombianas están llenas de películas de alto presupuesto y efectos, producidas por los grandes estudios que acaparan la taquilla. La ley no establece algún tipo de protección o incentivo a las salas que proyecten cine colombiano frente al cine de Hollywood que genera más de 80 mil millones de dólares de ganancias anuales. Una buena iniciativa sería la construcción de una red estatal de cines para la proyección de películas latinoamericanas e independientes.
– Como resultado de estas negociaciones entre las majors y los exhibidores, en todos los países latinoamericanos las posibilidades de intercambio de películas son muy reducidas. Es absurdo que en un mercado potencial de tantos millones de espectadores hablando el mismo idioma, nunca lleguen títulos de los países vecinos.
– Los exhibidores no dan al cine colombiano la oportunidad de recaudar suficiente dinero en taquilla al impedirles pasar, en muchas ocasiones, del primer fin de semana. En otros casos, se relegan a salas poco representativas o a horarios complicados para el público.
– Los canales privados de tv consolidaron sus departamentos de cine para apoyar el cine nacional, pero esto no siempre ha sido efectivo. Dicho apoyo muchas veces no pasa de la promoción en los espacios del canal y la firma de contratos de difusión desfavorables para los productores.
– Falta camaradería, colaboración y solidaridad entre algunos productores. Como sector industrial en crecimiento, no se puede pensar en competir con el gigante sin elaborar estrategias colaborativas.
QUE NOS QUEDA…
En mi concepto, la ley de cine es mucho más positiva que negativa. Lo malo y lo feo son oportunidades para mejorar y, en muchos casos, se trata de la inmadurez natural de un sector que he llamado como «cine adolescente» (ver artículo
aquí). Hace algunos años, Jack Valenti, Presidente de la MPAA, mencionó «En una época el mundo descubrió que nosotros hacíamos los mejores aviones y decidieron dejar de producirlos para comprarlos a los que saben. Nosotros sabemos hacer películas, ¿Para que insisten ustedes en hacerlas?». La respuesta a esta pregunta es muy clara:
Para no olvidar quienes somos y contar nuestras propias historias.
Espere en mi próxima entrega: Grandes haciendo cameos