Reseña crítica de Los asesinos de la luna de Martin Scorsese

X: @jeroriveracine

Una realidad que vivimos en estos años, al mismo tiempo triste y de un gran privilegio, es asistir al estreno de las últimas obras de grandes directores norteamericanos que revolucionaron Hollywood en los años 70 y 80 con películas disruptoras que, con el tiempo, se convirtieron en grandes clásicos del cine. Hoy se resisten a guardar la cámara (y les agradecemos por ello) grandes nombres como Steven Spielberg, Woody Allen, Brian de Palma, Clint Eastwood, George Lucas, Ridley Scott y algunos otros de su generación, que hoy tienen más de 75 años y una importante cantidad de películas. Uno de esos directores es Martin Scorsese, quien debutó en la dirección con ¿Quién toca a mi puerta? (1967) y tiene 26 películas y más de 65 créditos como director, además de ser productor y actor.

Scorsese tiene un estilo muy particular y fácilmente identificable, que se relaciona con las temáticas que usualmente aborda en sus películas: el crimen organizado, la familia, la lealtad, la traición y las relaciones afectivas (familiares y de pareja) conflictivas. En este video de mi canal «Amigos del cine» podrás conocer un poco mejor a este director:

Los personajes de la vida real

Su más reciente película, Los asesinos de la luna (Killers of the flower moon) retoma algunos de esos temas importantes, escenificando la historia en el contexto de la Oklahoma de los años 20, en donde la comunidad nativa de los Osange experimenta una gran prosperidad al hallar petróleo en sus tierras y convertirse en la clase privilegiada de la región.  Sin embargo, ellos no son los únicos prósperos y poderosos, pues en estas tierras también reina William Hale, a quien le gusta justamente ser llamado «rey de las tierras Osange» y que se presenta como un buen amigo y aliado de la causa indígena. La película parte de esta realidad, que parece un mundo paralelo pero que, efectivamente, está inspirada en hechos reales, para poner en escena una serie de crímenes y el surgimiento del poderoso FBI, que llega a la región para investigar.

Aunque en la novela que da origen en la película el foco se hace en el surgimiento del bureau, Scorsese toma la buena decisión (aparentemente aconsejado por Di Caprio) de centrarse en el drama de la comunidad indígena y en su conflictiva relación con los blancos, que acuden a ellos para servirles para, como parásitos, ir poco a poco ganando su confianza, entrando en sus familias, robando sus tierras y relegándolos a un segundo plano; todo ello amparado por leyes racistas que, a pesar del poderío económico de los indígenas, los trata como incompetentes legales.
La película es un film clásico en todo el sentido de la palabra, pues su fuerza se centra en el guion, en las actuaciones de un gran trío protagónico y en una bien cuidada dirección de fotografía que rememora los grandes clásicos del western.  No obstante, a pesar de su estética, no es fácil encuadrar el género de la película, que se presenta por momentos como un western pero que tiene mucho de drama romántico de conflictos familiares y en el que emerge con fuerza el crimen y el cine negro al mejor estilo de Scorsese. Seguramente al director esto poco le importa y, por momentos, sentimos que estamos ante una versión de Goodfellas en el oeste americano.

Estas historias de época tampoco son ajenas a la filmografía del director, que ya antes nos había contado historias de la antigüedad (La última tentación de Cristo), del siglo XIX (La edad de la inocencia) y de principios del siglo XX (La invención de Hugo Cabret).  En Pandillas de Nueva York, de hecho, también indaga sobre el pasado oscuro de los Estados Unidos poniendo en cuestión el origen mítico de la nación y haciendo una crítica poderosa a la forma en la que los antepasados la conformaron.  Los asesinos de la luna es una historia épica de más de tres horas y media que representa la tensión racial entre indígenes y blancos en donde los segundos intentan revertir la ecuación para someter a los primeros de múltiples y despiadadas formas amparados en una ley que los protege y garantiza la impunidad.  En el juego entra el FBI para añadir más tensión y equilibrar las cargas.

Aunque es claro el mensaje y la construcción narrativa de la película, el metraje es excesivamente largo (como ya había ocurrido con El irlandés) y esta larga duración no ayuda realmente al sentido del film pues prolonga artificialmente algunas subtramas. Esto es algo que, sinceramente, le importa poco a Scorsese, quien ha emprendido una batalla contra las narrativas del Hollywood actual desde hace algunos años. Es cierto que las mejores películas del director están entre los 80 y 90 y que ha dado varios traspiés en sus últimos títulos, pero Los asesinos de la luna es una película bastante digna que, pese a su larga duración, logra atrapar por su forma de contar los hechos desde el punto de vista de villanos que, bien vistos, pueden ser peores que los mafiosos de sus películas anteriores, pues emprenden una guerra cobarde y desigual contra sus víctimas.

En este punto es importante mencionar el gran acierto de la elección del trío de protagonistas.  A la dupla Di Caprio- De Niro, se suma Lily Gladstone con una actuación sutil y contenida que representa la dignidad y el dolor de los pueblos originarios de forma magistral.  De Di Caprio y De Niro, actores insignia de Scorsese y a los que por primera vez podemos ver juntos en una película suya, basta con decir que no decepcionan y ratifican que son algunos de los mejores actores de nuestros tiempos.  Logran, cada uno a su estilo, brindar actuaciones memorables en un contrapunto en el que el primero es un vividor inescrupuloso y poco inteligente y el segundo es un hábil monstruo disfrazado de filántropo.

A PARTIR DE AQUÍ HAY SPOILERS

Si hay algo que puede criticarse de esta película, además de su excesiva duración, es la falta de momentos memorables.  La narración es bastante pausada y contemplativa y funciona en conjunto, pero nos queda debiendo escenas cinematográficas que queden para la historia. A diferencia de otra película con la que comparte atmósfera y temática, Petróleo sangriento (There will be blood, Paul Thomas Anderson), no hay en esta cinta algún momento memorable que se quede con nosotros al salir de la sala.  Se destacan, de todas formas, algunos momentos muy intensos entre los personajes principales y la aparición de una gran cantidad de actores maravillosos haciendo cameos a lo largo del film.

El personaje de Di Caprio, que ha sido hasta el final un pusilánime vividor con el que es difícil sentir un poco de empatía, se va revelando hacia el final como otra víctima de su manipulador tío y, sin exonerarse de su responsabilidad, ve una posibilidad de redención al traicionarlo para que la verdad emerja.  Es interesante que al final sea el amor el que termine abriendo la puerta a la verdad y que, por ese mismo amor, el personaje de Gladstone guarde una cierta compasión cariñosa por su esposo, a pesar de que este sea el responsable directo de la aniquilación de su familia. No obstante, se abre una brecha gigante al comprobar que también intentó asesinarla, aunque se haya detenido a tiempo.

El final de la película nos sorprende con una narración pasada por el matiz del tiempo: un grupo de actores pone en escena en un especial radiofónico el drama de la comunidad Osange y nos relata lo que ocurrió con cada uno de los personajes, haciendo un guiño al espectador para poner en evidencia que lo que acabamos de ver en verdad ocurrió y fue uno de los primeros grandes casos del FBI.  En un momento clave de la narración sale un actor muy especial: el propio director, quien aparece con voz solemne (la suya propia) para hacer énfasis en la responsabilidad histórica de su país en el desplazamiento y la aniquilación de los pueblos originarios.  Este momento, quizás el más emotivo de la película, saca la historia del terreno de la ficción para convertirla en un poderoso manifiesto político.

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