Moscú está en silencio
El 9 de noviembre de 1989, cuando cayó el Muro de Berlín, una turba enfurecida se dirigía hacia la embajada soviética de Alemania Oriental. Los funcionarios llamaban sin cesar a Moscú, necesitaban órdenes, un curso de acción, una idea -no muy elaborada- de cómo no morir.
No hubo respuesta. Resignados, balbucearon: “Moscú está en silencio”. Un silencio que se extendió a cada rincón del edificio. Un silencio inclemente que se acallaba solo con el ruido de las pisadas de la turba enfurecida. La muerte acechaba.
Cuando los manifestante estaban frente a la embajada, un hombre de 1,70 y de tez pálida salió del edificio. Con rostro inexpresivo y en un fluido alemán, sin alzar la voz, se dirigió a la turba: “Esta embajada es territorio soviético, y dentro de ella hay 50 hombres fuertemente armados dispuestos a morir por su patria”. Dando medio vuelta, reingresó al edificio.
Cuando Vladimir Putin se sentó de nuevo en su escritorio, la turba ya había iniciado su retirada. Los 50 hombres fuertemente armados, que en verdad era un puñado de burócratas atemorizados, y sin una sola arma, solo pudieron elogiar el ingenio del futuro dictador.
Se equivocaban: lo sorprendente no era una idea muy ingeniosa, era su cruda ejecución. No fue el ingenio, fue el carácter de Putin lo que les dejó vivir un día más.
El carácter
Putin es repudiable, no admirable. La historia de aquel 9 de noviembre, sin embargo, es sorprende. ¿Cuántas personas habrían estado dispuestas a hacer lo que hizo? ¿Cuántas de ellas lo habrían hecho tan impecablemente?
El carácter, dice la RAE, es “el conjunto de rasgos (…) o circunstancias que indican la naturaleza de pensar y actuar de una persona”. Vulgarmente, lo entiendo como nuestra naturaleza, es el cómo reaccionamos a la vida. Decía Heráclito que el carácter es destino.
Del ejemplo es claro que un carácter fuerte y valiente no implicará una persona virtuosa. Pero ¿No preferimos para nosotros un cierto tipo de carácter? Según lo que carezcamos y admiremos, creo que cada quién tendrá sus propias preferencias. En lo que podemos estar de acuerdo es que tenemos una idea de lo consideremos un carácter virtuoso.
El dolor de forjar
Creo que podemos forjar nuestro carácter. No es una tarea placentera, pues ningún marinero se hizo experto en aguas tranquilas. Para forjar el carácter se necesitan más tormentas que días soleados. Lo imagino como una escultura sintiente, en la que cada vez que el martillo golpea el cincel, le duele, pero le embellece.
También es cierto que con martillo y cincel se puede volver el mármol escombros. Formar el carácter no es una búsqueda de dolor irracional. No sé con exactitud qué dolor buscar, pero me viene a la mente el estado mi tía en WhatsApp:
Pedí fuerza y Dios me dio dificultades para hacerme fuerte.
Pedí sabiduría y Dios me dio problemas para resolver.
Pedí prosperidad y Dios me dio cerebro y músculos para trabajar.
Pedí valor y Dios me dio obstáculos para superar.
Pedí amor y Dios me dio personas con problemas para ayudar.
No recibí nada de lo que pedí, pero he recibido todo lo que necesitaba.
Es deseable forjar nuestro carácter. Un carácter virtuoso requiere una búsqueda activa, en la que hay que saber elegir. Sin duda, se deben preferir las tormentas a los días soleados. El camino fácil nunca había sido tan indeseable.