Por: María del Pilar barrios
Hace algunos días tuve la oportunidad de ver diferentes charlas desarrolladas por Simon Sinek, un reconocido speaker Británico que comparte ideas que inspiran a los líderes y sus organizaciones.
Dentro de ese recorrido, empecé con la famosa entrevista que dio en 2016 a Tom Bilyeu sobre los millennials (nacidos entre 1981 y 1995), en la que inicia preguntándose: ¿Qué es lo que esta generación quiere realmente? Y la respuesta me pareció simple y a la vez compleja. Los millennials buscan dos cosas: dejar huella a través de lo que hacen y trabajar en lugares con propósito.
No muy lejos de estas ideas ha crecido la generación Z (nacidos entre 1995 y 2010) y algo que tiene en común este grupo con el anterior es que ambos han visto complejo el hecho de tener un balance formativo en aspectos profesionales y emocionales, debido al contexto y las herramientas disponibles. Es allí cuando ese ideal de éxito se vuelve más difícil de alcanzar.
Es por ello que desde las organizaciones debemos entender cuál es la naturaleza cambiante de lo que significa el trabajo en la actualidad. Ya no hablamos de un lugar al que se va solo a ganar dinero; se trata del espacio en el también crecemos como individuos y realizamos un aporte tanto a la empresa como a la sociedad a la que pertenecemos.
Entonces, ¿Cómo está el panorama laboral para esta nueva generación? ¿A qué debemos apuntarle? Esta transición generacional ha revelado que lo valioso para este grupo, más allá de trabajar, es vivir una experiencia laboral satisfactoria y que esté alineada con su forma de ver y entender el mundo. De hecho, por ejemplo, la ética y el comportamiento de una marca en aspectos sociopolíticos son clave en la toma de decisiones para la Generación Z, según un estudio de PWC (PricewaterhouseCoopers).
Lo cierto es que los Zoomer (abreviación de Generación Z) son diferentes y llegaron cargados de cambios. Empezando por el hecho de que nacieron digitales, en una era llena de hitos tecnológicos y un sinfín de innovaciones que iban a la par de su crecimiento. Son jóvenes que no le temen al activismo, a estar involucrados, a expresarse y mostrarse tal cual son. Por esa razón exigen en sus trabajos el desarrollo de otras esferas que los impulsen a crecer.
Ahora bien, nos enfrentamos a un enorme reto que se resume en cuatro puntos que debemos tener claros para empatizar y lograr esa integración en medio de tanta diversidad.
Lo primero, son esas barreras que enfrenta esta generación al momento de incorporarse al mundo laboral. Muchas veces la poca experiencia, los temores y ansiedades cotidianas llevan a que el proceso resulte un poco abrumador. En ese sentido, es fundamental brindar confianza, planes y capacitaciones que pulan estas nuevas relaciones laborales, brindando una mejor formación a los jóvenes para que se enfrenten a conversaciones difíciles, retroalimentaciones necesarias y confrontaciones efectivas.
Lo segundo se enmarca en las expectativas, teniendo en cuenta que las necesidades y requerimientos han cambiado. Las personas buscan seguridad, bienestar, flexibilidad y rutinas más dinámicas, lo que nos conduce al reto de construir empresas que le apuesten al aprendizaje y al crecimiento para mejorar la experiencia de los colaboradores desde sus habilidades sociales y profesionales.
Asimismo, la prioridad es crear un ecosistema ligado a una razón de ser para resignificar el trabajo y mejorar las percepciones que se tienen sobre este. Los jóvenes anhelan empleos más humanos, ambientes positivos y opciones de crecimiento.
Por último, y teniendo en la cabeza todo este panorama, están las oportunidades sobre lo que desde las empresas podemos y debemos hacer para crear ambientes de trabajo más propicios y acordes con los cambios del entorno. Esto será clave para contribuir a formar personas y profesionales que aporten positivamente desde sus roles en la construcción de una mejor sociedad, con valores, ética y optimismo, entre otros aspectos.