Si usted fue a una excursión de grado y la recuerda como una de las mejores experiencias de su juventud, esta historia le interesa. 

Un grupo de jovencitos, desbocados, en un paraíso caribeño. A semanas de graduarse del colegio. Solos, sin los papás encima y con los profesores -que cumplen el rol de supervisores- ya un poco más relajados y complacientes.

Eso es, en resumidas cuentas y en casi todos los casos, una excursión de colegio. La mía fue hace mucho tiempo, imagínense, en 1993, en San Andrés, a donde acabo de volver después de más de dos décadas.

Y volver fue regresar a uno de los mejores viajes de mi vida: el primero en el que uno siente que ya ha crecido y tiene ciertas licencias para hacer cosas de adultos: salir de fiesta sin el control de los papás, emborracharse y amanecer contemplando el sol en la playa.

Y lo mejor: con los amigos con los que uno ha crecido y a los que quiere tanto, libres -esa maravillosa sensación de libertad que recuerdo perfectamente- y felices.

Pero también con la nostalgia de un inminente -y tal vez definitivo- adiós. A muchos amigos del colegio los vi por última vez en San Andrés, pues a la semana fue el grado. Aunque a otros tantos los conservo en el alma y nunca he dejado de verlos. Unos más aparecen por ahí en Facebook.

Ahora, que acabo de volver a San Andrés, reviví muchos momentos gloriosos de mi excursión de 11: en mi caso, la segunda vez que veía el mar; la dicha de estar de paseo con mis compinches, las fiestas legendarias hasta al amanecer, el desliz de alguna compañera con otro compañero (o con un turista).


También las fotos: empapados en el Hoyo Soplador -que se conserva igual, aunque rodeado de tiendas de artesanías nativas y bares para tomar cocolocos- y en la Cueva de Morgan, que ya no es solo una cueva con una leyenda de piratas y tesoros perdidos sino un entretenido parque temático que recrea el folclor y el patrimonio de la isla. El paseo a Jhonny Cay y sus olas poderosas. Los cocolocos en la playa.

Todos -todos- con el tumbilito para guardar la plata y poder meterse al mar -que aún se venden y muchos lo usan-, y las muchachas con las trenzas -chaquiras- que se mandan a hacer en la playa.

Todos bailando reggae, abrazados, porque ya nos vamos a graduar y no sabemos -o no nos importa- lo que nos va a deparar la vida, y tampoco sabemos que ese será el último abrazo del grupo. Esa maravillosa y ya perdida sensación de ingenuidad. La vida feliz y sin preocupaciones que se llevó el mar.

O jugando en la piscina del hotel, el Tiuna, que era la embajada del colegio en San Andrés y donde años después lo vetaron. Unos estudiantes se portaron muy mal y echaron hasta las camas a la piscina. Acabaron con el nido de la perra y mi colegio nunca más volvió a hacer una excursión.

Imperdible visitar el Hoyo Soplador y terminar empapado.

San Andrés sigue siendo un destino clásico de excursiones estudiantiles en Colombia, aunque los más pudientes se van para Europa. Vi varias, de colombianos y extranjeros. Una noche me topé con un grupo de jovencitos, europeos, con varias botellas de vodka, echados en la playa.

Un dato, sin pretender ser aguafiestas: en San Andrés, donde siempre han vendido licores a muy buenos precios, su comercialización se pasa de informal. Creo que debería haber más control.

Quienes tuvimos el privilegio de ir a una excursión de colegio coincidimos en que esa es una de las experiencias más maravillosas e inolvidables que todo joven debería vivir. Creo que en San Andrés empezó esta pasión por los viajes que me acompañará toda la vida.

Así que si está pensando en que mejor no deja ir a su hijo a la excursión, sepa que lo está privando de una de las mejores experiencias que podrá tener en la vida. No se asuste por eso de las fiestas y las locuras. No desconfíe de su crianza, ni de los valores ni del buen ejemplo que les ha dado a sus hijos.

 Además, no sea egoísta que usted también fue a la excursión de su colegio -y seguro se portó mal-.

Otra cosa: hay agencias de viajes muy serias y especializadas en excursiones -es toda una industria-, donde no le quitarán un ojo de encima a su hijo. Aunque uno siempre se termina escapando. De eso se trata, ¿no?

A una de mis grandes amigas los papás no la dejaron ir y duró triste y amargada un poco de tiempo; lloró todo el mar de San Andrés, que aún no ha podido conocer. El novio sí fue y ella se quedó pegada del techo porque pensaba que se iba a portar mal. Y sí, amiga, se portó muy mal.

Pero bueno, el papá se ganó una rifa y la mandó a una excursión de otro colegio, por tierra, a la Costa. El viaje no fue lo mismo sin ella, quien desde esas épocas se convirtió en mi mejor amiga del mundo mundial.

Muy triste que no fue, pero es que ella no vendió las boletas de la rifa. En mi colegio nos pasamos casi todo el año organizando la excursión y haciendo actividades para recaudar fondos. Yo sí vendí muchas boletas y pude ahorrar muy buena plata para el paseo, aunque me la gasté en regalos: una plancha -para mi mamá- y un carrito a control remoto para mi hermano menor, que aún existe, aunque sin llantas.

San Andrés sigue siendo un destino entretenido, con playas lindas, con su famoso mar de los siete colores y con restaurantes muy ricos. La rumba sigue siendo una delicia y la infraestructura hotelera es muy completa y variada, para todos los gustos y bolsillos. Todo un clásico para pasar vacaciones en Colombia -uno de los más visitados del país- y un paraíso para los amantes del shopping. Se consigue ropa, perfumes, tenis y electrodomésticos a precios ridículos de lo baratos.

Pero, sin ánimo de criticar, vi al destino un poco descuidado. Vi basura en las calles, escombros, y muchas fachadas que reclaman pintura hace rato. Faltan inversiones.

Viajar con los amigos es grandioso. Ojalá pudiera juntar a los de mi colegio, en San Andrés o en cualquier lugar, para revivir ese viaje maravilloso que, insisto, ha sido uno de los mejores de mi vida.

*Dedicado a mis amigos del colegio San Antonio María Claret del Líbano (Tolima), 1993.

@JoseaMojicaP