Crítica de Babylon de Damien Chazelle
La más reciente película de Damien Chazelle, Babylon, nos trae un frenético viaje por los excesos del Hollywood antiguo, más allá del glamour que siempre ha pretendido encarnar, y es también, en sí misma, una película excesiva y abrumadora: con una inmensa cantidad de citas cinéfilas, pero también de escenas escatológicas y francamente desagradables, en una experiencia de más de tres horas que oscila entre el agotamiento visual y el encuentro con lo que nos gusta del cine. Babylon es, al menos, dos películas en una y esta es su principal debilidad, pues cuesta aguantar tantas escenas gráficamente escatológicas en medio de fascinantes alusiones a películas, momentos de la historia del cine y personajes relevantes de la industria cinematográfica.
Esta condición, por supuesto, no es gratuita ni obedece al azar. El título de la cinta hace referencia a aquel pasaje bíblico del apocalipsis en donde se representa a Babilonia como la tierra del anticristo que alberga todos los pecados. Este es, justamente, el transfondo de la primera y larga secuencia de una frenética fiesta en el Hollywood de los años 20s representada en una orgía infernal marcada por un rojo profundo. Chazelle nos trae una nueva mirada a la ciudad de Los Ángeles que no es ya el «City of stars» de La La Land sino la ciudad del pecado y la perdición en los «alegres años 20» y que se transforma ante nuestros ojos en la ciudad hipócrita de la época de la prohibición y el nacimiento del código Hays (que censuró todo lo que se consideraba inmoral o políticamente incorrecto desde su aplicación en 1934). A diferencia de la secuencia introductoria, las escenas del túnel y los mafiosos en la época de la prohibición nos recuerdan más a un descenso a los infiernos, con referencias a películas como Freaks de Todd Browning o a los delirios apocalípticos de Passolini.
Chazelle, quien ya ha demostrado su afición por el cine y la música, nos trae en esta película lo mejor de ambos mundos con un montaje marcado por el choque abrupto de escenas vertiginosas con momentos de silencio y contemplación, y es allí donde se marca la frontera entre esas dos películas que confluyen en Babylon: la celebración orgiástica de los excesos vs la mirada compasiva a una industria que, históricamente, ha querido ser tomada más en serio. Aunque lo segundo no es posible sin lo primero en esta cinta, me concentraré en lo que más me interesa: el cine que resulta de una industria que nació enloquecida por su alcance y posibilidades. El mismo director ha afirmado que su película es más una declaración de odio que de amor al cine y yo siento que esa ambivalencia es la que no termina de funcionar en la trama, pues constantemente mezcla la crítica a la banalidad y crueldad de la industria con el amor a las imágenes y los sonidos de las películas que han marcado nuestra vida. Esta es la razón por la que nos resulta, al mismo tiempo, fascinante y fastidiosa.
En el inicio de la película, Chazelle hace referencia al Hollywood de la primera parte de los años 20, contrastando la belleza de algunas imágenes de las películas filmadas por los pioneros con el detrás de cámaras que rememora más a una feria de pueblo y que rinde homenaje a los prosaicos orígenes del cine. En esta primera parte se establecen los orígenes de la industria y de los personajes principales interpretados por Brad Pitt, Margot Robbie y Diego Calva, que hacen las veces de hilo conductor para presentar al verdadero protagonista: el viejo Hollywood y su acelerada transformación. En esta introducción aparecen personajes ficticios que remiten a otros reales con hechos y anécdotas que muchos cinéfilos podrían reconocer: desde el escándalo de «Fatty» Arbuckle por la muerte de una amante por sobredosis hasta el temperamente imposible de directores como Von Stronheim y Lubistch, el inmenso poder de productores como Irving Thalberg (representado en la película por Max Minghella), los escándalos sexuales de la industria y la decadencia de los actores del cine mudo.
Babylon nos muestra el ascenso y la caída de actores, músicos y productores en una industria que promete el cielo a sus estrellas pero que también las escupe sin ninguna contemplación cuando pasa su momento, así como la lucha del cine por dejar de ser considerado un «arte menor» por parte de intelectuales y artistas. El elenco de la película es realmente sorprendente por la cantidad de actores reconocidos que participa en pequeños y grandes personajes pero también por la calidad de la interpretación de los actores principales, especialmente Margot Robbie, quien sigue demostrando que es una de las mejores actrices de su generación (su papel nos recuerda al DiCaprio de El lobo de Wall Street y ha debido darle una nominación al Oscar).
