Dilian Francisca Toro y Juan Carlos Echeverry acaban dejar vacías sus candidaturas y medio vacío el Equipo por Colombia, el equipo de exalcaldes con ínfulas de presidentes. 

Sí, Toro y Echeverry. Ayer soberbios candidatos a la Presidencia de Colombia; hoy eminentes miembros del creciente grupo de los expresidenciables. 

Semejante bajonazo ocurre cuando las encuestas revelan que las sentaderas de Toro y Echeverry aún no están preparadas para posarse sobre la silla presidencial. Tras hacerse pública esta avería, los dos, haciendo lo políticamente correcto, se ponen, no de patitas en la calle, sino de nalguitas en la silla residencial. 

Pero hay encuestas que muestran lo contrario. Informan estas que las prominentes nalgas de Toro y Echeverry sí están bien preparadas, y que la que no lo está es la silla presidencial. Y que no lo está porque el pesado perfeccionismo de los pompis de Iván Duque la tienen hecha trizas. Como al país. 

Sea como fuere, Toro y Echeverry no tienen ya lugar en el banco del Equipo por Colombia. Mas, a todas estas, ¿por qué Equipo por Colombia? 

Aquí entran los Char. En el museo familiar se exhiben las presidencias ocupadas por ellos. No aparece la Presidencia de la República. Y no está allí, no por falta de un Char que se sienta nacido para tomarla, sino por falta de un Duque que, mediante un uso eficiente de la mediocridad, facilite esa toma. 

Ese Duque ya existe, por suerte. Y gracias a él, la Casa de Nariño ofrece hoy en día una rebaja de los talentos exigidos para ser presidente. Ante el generoso descuento, Alejandro, como buen Char, adquiere el derecho exclusivo de suceder a Duque. Un negocio a medias, pues incluye la mediocridad, pero no el perfeccionismo. 

Para desalojar a Iván de la Casa de Nariño, Alejandro sabe que debe elevar su popularidad. Tras barajar propuestas, concluye que la mejor es formar equipo. Forma, en efecto, el Equipo por Colombia. Pero con tan mala pata, que a la larga este resulta ser poco menos que la coalición de notables impopularidades. 

A ver si no. 

Enrique Peñalosa es tan impopular como un bolardo clavado en el centro de la vía. Y quienes más lo conocen sostienen que el exalcalde de Bogotá no es más impopular porque no es más alto de estatura. 

El vacío de aceptación de Federico Gutiérrez va en aumento desde que empezó a extenderse el pálpito que, a la larga, él va a ser “el que diga Uribe”. 

David Barguil no aporta nada, pues carece de todo: hasta de impopularidad. 

Así las cosas, Alejandro debe comprar ya una encuesta que eleve su popularidad a un 80%. Es lo menos que sus admiradores podemos hacer por el éxito de su candidatura, y porque sea él, y no otro aspirante, quien le mueva la silla a Duque.