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Un zorrillo apestoso (mofeta) se enamora a primera vista de una gata a la que accidentalmente confunde con una zorrilla. Desde ese momento se dedica a perseguirla y a seducirla soportando rechazos permanentes debido a su mal olor. El zorrillo no desfallece e inventa toda clase de estrategias sin ningún resultado. Esa es la historia de Pepe Le Pew, una caricatura que juega con el estereotipo del francés seductor para divertir a los niños de la década de 1940 (sí, 1940) con constantes repeticiones en la televisión mundial. ¿Es Pepe el personaje que queremos que los niños emulen? Por supuesto que no, pero es testimonio de una época en la que el hombre era considerado el único sujeto de derechos. En su momento, a nadie se le habría ocurrido tildar al personaje de machista, pues las mujeres de entonces eran consideradas poco más que asistentes del hombre y «reinas del hogar».  En ese orden de ideas, la censura al personaje y a lo que representa no es una tragedia, salvo que se abre una puerta peligrosa a la censura de los hechos del pasado para intentar borrarlos como si nunca hubieran ocurrido, bajo la lupa de los valores imperantes en la sociedad actual.

El fondo del asunto no es si estos personajes representan valores positivos o negativos si no que son una representación, un espejo de la sociedad, de su época y, al censurarlos, no cambiaremos los efectos del comportamiento de los ciudadanos si no solo su reflejo.  Se trata de una solución autocomplaciente que limpia las conciencias, como si botáramos a la basura cualquier vestigio de hechos horribles del pasado para fingir que no ocurrieron. Parece que ofende más la representación de la realidad que la realidad misma. ¿Y si en vez de estar censurando dibujos animados antiguos nos ponemos de acuerdo como sociedad para borrar de una vez por todas el machismo, el racismo, la xenofobia y el clasismo? ¿Y si aprovechamos estas representaciones erróneas como punto de partida para promover reflexiones sobre lo que somos y lo que fuimos y así tratar de pensar en lo que queremos ser?

Hollywood acaba de «sugerir» a quienes quieran optar a los Óscar, en adelante, una serie de categorías que deben estar representadas en las películas para poder optar a la estatuilla. Imponer temas y personajes llevará posiblemente a películas complacientes que no abordarán los temas a profundidad y que ganarán reconocimiento por ser «incluyentes» sin que importe tanto su calidad cinematográfica.
Cabe preguntarse, por ejemplo, cuántas series o películas sobrevivirían a una «purga» con la óptica del correctismo.  En esta nueva inquisición buena parte de los productos artísticos, culturales y de entretenimiento del pasado merecerían la hoguera si los evaluamos a la luz de nuestros valores contemporáneos.  Pepe le Pew podría ser, en efecto, un personaje acosador; pero también lo son Pucca, Johny Bravo y hasta doña Clotilde, la del Chavo. Speedy González es un estereotipo del mexicano, como lo es Apu del indio en Los Simpsons, Joey de Friends del ítaloamericano y Mr. Miyagui de Karate kid del japonés. ¿Será necesario, entonces, censurar todos estos productos? ¿Qué nos quedará al final? Es importante reconocer que el humor parte, entre otras cosas, del estereotipo y de la exageración y si no nos permitimos reírnos de nosotros mismos, de nuestros vicios y de nuestras tragedias naufragaremos en la amargura de la vida cotidiana.

Llama la atención, sin embargo, que otros personajes tanto o más cuestionables no entren en esta discusión. Elmer Gruñón persiguiendo a Bugs Bunny y disparándole con un rifle o el gringo Tío Sam haciendo gala de sus habilidades con las armas no están ahora en el centro de la polémica, lo que deja claro que la indignación va por oleadas y no obedece a un proyecto serio y bien pensado si no a las tendencias del momento.

Si a eso vamos, nuestro producto televisivo más emblemático, Yo soy Betty la fea, representa la misoginia más descarada, la homofobia y el clasismo. Es claro que definir a una mujer como fea y a un grupo de mujeres como El cuartel de las feas no solo las denigra sino que demuestra una enorme discriminación social (hay que reconocer, además, que todas son bonitas, pero una es gorda, la otra muy alta, otra negra, otra vieja y lo único en común es que son pobres). Sin embargo, no debemos censurarlo porque es el reflejo de la Colombia de los 90’s y, lamentablemente, con algunos rastros en la actualidad.


Por supuesto, hay productos que cruzan los límites de la ética en la representación de situaciones, personajes y conflictos, pero encontrar esos límites es complejo y muy relativo. Allí cabe entonces la cuestión de si, más allá de un lavado cosmético de conciencias, cambia algo si censuramos estos productos. Desde mi punto de vista, es más importante cambiar la realidad que su espejo.

Si al fin censuran al apestoso Pepe yo no derramaré una lágrima. No es mi dibujo animado favorito, no lo encuentro divertido ni me parece que plantee una gran trama. De hecho, creo que pocos niños de hoy lo deben conocer y, por tanto, no lo extrañarán. Sin embargo, manifiesto mi oposición absoluta a la censura cualquiera que ella sea desde la certeza de que el motor que suelen tener estas prohibiciones rara vez es motivado por la causa que se dice defender. En la historia, la censura se ha disfrazado muchas veces de protección y control y, mientras más se abra la puerta, más da pie a que empiecen a controlarse manifestaciones que incomodan al poder o molestan al status quo escudados en la protección del público más vulnerable y, al mismo tiempo, más manipulado por las instancias del poder: los niños.

En muchos países, y Colombia es el ejemplo perfecto, se usa el argumento de la protección de los niños para las cosas más insignificantes usando la excusa de «proteger su inocencia» o «inculcarles buenos valores».  Sin embargo, es triste constatar que el maltrato y el abuso intrafamiliar, la protección de sus derechos fundamentales y su integridad personal pasan a un segundo plano cuando se requieren medidas concretas. ¿Tiene más posibilidades de ser acosador un niño que ve Pepe Le Pew que uno que ha sido violado? ¿Maltratará a las mujeres en el futuro un niño que ve Johny Bravo o uno que ve a su papá haciéndolo todos los días? ¿Será violento y asesino uno que juega Halo o uno que vive en medio de la guerra? Usar a los niños como excusa para justificar acciones ruines también debería ser considerado un abuso. 

No pretendo con esto decir la última palabra, pero creo que como sociedad tenemos una oportunidad maravillosa de repensar las prioridades y darles el lugar que se merecen. La censura solo calma conciencias inquietas y lava la imagen de los dirigentes frente a sectores conservadores sin que con ello se cambie la problemática que dice atacarse. Es hora de dejar de atacar las imágenes para poner el énfasis en cambiar la realidad. Romper el espejo no nos quitará la fealdad ni quemar el álbum cambiará nuestro pasado. 

Sobre este tema, el escritor Ricardo Silva escribió un excelente texto que pueden leer aquí.

Cuando se intentó censurar la película Lo que el viento se llevó también escribí un texto, que pueden leer aquí.

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