Según la imaginación desbocada de una parte de la opinión pública, la procuradora general Cabello se encuentra elaborando el que con seguridad será el más resonante y celebrado éxito de su prolongada carrera profesional.

Se sospecha que ella, en efecto, trabaja con ardor en el diseño de la sanción que le impondrá a un grupo de servidores públicos, y que esta sanción será tan dura y drástica que los propios imputados, tras enterarse del castigo, se sentirán aún más imputados que antes.

Es posible suponer también que habrá tanta dureza en dicha sanción, que ella, la procuradora, con imaginarla en la soledad de su oficina, le ocurren cosas sobrehumanas: le trotan escalofríos espalda arriba, y sus peronés, pierna abajo, desconcertados, tiemblan de santo horror jurídico.

Luego aparecieron los chistosos. Tras enterarse de las divertidas ocurrencias de la imaginación criolla empezaron a bromear diciendo que, viniendo de una Cabello, la sanción será bien pensada y, por tanto, acertadamente “descabellada”.

Tampoco han faltado los adivinos de profesión. El más docto de ellos contó que durante una siesta liviana se le apareció la Procuradora y que, cual arcángel san Gabriel, le reveló el tamaño de la sanción. Claro está que la siesta se la hacía a una despampanante bandeja paisa y a varios largos y refrescantes guaros.

Confesó que la Procuradora le había revelado que ese hatajo de engañabobos no ejercerán cargo público alguno durante 150 años, y que al cabo de los primeros 100, ella misma, la muy buenaza, se prestaría a revisar la pena.

Y aquí llegamos al meollo del asunto. Si a estos 150 años de castigo se añaden 100 más en que esos pillos no podrán elegir y ser elegidos por voto, como predijo otro brujo, el lector podrá dar al fin con la identidad del grupo de servidores que ha logrado lo que nunca nadie pudo: descabellar, literalmente, a la procuradora Cabello Blanco.

Esa caterva de la peor chatarra, esa flota de negras y frías entrañas no es otra que los 40 carrotanques que la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres, UNGRD, compró y llevó a La Guajira.

No a precio de huevo, como la honestidad dispone, sino a precio de Ferrari. En resumen, para que el orgullo férreo de esos 40 carrotanques les permitiera ir a cargar agua a La Guajira, la UNGRD pagó un sobreprecio de 20.224.000 millones de pesos. Una bicoca.

De manera que la sanción es la más apropiada para el caso, y un monumental exitazo de la Procuradora General. La celebración está garantizada. Por un lado, los 40 carrotanques, regocijados, aplaudirán el haber sido víctimas de un triunfo tan descabellado.

Y por el otro, la unidad cambiará su nombre. Ya no se llamará Unidad Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres, sino Unidad Nacional de Gestión del Robo.

Bien merecido, por cierto.