En su incursión como bloguero, el periodista de Viajar de EL TIEMPO, José Alberto Mojica, explica por qué los viajes son –según él- una de las mejores inversiones de la vida.

Hace poco un amigo me preguntó por qué no cambiaba de carro. ¿Para qué? Tengo un Clío negro espectacular, 2008, al que no le duele ni una muela, me lleva y me trae como un jet y todavía huele a nuevo. Sí… Van pasando los años y hay que cambiar los carros, porque así lo manda el mercado.

Y yo respondí que no me interesaba gastarme un montón de plata o endeudarme -como lo hacen muchos- para comprar un carro último modelo -casi siempre para aparentar- porque gran parte de mi plata me la gasto en viajes. Y eso que plata, plata… Ojalá tuviera. Para viajar más.

Las islas Galápagos, en Ecuador. Todo un santuario de la naturaleza.

Mi amigo -tiene una camioneta divinamente nueva, como de 100 millones de pesos- me miró como queriéndome decir que soy muy pendejo por gastarme mi plata en viajes. Y yo lo miré, queriéndole decir: pendejo usted, que no ha salido de su pequeño mundo porque trabaja como una mula y la plata se la gasta en cosas materiales y no ha tenido la dicha de viajar. Como si en el cementerio pudiera ostentar de su camionetaza. Un dato, a-m-i-g-o-: tener una camionetaza no te hace exitoso.

Pero bueno. Él no me humilló más con su camioneta y yo tampoco lo humillé con todos mis viajes y con todos esos países, ciudades, montañas, mares, desiertos y ríos, árboles, lagos, playas, colinas, bosques, selvas, monumentos, flores, pájaros, ballenas, personas, edificios, acantilados, abrazos, museos, besos y jardines que se quedaron para siempre en mi corazón gracias a los viajes.

Mejor le dije: parce, es que los viajes no se deben ver como un gasto. Son una de las mejores inversiones de la vida. La mejor para el espíritu, para abonar los recuerdos y cosecharlos prósperos, para uno mismo. Para el amor propio.

Tengo una terapia de autoayuda infalible: cada vez que tengo un problema o me siento triste, evoco alguno de mis viajes, los lugares por donde me eché a andar, a los amigos que visité y a los nuevos amigos que hice… Los aromas, sensaciones y sabores nuevos. Los tragos y parrandas. La cultura y el aprendizaje que nos brindan los destinos y su gente. Las tantas veces que me he perdido y me he encontrado. Todas las veces que he desafiado mis miedos. Y me siento agradecido con Dios y con la vida por haberme convertido en un viajero.

Cada destino, cada amanecer, todos los atardeceres y todas las noches, cada puerto, cada avión, los trenes, barcos, buses, taxis y hoteles -buenos y malos- ocupan un lugar privilegiado en mi mapa emocional. Todos los tenis que he gastado y roto caminando. Porque yo he caminado mis patas. Una vez, en Nueva York, caminé tanto y me dolían tanto los pies que sentí que me iba a morir de dolor de pie.

Las dunas de Taroa se funden con el mar en la Guajira.

Sin proponérmelo, mi trabajo como periodista me convirtió en periodista de viajes. Sí, tengo el mejor trabajo del mundo: nada mejor que viajar e inspirar a otros a hacer lo mismo. Soy de los privilegiados a quienes les pagan por hacer lo que les gusta. Y gracias a mi trabajo he viajado por todo el mundo y he llegado a paraísos insospechados, a lugares que -seguro- no hubiera podido llegar por mi propia cuenta.

Pero los viajes de trabajo no son paseos sino viajes de trabajo que, aunque maravillosos, nunca dejan de ser un trabajo. Por eso, en mis fines de semana libres, en mis vacaciones, difícilmente me quedo echado en la casa viendo televisión.

Viajo. Lejos y cerquita. Voy al parque Simón Bolívar o a visitar a una amiga o a una tía a la que no veo hace rato. Verse con los amigos o con la familia es un viaje a los mejores recuerdos de la vida. Viajo a mi pueblo en el Tolima, el Líbano. Viajo a esos lugares que vi en una fotografía o en una revista y que prometí conocer. Vuelvo a los lugares que más me inspiran. Viajo solo. Viajo con amigos. Viajo con mi familia. Viajo con mi amor. Y por mi trabajo, viajo con desconocidos. Viajar, como sea, es grandioso. Camino. Me monto a un bus o en ese corcel que es mi Clío negro. Atravieso caminos, pueblos, cordilleras y océanos. Y cada tanto, con cada nuevo viaje, corroboro que viajando he descubierto mi razón de ser y existir en esta vida. Corroboro que este mundo es muy bello, grande y maravilloso como para quedarse en un solo lugar. Corroboro que no necesito una bella y sensual camioneta último modelo.

Admiro profundamente a los valientes que dejan todo botado y se van a viajar por el mundo. Admiro a la familia que ahorra años para poder viajar en carro a Cartagena. Admiro y aplaudo al que saca un préstamo para irse de viaje. Amo al que no regala un carro o una fiesta sino un viaje. ¡Ídolos!
Insisto: no hay mejor inversión, ni mejor bálsamo para el alma, que los regalos inesperados, reveladores y eternos que nos dan los viajes, por sencillos que sean.

Eso no viene en el full equipo de una camioneta nueva.

Río Secreto, un río subterráneo en Playa del Carmen (México)

*Esta es mi incursión como bloguero de viajes. Aquí espero contar mis experiencias y anécdotas, compartir datos prácticos y revelar consejos útiles que tal vez les sirvan para sus viajes. No pretendo dar cátedra. Estoy lejos de ser un viajero experto. Más bien, soy un viajero despistado y con suerte que casi siempre le hace más caso a su instinto que a los mapas, folletos y guías de viajes.

@JoseaMojicaP