Twitter: @jeronimorivera
Cuando ocurren noticias tan escabrosas como los asesinatos de niños y niñas de los últimos días, surgen peticiones moderadas y gritos vociferantes que piden acabar con cierto tipo de música, prohibir series de tv, cerrar el acceso a internet, acabar con los videojuegos, censurar el cine o cerrar puertas y ventanas para que nuestros niños y adolescentes no tengan acceso a la horrible realidad ni saquen ideas que los hagan violentos.
La gran pregunta que queda en el ambiente es: ¿tienen los medios la culpa de que seamos violentos? Como podría suponerse, la respuesta es mucho más compleja y no soy quién para decir la última palabra, pero sí quiero plantear algunos puntos para la reflexión. La discusión sobre si el ser humano es violento por naturaleza o si es la sociedad la que lo corrompe es una discusión antigua y sin consenso en la que autores como Hobbes y Rousseau y disciplinas como el psicoanálisis han tomado partido al respecto. Lo cierto es que en cada uno de nosotros hay impulsos violentos y la cultura nos ayuda a moderarlos o a exacerbarlos. De allí a depositar la responsabilidad de nuestros actos exclusivamente en estímulos externos hay una gran diferencia.
Los medios de comunicación no vuelven a nadie violento ni cambian radicalmente la conducta pero sí es cierto que tienen alguna influencia en nuestro comportamiento (las bibliotecas están llenas de estudios sobre la influencia de la televisión en los niños y no hay respuestas concluyentes). Lo más pertinente entonces, es preguntarnos si la ficción es lo que más influye en nuestro comportamiento o si es la realidad la que lo hace.
Cuando emergen de las sombras los casos de los monstruos de la vida real (peores que los de la ficción) muchos se apresuran a culpar de su comportamiento a la música que escuchan, la televisión que consumen o los libros que leen, pero olvidamos que los seres humanos somos mucho más complejos que esto. Cuando el tristemente célebre Campo Elías Delgado cometió una de las más sonadas masacres de nuestra historia (la de Pozzeto) muchos se apresuraron a culpar del hecho a la lectura de «Dr. Jekyll y Mr. Hyde» pero yo también leí el libro y no he matado ni pretendo matar a nadie. El libro preferido del psicópata puede dar pistas, pero posiblemente no es ni más ni menos importante que el hecho de haber sido un veterano de guerra, la difícil interacción con sus vecinos o la tormentosa relación con las mujeres (en especial con su madre).
Quitar la vida a otro ser humano es un acto reprochable, pero cuando se trata del abuso y homicidio de una niña se convierte en algo horrendo. En medio de la indignación fugaz y apasionada que nos caracteriza como nación (Colombia ya parece una indig-nación) muchos hacen el llamado a censurar las letras misóginas de Maluma, a atacar al colegio y la universidad en donde estudió el monstruo, a prohibir la violencia en el cine y la televisión. En este tema tan complejo nadie tiene la última palabra y cada crimen es el resultado de un fatídico coctel que tiene tantos ingredientes que ninguno puede ser desagregado. Las instituciones educativas tienen su responsabilidad en la formación de corruptos y desadaptados sociales (algo suficientemente grave), pero no podemos culparlas por los psicópatas; las series de tv pueden validar ciertos sistemas de antivalores y dar protagonismo a los villanos pero no son determinantes en el aumento de la delincuencia; los noticieros de televisión pueden promover la violencia y los fanatismos políticos pero no son los culpables de la pobreza y la desigualdad. Presenciar el homicidio de tus seres queridos, ser víctima de injusticias, padecer la violencia en el hogar o en el colegio o recibir malos ejemplos de quienes deberían educarte, son más determinantes que preferir un tipo de música o películas. No se excluye con esto, no obstante, la responsabilidad social de artistas y medios de comunicación y la obligación del Estado de regular los contenidos; pero no debemos atribuirles la culpa en exclusiva. Los medios no nos hacen violentos, aunque sí pueden motivar acciones violentas, de allí su responsabilidad y la pertinencia de regularlos, aunque esta no sea la única solución.
Como dije al inicio, estas letras no son más que un desahogo, una reflexión en voz alta y, desde mi humilde opinión, hay que atacar los problemas sociales desde su raíz y no desde las ramas sin confundir los efectos con las causas. La clave no es censurar si no regular, no prohibir si no acompañar, no estigmatizar si no analizar. En esta época de redes virtuales, las interacciones humanas adquieren una mayor importancia y los círculos familiares y de amigos son los que mejor contribuyen a una formación sólida que nos prepara para actuar con criterio y moderación frente a los estímulos externos.
Comparto, para terminar, un fragmento del documental «Bowling for Columbine» de Michael Moore que aborda este tema. Esperen la próxima semana mi conteo de las mejores películas que vimos en salas de cine en 2016 en Colombia.
Para ver más textos sobre cine y cultura, visita Jerónimo Rivera Presenta
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