En pocos años, Hollywood pasa de ser una colina polvorienta a un próspero sistema de estudios con grandes ganancias y la fascinación por las estrellas del cine se convierte en la obsesión de millones de espectadores. Grandes nombres aparecen en esta época y la película representa a algunos de ellos de forma directa o como referencia: El personaje de Brad Pitt nos recuerda a actores del cine mudo como Douglas Fairbanks y Rodolfo Valentino; Nelly Laroy podría ser una referencia a Clara Bow o al desparpajo de los personajes de Mae West; Sydney Palmer es claramente una alusión al trompetista Louis Armstrong y Ruth Adler representa a directoras de los inicios como Dorothy Arzner o Alice Guy; entre otros personajes de la trama. Chazelle, incluso se permite homenajearse a sí mismo cuando suenan los acordes de la romántica «city of stars» de La La Land. Hasta en las referencias es excesiva esta película, pero esto sí es emocionante para cualquier cinéfilo.
La llegada del sonido marca también un punto de giro determinante para la industria de Hollywood, y al igual que películas como The Artist, Sunset Boulevard y Singing in the rain; Babylon recrea hábilmente este tránsito traumático pero necesario para la industria. El sonido marca también la llegada formal de la música al cine (aunque ya se tocaba en vivo en los teatros) y allí Chazelle nos presenta otra de sus grandes pasiones: el jazz. Desde la figura del habilidoso Sydney Palmer, la película pone en escena también el conflicto racial de los años 30 con la vergonzosa idea del «black face» y la inclusión de músicos afroamericanos como elemento exótico en las películas. Este momento coincide también con la entrada en vigencia del código Hays y la muerte de todo lo que se relacione con el viejo Hollywood: desde las ridículas y exageradas actuaciones del cine mudo hasta los gestos provocadores o políticamente incorrectos, que ya son motivo de censura.
Damien Chazelle es, claramente, un virtuoso del cine, pero es notorio su afán por entrar en la liga de directores extraordinarios y Babylon es un ejemplo claro de ello: una película que agota tanto como emociona, que atrae y repele, que critica los excesos de Hollywood haciendo gala de los mismos. Su metraje de más de tres horas; la cantidad de referencias, personajes y situaciones y sus escenas escatológicas pueden ocultar sus enormes virtudes cinematográficas aunque, en suma, no termina de ser una propuesta consistente.
A partir de aquí, hay spoilers.
De la mano de Singing on the rain (que debe ser la película favorita del director, pues también fue ampliamente homenajeada en La la land), la película nos lleva al lado amable del cine: la trascendencia de sus historias, lo entrañable de sus personajes y la belleza de sus imágenes y sonidos. Al final de la cinta, que nos recuerda al remate de la entrañable Cinema Paradiso, vemos el retorno del otrora exitoso productor, a los estudios de un Hollywood industrializado en la década de 1950 que se rinde ante la belleza de Marilyn Monroe y la espectacularidad de los musicales. Mientras ve la divertida secuencia que representa la llegada del sonido al cine en Singing in the rain, Manny Torres se conmueve recordando a sus amigos y, en uno de los momentos mejor logrados de la película, llora mientras todos ríen al ver en la pantalla una representación de lo que ha sido su propia vida y la de sus seres más queridos.
Llama la atención la discreción con la que se aborda la muerte de dos de sus personajes protagónicos: el viejo galán de Hollywood (Brad Pitt) y la joven y vulgar actriz (Margot Robbie) que ocurren fuera de cámara como una muestra de la poca importancia que Hollywood ha dado a muchos de quienes lo construyeron. Esta dura crítica, además de los excesos del film, puede ser una razón para que la que la película no haya contado con mejor suerte en las nominaciones.
Para terminar, otra referencia cinéfila que fascina a pesar de su derroche de luz y color. Al mejor estilo del remate de 2001 una odisea del espacio, Chazelle nos muestra 128 años de cine en unos pocos minutos para recordarnos por qué amamos las películas, conectando con la idea que emerge en una de las mejores escenas del film en la que el actor en decadencia y la escritora discuten sobre la trascendencia del cine más allá de las personas que lo han construido: «Tu momento ya pasó, pero dentro de mucho tiempo alguien que nacerá en 50 años verá tu imagen en una parpadeante pantalla». Quisiera creer que ese alguien también podría ser yo.
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