Nuevas y muy interesantes víctimas entran cada día al extenso martirologio colombiano. Todas ellas por cuenta de la paz del presidente Santos.

Sobre su número no existe acuerdo alguno. Que la producción de víctimas durante la paz de Santos ha sido mayor que durante el conflicto con las antiguas FARC, informan los cálculos más optimistas.

Otros, quizás los más perversos, estiman que el número de ellas coincide con el de los fieles pacientes que sufren de Centro Democrático.

Pero, en últimas, ¿en qué consiste ser víctima de la paz del gobierno de Santos? Demos crédito a una de ellas: Don Telésforo.

Don Telésforo, como su nombre bien lo indica, es hombre de armas tomar y aguerrido combatiente de trinchera: un escritorio elegante al que él, en un exceso de orgullo militar, llama “mi trinchera”.

Alicaído y sin fuerzas para poner signos de exclamación a sus afirmaciones, confiesa que perdió “el deseo de guerrear el día en que esos irresponsables de las FARC entregaron las armas”.

Y en voz baja continúa descargando el contenido poco amistoso de su vesícula:

“Miraba yo esos guerrilleros de pacotilla… Los miraba mientras deponían las bombas nucleares y de ese modo, y sin muestras de la más mínima educación, nos dejaban plantados en el campo de batalla. A nosotros, a mis copartidarios y a mí, que fuimos siempre sus más leales enemigos…

“A nosotros, que soñábamos con cincuenta años más de guerra y de gobiernos belicosos, y sabíamos que solo después de todo eso se llegaría a una paz, esa sí, decente”.

“Sí, sentado frente al televisor los vi, repito, cómo sin más ni más dejaban las armas, y no pude más que intentar frenarlos con estos gritos de rabia: ‘No huyan, cobardes. No huyan que una guerra llega a su fin por vencimiento de una de las partes, y no como ustedes la están acabando: por vencimiento de los términos de Santos’”.

“Aún no sé por qué ellos no me escucharon”.

“Por todo ello, empecé a demandar una reparación igual a mis sueños rotos: que el gobierno promueva riñas callejeras en las que pueda yo ejercitar mi ADN pendenciero”.

“Y si es incapaz de promoverlas, que acuda al menos al mercado mundial de guerras, y si encuentra alguna en promoción, que la compre y la imponga aquí”.

“Rapidito. Porque, a mi juicio, la paz de Santos, como la ociosidad, es la madre de todos los vicios y los males que hoy aquejan al país”, terminó susurrando don Telésforo”.