El incipiente Festival de Cine de Barranquilla engañó a los ciudadanos haciéndoles creer que el afamado director estaría en la inauguración.  Los medios «tragaron entero».

Por Anuar Saad

 

ACTO UNO: EL ANUNCIO

No se hablaba de otra cosa. En los pasillos de la universidad veía los cuchicheos entre amigos como cuando alguien quiere organizar una fiesta sin que el otro lo sepa. En los salones de clases se repetían las preguntas:

– ¿Vas?

– ¡Voy pa’ esa!

– ¿En el “Santo Cachón” a las cinco y media?

– ¡Ni lo dudes!

Mi cabeza giraba de un lado a otro tratando de seguir las conversaciones casi en clave de mis estudiantes. No cabía duda: algo iba a pasar y, por lo que veía, iba a ser pronto. Todo el mundo lo sabía y, al parecer, era yo el único que no estaba enterado.

Una joven enfundada en yines rotos, camiseta tropical y ondeando sus rizos rebeldes, se apiadó de mí. -Profe no me diga que no sabe- me dijo con sentida conmiseración, como el que quiere cumplirle la última voluntad a un condenado a muerte.

-No, no lo sé- dije casi que apenado.

– ¡Quentin viene! Me gritó histérica.

¿Quentin? -murmuré confundido- ¿Acaso así se llama el nueve que Junior necesita urgente para ver si gana de local? ¿Es brasilero?

-Profe… ¿en qué mundo está viviendo? Me dijo arrastrando las palabras. Y remató en éxtasis: -Tarantino, Quentin Tarantino viene al Festival Internacional de Cine de Barranquilla…

 

ACTO DOS: CINE Y CARNAVAL

En medio del natural escepticismo, empecé a indagar. ¿Tarantino en Barranquilla? No lo podía creer. Si iba a venir por qué no estuvo en el Festival de Cine de Cartagena, que ya se ha forjado un nombre y que recién había terminado… ¿pero en Barranquilla?

Las explicaciones empezaron a llover. La historia la leí en todos los medios: en El Heraldo, El Tiempo en su edición Caribe, ADN, portales noticiosos, Instagram, estados frenéticos en Facebook más la reverberación del célebre evento a través de la radio. Era la noticia del año: Tarantino venía a un festival de cine en Barranquilla (que pocos conocen) y, además, se enlazaba con el Carnaval que hace poco menos de 15 días había terminado. Sí: el Carnaval. Los medios fueron generosos dedicando páginas enteras a que “…para Tarantino el gancho que pudo halarlo a Barranquilla fue su afán de conocer al autor del célebre disfraz del “descabezado”, el maestro Ismael Escorcia quien, además, haría otro molde del mismo pero esta vez la cabeza que el grotesco personaje sostendría en sus manos… ¡sería la del mismo Tarantino!” Es decir, no solo Quentin vendría a Barranquilla, sino que se devolvía con una réplica del “Descabezado”.

“Una forma de unir cine y Carnaval”, decían los organizadores en comunicados y entrevistas, recalcando que la sangre es un elemento principal y reiterativo en las películas del afamado director dos veces galardonado con el Oscar a mejor guión original: “Pulp fiction” y “Django en cadenas”

El lunes en la tarde los jóvenes preparaban un “equipo de emergencia” para poder inmortalizar en sus celulares a su ídolo. El mal llamado “Santo Cachón”, no es más que el parque “Sagrado Corazón”, en el norte de Barranquilla, al que la picaresca local había rebautizado con tan ladino remoquete. Es un escenario que no se caracteriza por ser bien iluminado, pero es el sitio que había escogido el FICBAQ para la inauguración y la ampulosa presentación del laureado cineasta. Todos buscaban flashes, trípodes, micrófonos, lentillas ajustables, en fin, cuanto aditamento tecnológico sirviera para no perder detalle de la visita del maestro de la irreverencia del cine o creador de lo que se conoce como el “anti-cine”.

Algunos periódicos alcanzaron a publicar el lunes 11 de marzo, la página dedicada a este hecho histórico que saldría el martes 12, en el que se fusionan el hacedor del carnaval y el cineasta galardonado. Mejor dicho: mejor, imposible.

 

ACTO TRES: DE REDES Y MENTIRAS

Llegué a casa después de la jornada laboral y mis tres hijas me esperaban extrañamente sonrientes. Su amabilidad excesiva me advertía que querían algo. -Papá- disparó la mayor. -Necesitamos un auxilio monetario para transporte y mecatos para mañana- me dijo.

-Y eso…?

-Vamos a ver a Tarantino.

Entonces la idea verdadera de que sí vendría el genio del cine empezó a asentarse en mi cabeza. Navegué por las redes y me sorprendí de la generosidad de todos los medios en sus despliegues contando la filmografía del director y rememorando las hazañas carnavaleras de Ismael Escorcia.

Las fotos, poster, pedazos de sus cintas se tomaron las redes y por un momento llegué a pensar que la gente no iba a caber en el parque. -Esta vaina se creció- murmuré. Hasta yo, que hace dos décadas no voy al cine, ya tenía ganas de ver a Tarantino.

A las 9 y 10 minutos de la noche leí un tweet de un reconocido periodista. Iván Bernal Marín había twitteado que Tarantino no venía: todo era una farsa.

A los pocos minutos llegó a mis manos el comunicado de las directivas del Festival aceptando que, como hizo Orson Wells hace 85 años cuando dramatizó en radio un fragmento de “La guerra de los mundos”, ellos querían crear una sensación…” pero no de terror sino de alegría y carnaval”. En otras palabras, habían mentido a la prensa, en las redes, en los portales durante más de cuatro días, para que se hablara de un festival del que, realmente, muy pocos hablan. Más que una “publicidad engañosa” es una burla para la ciudadanía. Jugaron con su ilusión. Se rieron en la cara de los amantes del cine y de paso, pusieron en ridículo a Ismael Escorcia quien durante días le dio forma a “la cabeza” ensangrentada de Quentin.

Pero lo sucedido deja más preguntas que respuestas: A un Festival que necesita ganar relevancia y credibilidad ¿le conviene este tipo de “publicidad”? ¿Por qué los medios tragaron entero y gastaron tinta, papel, dinero y credibilidad replicando una noticia que nadie confirmó? ¿Cualquier cosa que se diga en la red la prensa la asume como cierto? ¿Es “mamadera de gallo” o un serio irrespeto a la sociedad?

El caso me hizo recordar un linchamiento en el sur de la ciudad ocurrido hace unos meses porque alguien en el WhatsApp había puesto que fulano era un abusador de niños. El hombre terminó muerto y, peor, siendo inocente. Mentiras que consumimos como verdades aprovechando la bendición ¿o maldición? De la instantaneidad de las redes sociales.

Al terminar de escribir esta columna no sé cómo les fue a los mitómanos que dirigen el Festival: si la gente, a pesar de la “pulp fiction” que crearon asistieron en masa a la inauguración, o si quedaron todos como “bastardos sin gloria” y “encadenados” en sus casas como “Django”. Pero lo que sí puedo asegurar es que la ilusión, fue tan “descabezada” como la del carnavalero Ismael.