Por Anuar Saad
¿Está pasando algo con el periodismo? No es una pregunta retórica. Es una que pretende contextualizar el ejercicio de la profesión en los nuevos tiempos. Antes, un periodista sabía que tenía un oficio en un medio definido, sea prensa escrita, radio o televisión. Hoy, los nuevos comunicadores sociales – periodistas que paren las facultades en el país, según un informe de la Red Ética de la FNPI, no se presentan como “periodistas”.
El informe detalla que cada vez menos egresados de comunicación dicen que son periodistas. En cambio, lo hacen como creadores de contenido o expertos en redes sociales. “En otras palabras, tienes más probabilidades de encontrar empleo si no te defines en tu hoja de vida como periodista”, recalca el citado informe.
Entonces… ¿quién quiere hoy ser periodista?
No es un secreto que muchos cursan la carrera con el desánimo de haber fracasado en otras, o porque en las Ciencias Sociales y Humanas, hay muy pocos encuentros con el álgebra, las matemáticas y la trigonometría. Pero el asunto pinta peor: la evolución tecnológica le ha salido al quite a la profesión de periodista creando nuevos escenarios –hasta hace poco desconocidos—para realizar labores comunicacionales que, no necesariamente, necesitan el rótulo de periodistas.
En la última década cada vez más jóvenes se han amoldado al formato de las redes sociales para contar o leer historias. Un sondeo rápido entre estudiantes de comunicación social – periodismo revela que pocos leen prensa escrita; que ven escasa televisión; no consideran necesaria la radio pero, en cambio, están al día en la tecnología de la comunicación con celulares de alta gama; portátiles donde les cabe el mundo y una Tablet que los acompaña cuando van de afán.
Es una nueva categoría que puede presentarse como “gestores de contenidos”; “asesores en mercadeo digital”; “editores digitales” y múltiples nuevas denominaciones que aún no son homogéneas porque, apenas, están en plena ebullición. Esta nueva generación de “pensadores sociales”, son capaces de conectar la realidad con la comunidad. Son dueños de una nueva dinámica más allá de las viejas salas de redacción donde se reporteaba, se corregía, se editaba y se publicaba. Los nuevos formatos de grandes medios son minimalistas: menos personal; menos inversión en sistemas costosos de impresión; menos tiempo real dentro de la empresa y más interconexión digital, producciones multimedia; graficaciones e infografías interactivas que de un vistazo ilustran al lector. Ya en Europa y Estados Unidos se sienten los vientos de renovación que están sepultando al periodismo tradicional o, por lo menos, a la vieja forma de ejercer el oficio.
Nuevos tiempos
Como valor agregado, esta nueva camada de los que dicen ser “no periodistas” pero cuentan historias, tienen la capacidad de generar empatía entre lo que la gente quiere saber (estudiando el comportamiento de las redes) y lo que finalmente se transmitirá como un mensaje, una historia, una escena narrativa, mucho más allá que la noticia que produce el reportero tradicional.
Si hace tres décadas el oficio del periodismo era amenazado por la generación de empíricos que dominaban la sintonía y la lecturabilidad en el país por encima de los egresados de las facultades, hoy esa amenaza parece haber cobrado nueva vida. La diferencia es que “estos nuevos empíricos” no son veteranos del oficio, sino mozalbetes avezados, atrevidos, inquietos, tecnológicamente formados que han pulido, a punta de twitter, Instagram y Facebook, una habilidad natural para conectarse con el mundo a partir de las historias que son capaces de compartir. Y no necesariamente todos son empíricos. A falta de encontrar una opción más cercana a sus preferencias, terminan también camuflados en los programas de comunicación y periodismo.
Es cierto que en este escenario haya más riesgo de ser permeado por las falsas noticias y que hechos que jamás sucedieron sean replicados en cadenas interminables, con tanta frecuencia, que terminan aceptándose como una verdad. Pero no entre la generación del relevo, esa que, además, ya sabe diferenciar de una historia cierta de un fake news. El navegar incesante por el ciberespacio y conocer sus interminables vías virtuales los hace dueños de un “olfato” especial para detectar amenazas a la verdad. Paradójicamente suelen ser los de mayor edad, quienes asumen como cierto todo lo que circula por la red.
Hoy los vientos del “nuevo periodismo” no son los que predicaba hace más de 50 años el genial Truman Capote ni esa explosión de periodistas – escritores conjugados en Talese- Mailer- Dos Passos- Wolfe (solo por nombrar algunos) sino que acepta, de una manera más literal, su calificación de “nuevo”: nuevas formas, nueva manera de conectarse con la comunidad, nueva portabilidad, nuevas estrategias de reportear y, por supuesto, una nueva dinámica para contar la historia (casi siempre in situ). En resumen, son nuevos periodistas que aprovechan sus dispositivos móviles para realizar y construir historias, más allá de la noticia.
Las Facultades, al tablero
Ante este escenario que ya no se puede considerar amenaza sino realidad, los daños colaterales no se hacen esperar: despido de personal en salas de redacción; noticieros televisivos; cadenas radiales; revistas y otros medios. La era de simplificarse gracias a la tecnología, hace que los aparatajes sean menos complejos: tanto en los requerimientos técnicos, como el material humano. Y si los medios ya se están sintonizando con esta nueva tendencia del ejercicio de un “periodismo diferente”, el reto lo tienen ahora las Facultades donde se forman los periodistas. ¿Qué necesitan las empresas de comunicación? ¿Con cuáles destrezas deben salir preparados esos nuevos egresados? ¿La tecnología, programación, búsqueda de datos, técnicas infográficas; periodismo móvil, “influencer”, “youtuber”, analista de redes sociales, entre otros, deben acaso seguir siendo asignaturas electivas o de relleno o, acaso, son las que ahora deben liderar la formación de ese nuevo ser comunicacional?
Los tiempos han cambiado. Y aunque los que enseñamos periodismo sigamos refunfuñando para nuestros adentros creyendo que “esta juventud no lee”, lo cierto es que lee más. No los veremos con un mamotreto de 650 páginas en sus manos ni buscándole la gracia a los dos tomos de El Quijote. Pero es un hecho que en las horas y horas de navegación se encuentran con portales donde jóvenes comparten su “ópera prima” literaria, sean novelas, poemas o crónicas. Conocen el mundo a través de los blogs y son enfocados según su grupo de interés. Ya no les interesa saber cómo Capote parió “A sangre fría” ni cuántos días duró Gabito encerrado para escribir “Cien años de Soledad”. Hoy, con su móvil, van tras los pasos de un asesinato serial o viajan para hurgar en los recovecos de un pueblo sumido en el olvido: la fuerza de la representación y la narración ha tomado, en manos de los nuevos comunicadores y las nuevas tecnologías, un nuevo significado.
Mientras tanto, los periódicos tradicionales que luchan por seguir manteniendo informada a su ciudad, suspiran de nostalgia por los tiempos idos. Aquellos donde se imprimían más de 70 mil ejemplares que hoy, escasamente, llegan a quince mil. Saben que el futuro no está en el olor a tinta ni en el papel. Está pertrechado tras la pantalla de un computador que día a día los retará para generar nuevos y dinámicos contenidos y, además, generar algo que la prensa tradicional jamás pudo conseguir: una conexión de verdad con la comunidad.