Para hablar de Dunkerque, la última película de Cristopher Nolan, es necesario hacer referencia a este director que con los años se ha ganado tantos fans como detractores por su singular manera de ver y hacer el cine. Películas como Memento, Interstellar e Inception generan por igual admiración y rechazo por su estructura narrativa y la coherencia (o no) de las historias que cuentan. En el caso de Dunkerque, Nolan (guionista y director) nos entrega una película excelentemente montada, aunque no tan bien contada. Esto que parece ser solo un juego de palabras es algo que intentaré explicar a continuación.
Primero que todo, hay que reconocer que a Nolan no le gusta escoger los caminos simples y eso es algo de admirar en nuestra época, en la que el público quiere (y los realizadores le dan) todo sencillo. Dunkerque podría haberse contado de una forma más convencional y efectiva, pero el director y guionista se arriesga a plantear una estructura que juega con los tiempos narrativos, da poco contexto a la historia (si no conoces algo sobre la batalla estarás irremediablemente perdido buena parte de la película), no presenta a los personajes ni da muchas pistas sobre el tiempo y el espacio en los que todo se desarrolla.
Aunque, como comenté, buena parte del tiempo podemos tener la sensación de estar perdidos con la cantidad de personajes, el desconocimiento de sus propósitos y la temporalidad de la historia; la película es muy entretenida y el mérito lo tienen, sobre todo, dos de sus componentes: el montaje y el diseño sonoro. El montaje (que hace referencia a la manera como se editan planos y escenas) apunta directamente a lo emocional y es tan efectivo que permite que la historia pase a un segundo plano y como espectadores nos sintamos siendo parte de una inmersión en la trama desde un punto focalizado. A diferencia de otras películas bélicas, nuestra posición no nos permite conocer los planes superiores ni anticipar lo que ocurrirá y todo el tiempo nos sentimos presos de la evolución de las circunstancias para sentir el miedo, la angustia y la incertidumbre de los personajes.
El diseño sonoro, por su parte, es tan efectivo que no deja que caiga la tensión durante las casi dos horas que dura la película. Aviones, disparos y bombas suenan con distinta intensidad, orientación y distancia y el ritmo de la película se acompasa con los latidos del corazón. Sin embargo, aunque el diseño sonoro es, claramente, uno de los más destacados de los últimos años, la música parece haberse hecho para una película diferente y se siente invasiva, efectista, grandilocuente y fuera de tono con la propuesta narrativa. Es por esto que, aunque la historia se pierda por momentos y se enrede más de lo necesario, la película es entretenida y nos entrega una experiencia que podríamos querer repetir, como una buena montaña rusa.
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