El toque fúnebre de las trompetas empezó a sonar desde el final de la década de los 90 anunciando la sepultura de los diarios impresos. Pero como en el conocido cuento de “El pastorcito mentiroso”, las alertas sobre la amenazante llegada “del lobo”, aún no se hacen realidad. Y por el bien de todos, esperamos que por ahora no lo sea.

El suceso de su eventual desaparición estará, eso sí, relacionada con la forma en que cada uno se labre su propio futuro. De ahí que ya somos testigos de cierres dramáticos de periódicos físicos en Europa; de la transformación del The New York Times y de la reducción exagerada del tiraje de muchos diarios en Colombia.

Lo que es innegable es que si la prensa tradicional no se pellizca y se conecta con el gusto de los lectores y continúa sin comprender que las noticias “para el día siguiente” no tienen objeto alguno en este mundo digitalizado, virtual y globalizado, su destino final –como la película—será la muerte definitiva.

¿Qué pretende buscar hoy un ciudadano del común en un diario impreso? Seguramente no serán las mismas noticias, esas que  ya se han difundido por otros medios más dinámicos  inmediatamente sucedieron. ¡Es la narración, estúpido! podría ser la respuesta parodiando la frase célebre (The economy, stupid)  de James Carville, asesor del demócrata Bill Clinton en la exitosa campaña presidencial que en 1992 lo llevó a la Casa Blanca.

El lector de hoy quiere “que le cuenten la historia”. Que se recreen los hechos de la forma que ni la radio ni los noticieros de televisión, por tiempo y espacio, pudieron hacerlo. Que derriben la terrible mentira sobre la que se cimentaron los supuestos valores del periodismo, como la utópica objetividad por ejemplo, esa misma que pretendía que el periodista no se conmueva, no se emocione, no interprete y no piense. Que entiendan que no siempre las buenas noticias son las malas noticias y sepan que existe, también, un periodismo que ayuda a construir, a reivindicar, a interrogarnos y a encontrar soluciones. Uno en el que ni las páginas judiciales, ni los partidos de fútbol y ni  la boda de “Pepita Mendieta” en un selecto club de la sociedad, sean los platos fuertes.

Así que la próxima vez que se escuchen los gritos angustiados de ¡Ahí viene el lobo! No se ensañen contra los portales web; contra la dinámica de la radio ni la más moderna televisión y, mucho menos, contra la telefonía celular. La fiebre no está en la sábana. Los periódicos modernos no hacen reuniones de editores solo para dar la noticia primero. “La mejor noticia no es la que se da primero, sino la que está mejor contada”, frase célebre de García Márquez de la que debemos aprender todos. El afán por la chiva, solo trae dolores de cabeza. Ejemplo reciente de ello es la foto de El Heraldo en la que mostraba a un guardia de seguridad que había sido herido a balazos y era atendido por un policía que trataba de reanimarlo y en la que, según el medio, otro hombre, –un motociclista agachado sobre el cuerpo— pretendía robarle el reloj. Tres horas después, la misma Policía desmintió la versión –que ya había sido retomada por otros medios y viralizada– aclarando que el ciudadano “estaba tratando de socorrer a la víctima y no de robarle”.

Es por eso que el periodismo moderno debe estar siempre con los sentidos despiertos como aconseja el célebre Jon Lee Anderson y no quedarse informando sobre “la piedra” sin hacer el esfuerzo por descubrir que está debajo de ella y poder verificar, desde todas las aristas, el desarrollo de un suceso.

El periodista de los nuevos tiempos debe ser un cazador de historias. Debe tener el poder de  conmovernos desde la cotidianidad, o con un hecho que nos estremezca desde cualquier rincón remoto de nuestra geografía. El mismo que es capaz de interpretar los fenómenos sociales, el impacto económico, la polarización política, la inversión de los valores, las causas y consecuencias y no simplemente relatar el hecho per se.  No es mejor periodista quien redacte más noticias en un día, sino el que mejor las cuente: hay una interesante fusión entre el rigor del oficio con la estética.

El periódico de hoy debe echar mano de sus mejores recursos: los géneros mayores del periodismo. Pero los redactores no los aprovecharán si quienes se refugian con cara de ogros en oficinas solitarias, manejando los hilos, siguen apegados a ese antiguo, “qué-quién-cuándo-dónde y cómo”, exigiendo más cantidad que calidad, como si en vez de un periódico se trabajara en una fábrica de salchichas. ¿Qué le agrega mi historia al hecho que sucedió? En esa respuesta se esconde en gran parte la clave del éxito.

No culpemos a la modernidad porque, por ejemplo,  hoy se vendan solo 12 mil ejemplares, cuando antes se vendían 80 mil. La prensa escrita es y seguirá siendo necesaria, pero para ello, debe transformarse. Saber coexistir con “su otro yo”, es decir, con su versión web, que igual debe contener historias atractivas en ese lenguaje dinámico, lleno de hipervínculos, imágenes, podcast, videos y transmisión en vivo cuando sea necesario. Mientras tanto, en el físico, se cocinarán las narraciones con los detalles que, aún, la gente no conoce de la noticia de ayer. Se desplegará el poder del periodismo investigativo planteando las denuncias sobre hechos sensibles y de gran repercusión social.

Así que si después de leer esta columna se encuentra con que el diario que por pura casualidad usted tiene en sus manos sigue recitando las mismas noticias; no contiene narración de historias por ninguna parte y ve con desencanto que ni su editorial, ni sus páginas de opinión toman posturas firmes sobre los temas que nos afectan, tal vez, solo tal vez,  la próxima vez que lo vaya a comprar… no lo encontrará.  Seguramente, “el lobo” ya se lo habrá tragado.