Las empresas cada vez son más conscientes, que hoy“el éxito no es beneficio económico sino excelencia empresarial”, como afirma Ángel Alloza, presidente del Corporate Excellence – Centre for Reputation Leadership, fundación empresarial que ayuda a las empresas a impulsar la reputación, la marca, la comunicación, entre otros intangibles clave; y que esa excelencia depende del comportamiento de los colaboradores al observar y actuar en el marco de las normas, creencias y valores de la compañía, es decir, de su cultura corporativa.

Alguien dijo alguna vez que no hay nada peor para un mal producto, que una buena publicidad, y en el caso de las empresas pasa algo similar cuando su cultura es solo una declaración bien enmarcada en las instalaciones, pero que no se evidencia en la realidad diaria porque no hace parte del ADN de la organización.

Cuando un cliente debe escoger entre diferentes productos o servicios similares y de igual calidad, con seguridad se inclinará por la marca con la cual comparte sus valores y principios. Somos una sociedad globalizada, conectados unos con otros y también con las marcas en un amplio tejido empresarial, con mucha oferta y competencia, lo que también nos ha vuelto mucho más exigentes y que busquemos unos valores de empresa que se acerquen a los nuestros. Esto aplica no sólo como consumidores o clientes, sino también como profesionales a la hora de buscar trabajo, invertir y recomendar una marca.

Toda empresa debe tomar la decisión de construir su cultura independientemente de su tamaño – de hecho, a una empresa pequeña o mediana le resultará más fácil al contar con unas relaciones internas más simplificadas – pero, desde luego, cuanto más grande es, se vuelve fundamental una cultura corporativa consistente.

En el caso de las multinacionales, por ejemplo, se manejan miles de empleados en países diferentes que, por su idiosincrasia, muy probablemente tengan conceptos culturales y sociales diversos. Un verdadero reto para la construcción de unos valores corporativos afines y coherentes en comunidades que son heterogéneas entre sí.

Apostar por situar a las personas en el centro de cualquier estrategia será un acierto en todas las sociedades: Unos valores corporativos de actitud positiva y confianza en los equipos, de compromiso con el bienestar de las personas, o fomentar entornos colaborativos, son “territorios comunes” que consiguen aunar a todos bajo una misma filosofía que facilita la interacción.

Valores bien definidos, sencillos, claros, bien comunicados y con trascendencia en las acciones del día a día para que tenga calado en todos los que forman parte de la empresa.

Es importante definir las bases de cualquier cultura corporativa desde el principio e ir construyéndola a diario. Se puede ir ajustando y adaptando a los nuevos tiempos o prioridades de la compañía, pero siempre debe ser coherente y consecuente con el propósito corporativo, el modelo de negocio y los objetivos de la organización para que todo fluya de manera coordinada, orgánica, y saber comunicarla de manera eficaz.

Entre otros beneficios, la cultura contribuye a la integración de los trabajadores, a construir un sentimiento de pertenencia que hace al equipo trabajar de manera colaborativa y sumar esfuerzos para conseguir cualquier meta establecida.

Cualquier organización tiene mucho que ganar con una cultura empresarial sólida. Gracias a ella, los clientes se sienten identificados y establecen relaciones que superan lo estrictamente comercial; por su parte, los trabajadores se encuentran más cómodos y motivados al conocer la ética corporativa y lo que se espera de ellos. Una empresa con valores y con una cultura marcada, consecuente y constante obtendrá un mejor rendimiento de equipo y reputación, lo que indudablemente conduce al éxito y a un futuro mejor.