Señor presidente:

Dos motivos me llevaron a redactar y enviarle esta nota. Uno, agradecerle todo el esfuerzo que hizo para que yo pudiera morir, mediante una masacre, muchos años antes de la fecha de vencimiento que me fue asignada cuando nací.

Y el otro, informarle que, gracias a este gran logro suyo, como lo es mi muerte, hoy me hallo gozando de una eternidad que, no solo privó al Centro Democrático de un aficionado más, sino que, según me han contado, va a resultar bastante larga.

Sepa, doctor Duque, que mi muerte me sorprendió más bien poco. Antes de que ocurriera, yo era ya felizmente consciente de que usted, por alejarnos de los males modernos, estaba ofreciendo a los jóvenes colombianos la oportunidad de pasar a mejor vida. Ésta, sin castrochavismo, claro es.

Como usted y a mí nos consta, yo aproveché bien esa oportunidad, y hoy puedo asegurar con orgullo que estoy bastante alejado de las tentaciones del castrochavismo.

Debo dar fe, por otra parte, de que, según el acta de mi defunción, el trabajo previo a mi último viaje fue impecable y eficaz. Un trabajo que en verdad lo enaltece, señor presidente.

Con todo, fue morir yo, y mis dificultades empezaron. Si solucionarlas en vida es difícil, ya podrá usted imaginar la lucha que tuve que librar para solucionarlas en muerte.

Estaba seguro de que con una recomendación política de la senadora María Fernanda Cabal subiría derecho al cielo. Rechazaron el documento. Según el ángel guardián, ella está obligada por contrato a enviar izquierdistas al infierno, y no al cielo.

El peor error de mi muerte lo cometí luego. Ocurrió cuando me preguntaron si yo había muerto por covid y en cuarentena, y yo respondí que no, que había elegido hacerlo por plomo y en masacre.

El despelote que se armó fue infernal, como si yo hubiese mencionado en aquel momento a Juan Manuel Santos. Para enmendar el error, el ángel me aconsejó que regresara a la tierra, y que procurara morir de nuevo, pero de un modo menos “santista”. Así dijeron.

Por fortuna, no tuve que sufrir la muerte “santista”. A tiempo se conoció en el cielo que usted había prohibido las masacres en todo el territorio nacional, y en su lugar había instaurado el homicidio colectivo, ya que es poco mortífero y menos desagradable a la vista de un presidente tan elegante como usted.

Y, además, una sabia prohibición que me abrió de par en par las puertas del cielo. Por ello, mi gratitud total a usted. Y eterna, por supuesto.

Y que el cielo y la paz de los homicidios colectivos lo acompañen siempre.

Su ángel amigo,

N.N., de la Asociación celestial de muertos “duquistas”.