Barry Lyndon de Stanley Kubrick

Twitter: @jeronimorivera

Siempre me he declarado cinéfilo, y digo «declarado» porque, además,  la cinefilia es una declaración de amor al séptimo arte. El cine siempre ha sido un arte colectivo y una manifestación social, la oportunidad de ir a un espectáculo público para estar completamente solo. La magia de la gran pantalla, el sonido envolvente, los personajes e historias que pasan por tus ojos en medio de la oscuridad en donde puedes desconectarte de todo, han ido perdiendo el carisma de antaño mientras llega una nueva y fuerte competencia: el video online.
La cartelera cinematográfica es cada vez más monótona y repetitiva. Poca competencia tienen en nuestra cartelera las secuelas, precuelas, adaptaciones de best sellers o comics, franquicias e historias con efectos pero sin sustancia. El cine de otras latitudes (y aun el cine independiente norteamericano) tiene poca o nula presencia en las pantallas y esta circunstancia ha llevado a que muchos (me incluyo) terminemos cediendo ante el cine online, que se presenta como una de las pocas opciones de conciliar las ganas de ver buenas películas con una escasa y poco atractiva oferta. 
Las tiendas de video fueron reemplazadas hace años por el video online, y en buen momento surgieron las plataformas legales de video on demand, que nos permiten ver las películas que realmente queremos sin estar preocupados por la aparición de virus, troyanos y toda clase de huéspedes indeseables en nuestros equipos. Esta opción de ver video online coincide con lo que algunos denominan la nueva era de oro de la televisión. Después de ser la cenicienta, la hermanita menor, la caja tonta… la televisión respira con fuerza y (por lo menos la norteamericana) empieza a superar sus complejos para enfrentarse y ganarle muchas batallas al cine.
Las series de hoy llegan a tener presupuestos por capítulo que se equiparan al de una película de Hollywood, cuentan con los mejores guionistas y los mejores actores y generan un grado tal de fidelidad (y adicción) que se han vuelto un negocio muy atractivo por sus posibilidades de merchandising… ¿por qué creen que Game of Thrones acaba de anunciar que su última temporada se dividirá en dos años?
Así las cosas, muchos cinéfilos somos ahora también seriéfilos. En conversaciones, tertulias y hasta ponencias académicas nos gusta también hablar de los personajes, las historias y los giros argumentales de algunas de las mejores series de TV. Por supuesto, no todas son buenas y la vida no alcanza para ver todas las que nos recomiendan, pero es cierto que en general estamos viendo un mejor nivel en las series norteamericanas que en sus películas.

A riesgo de generalizar, presento algunas de las ventajas de las buenas películas sobre las buenas series:
1- Es posible seguir la trayectoria de un director a través de sus películas y, al ser una obra acabada, el estilo y la narrativa puede ser más coherente. Los desarrollos y finales de las series, por el contrario, suelen ser más complacientes con el público, que siempre está siendo «testeado».
2- Al ser una obra unitaria, la película tiene una estructura fija que no está sujeta al raiting, ha sido planeada por más tiempo y se toma un mayor tiempo para realizarse. Al tener planes de grabación más apretados y hacerse por años, las series suelen dar tumbos que a veces hacen que caigan estrepitosamente de temporada a temporada.
3- Al hacer énfasis en el autor o en el género más que en el estudio, las buenas películas pueden ser apuestas más seguras que las series, a menudo bastante relacionadas con estudios de mercado.
4- A pesar de todo, la experiencia de la sala de cine aún es incomparable.

Breaking Bad

En contrapeso, estas son algunas ventajas de las series sobre las películas:
1- Los mejores guionistas hoy están en las series, porque les permiten contar la historia con más tiempo, planear giros argumentales, desarrollar o dar mayor importancia a personajes e, inclusive, tener en cuenta el ritmo y dinámica de la historia para construirla sobre la marcha.
2- Al contarse en capítulos y temporadas, se logra una participación más activa de los espectadores (con lo bueno y lo malo que esto implica) que disfrutan o padecen el desarrollo de la serie y empatizan o no con sus personajes. El largo proceso permite una mayor implicación emocional con personajes con los que podemos «convivir» por años.
3- Algo que siempre ha tenido la televisión: la expectativa; ahora se reemplaza por la impaciencia y la necesidad de «maratonear». 
4- Las series se han especializado tanto que es posible encontrar toda clase de temas con tratamientos profundos y, en ocasiones, polémicos.

No es necesario ser lo uno o lo otro en exclusiva. Se puede disfrutar de las películas y no sentir ninguna culpa al declararse fan de alguna serie. Yo me emociono con cada muerte de Game of Thrones, viví los saltos temporales y aprendí a querer los personajes de Lost, padecí la transformación de Walter White (Breaking Bad) y admiré descaradamente su habilidad y la de Saul Goodman (Better Call Saul) para la maldad, siento el agobio del encierro de las chicas de Orange is the new black y las injusticias de Prision Break, río hasta el cansancio con los apuntes de Sheldon en The Big Bang Theory, fui amigo de los muchachos de Friends y adoré las referencias de Los Simpsons hasta que la serie murió (hace más de 10 temporadas). Las buenas series, como las buenas películas, envejecen bien y siempre nos acompañan.
Y tú, ¿te consideras más cinéfilo o seriéfilo?

Game of Thrones

Pd: En un mes debe estar saliendo mi libro «Cinefilia: Entre el gusto y la calidad».  Interesados, escríbanme a Twitter.
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