¿A usted le gustaría viajar casi dos veces al mes fuera del país? ¿Ha soñado con un trabajo que le garantice desplazamientos a cuerpo de rey por todo el globo terráqueo para ejecutar “agendas de trabajo” impostergables? ¿Es de los que se “sacrificaría” llevando consigo la responsabilidad laboral más allá de sus fronteras? Si sus respuestas fueron afirmativas, definitivamente tiene todo el perfil para ser Presidente de Colombia.
Es que en los diez meses de gobierno, Iván Duque ha viajado al exterior 17 veces. Es comprensible que un primer mandatario tenga una apretada agenda que involucre desplazamientos importantes, vitales para la economía del país, pero también debe ser coherente con lo que está pasando en su nación. La gota que rebosó la copa, fue su presencia en el Festival de Cannes. Mientras él hablaba de la “economía naranja”, el hijo de María Pilar Hurtado lloraba sobre el cadáver de su madre.
No son los viajes: es el discurso desconectado con la realidad del país que él lleva más allá de las fronteras. Un discurso que haría pensar a algún despistado, que están hablando de Suiza y no de Colombia. Duque parece vivir encerrado en una dicotomía que le impide ver la realidad de un país convulsionado y que se desmorona mientras que él parece esperar el último trino de Uribe, o el susurro al oído, para tomar alguna decisión que casi siempre es desafortunada.
Lo paradójico es que el que funge hoy como Presidente, ejecuta las mismas acciones que criticó de su antecesor, sin que el Centro Democrático diga ni mu. Es decir, lo que antes era condenable, ahora es aceptado. Pero los viajes no son los motivos principales por los que se critica a Duque. Las redes sociales son repetitivas en el discurso. Las columnas de opinión, son coincidentes. Los informes de los diarios en sus notas políticas dan cuenta de ello y artículos de prestigiosos diarios internacionales, apuntan a la misma diana: la dependencia de Duque con Uribe es tóxica y nociva para el país.
No son los viajes: es el discurso desconectado con la realidad del país que él lleva más allá de las fronteras»
En ese sentido, la prestigiosa revista británica The Economist instó al mandatario a alejarse de la sombra del expresidente Uribe. “Colombia necesita repensar la política de seguridad para una era posterior a las Farc, con un mayor uso de la inteligencia y la cooperación civil”, dice el artículo, haciendo énfasis en las cifras alarmantes de asesinatos a líderes sociales y excombatientes de y agregando que “Duque necesita salir de la sombra de su padrino político, el senador Álvaro Uribe” resaltando que el mandatario continúa “atrapado en batallas políticas” en vez de ejecutar una política con “base propia”, lejos de la “sombra” del expresidente Uribe, al que califica como “amargado”.
A nombre de Uribe, Duque fustigó por las objeciones a la JEP; siguiendo las directrices del máximo jefe de su partido, revivió la peligrosa estrategia de volver a fumigar contra glifosato; no hubo interés alguno de aplicar el estatuto aticorrupción que pasará a dormir el sueño eterno; las cifras violentas en Antioquia y en algunas zonas de la costa caribe siguen en alarmante aumento; el precio del dólar (aunque sea por motivos externos) ha llegado a límites insostenibles; no se ha encontrado una solución definitiva a la vía al Llano, incomunicado hace diez días y el pesimismo se ha instalado entre los colombianos como un estado de ánimo generalizado. La sombra de la descertificación sigue rondando al país y ya el DANE anunció que las metas de inflación no serán las previstas pues, solo en lo que va corrido del año, ya se ha llegado casi al tope presupuestado.
La manía –instada también desde la psiquis anormal de Uribe—de achacar todos los males del país al mandato anterior, parece ya un cuento chino que no se lo cree nadie: a un año de mandato, este Gobierno no da señales claras de redireccionamiento, de timonazos claves para llevar a Colombia a puerto seguro y, lo que es peor, la percepción en redes sociales, en reuniones de líderes, en encuentros familiares y hasta en conversaciones de peluquería, es que el piloto no se ve por ninguna parte: el país es un avión la deriva que da tumbos intempestivos según las ocurrencias de turno del presidente a la sombra.
Los líderes sociales siguen cayendo asesinados y los desmovilizados ven con pavor como los suyos mueren también sin explicación alguna. El paramilitarismo (que nunca ha estado ausente) resurge con más fuerza mientras que la energía que se necesita para combatirlo, se desvía a estratagemas para desestabilizar a las Cortes que el Uribismo –en eterno delirio de persecución- ve como sus enemigos.
Mientras el país se incendia por estremecedores sucesos y bajo la mecha encendida de la polarización desbocada, Duque en sus constantes periplos habla de un estado ideal, utópico y progresista donde todos convivimos en paz, lo que nos lleva a pensar que sería mejor no vivir en Colombia, el Estado real, sino irnos a vivir con “Alicia en el país de las maravillas”, ese que pinta el Presidente ante la comunidad internacional.
Anuar Saad