Desde la primera clase que dicté –un lejano mes de febrero de 1997- entendí que la docencia era más que mandar a leer una pesada bibliografía, delegar exposiciones, usar frenéticamente el video beam, o poner en boga un lenguaje refinado y lejano para el estudiante. Me di cuenta que esos muchachos, ávidos de aprendizaje, suponían que ese docente que estaba ahí enfrente enseñaba porque, además de ser un profesional en su carrera, había trabajado en su oficio y se había construido un nombre.
El estudiante es, por naturaleza, un ser curioso. Le gusta ir más allá de lo planificado y se afana por despejar ese interrogante que con frecuencia lo atormenta: ¿qué carajos voy a hacer cuando enfrente mi primer día de trabajo? ¿Es suficiente lo aprendido en las clases? ¿Estoy preparado para las exigencias de un jefe rígido y perfeccionista? Por ello, no pasaba una clase en que a la mitad de ella abría un paréntesis (grande, además) para contarles anécdotas sobre hechos inusuales, divertidos, trágicos, exitosos, o por el contrario, de sucesos en que metimos la pata hasta el fondo.
Las anécdotas, casi que representadas teatralmente en plena clase, despertaban el interés -y muchas veces la risa- de los estudiantes, pero también les dejaba una clara enseñanza: “…si repiten eso, seguramente van a tener problemas”; o “…Así pude solucionar un embrollo en plena sala de redacción”. Dependiendo del caso, las enseñanzas, por supuesto, iban a ser distintas.
El pragmatismo en la enseñanza y en el ejercicio del periodismo ha sido cuestionado por algunos autores y avalado por otros. Pero el ejercicio del periodismo tiene, por sí mismo, una clara filosofía pragmática alentada por factores externos: la lucha contra el tiempo para solucionar el problema y la capacidad de reacción frente a un imprevisto. En estos casos, nadie va a tener tiempo para buscar un referente teórico leído en clase, ni mucho se va a acordar de aquella exposición mamotrética que el profesor hiciera alguna vez. Pero si los problemas del oficio han sido socializados como anécdotas, al mejor estilo de narrar un cuento, ese estudiante podrá recordarlos para toda la vida.
Aprender desde el error
En una de las clases que dicto sobre la Crónica periodística en la Universidad Autónoma del Caribe, después de darles las herramientas principales para encarar este hermoso género, les dije que en la última hora íbamos a empezar a redactar crónicas. Asigné temas fáciles, casi que cotidianos, teniendo como marco referencial el entorno de la Universidad: la proliferación de ventas callejeras, el rebusque creciente, los vendedores históricos, en fin, los personajes populares que se han convertido casi que en leyenda y todo hecho que, de alguna manera, se desarrollara en sus alrededores.
Un joven, muy rápido, anunció que ya tenía el trabajo listo. Solo había salido quince minutos y en otros veinte había terminado la redacción de unas dos cuartillas y media.
-Es sobre el comercio informal alrededor de la universidad- me dijo.
Lo leí de un tirón y le pregunté: -Y ese tipo al que nombras que vende frutas en la esquina… ¿cómo se llama? Silencio.
-¿Cómo estaba vestida la señora que vende los dulces? Silencio.
-¿Cuántos años tiene el señor que hace artesanías al frente de la Universidad de estar en ese sitio? Más silencio.
-¿Cuántos jugos de naranja vende al día el hombre que está al frente de la puerta principal y al que todos le compran? Ni idea.
-Profesor- me dijo entonces el muchacho. –Usted dijo que hiciéramos una crónica sobre el entorno de la universidad, pero no explicó que había que poner todos esos datos…
-Todos esos datos, le dije con especial énfasis, son piezas esenciales en un trabajo periodístico. La diferencia del ojo del periodista al de tu tía Clorita, por ejemplo, es que ella solo se va a tomar el jugo, pero jamás observará en detalle ni interactuará con el que los vende para obtener información.
En un siguiente ejercicio todos los estudiantes armaron sus crónicas con los detalles que un periodista debe tener en cuenta. El error inicial se convirtió, entonces, en una estrategia de enseñanza.
El pragmatismo en la enseñanza y en el ejercicio del periodismo ha sido cuestionado por algunos autores y avalado por otros. Pero el ejercicio del periodismo tiene, por sí mismo, una clara filosofía pragmática alentada por factores externos…»
Giordan (1985) en El interés didáctico de los errores de los estudiantes, afirma que el problema del error se vincula al problema de la verdad y de la fuente última del conocimiento. Doctrina propuesta por Sócrates, según la cual el hombre puede errar individual y colectivamente; pero debe aspirar a la verdad objetiva examinando sus errores mediante la autocrítica y la crítica racional. Está bien equivocarse, pero se debe hacer lo posible por enmendarlo.
Siguiendo esa misma línea, Jean Pierre Astolfi (2000) dice que “solo dejan de equivocarse los que no hacen nada”. Y esta es una frase que llega hasta el alma. Cada vez que vamos a hacer algo tenemos dos opciones, y una de ellas es equivocarnos porque nuestras vidas están llenas de errores. Toda persona comete errores; es decir, se equivoca al no hacer lo correcto en las diferentes actividades que realiza. Sin embargo, cada error tiene un aprendizaje. Y si no te has equivocado, claramente quiere decir que jamás intentaste hacer algo nuevo. Y el periodismo de hoy se renueva cada día exigiendo retos nuevos y a veces inusuales para los periodistas que inician, pero también a veteranos, al igual que a los estudiantes que cursan con vocación la carrera y a los que le llegan a diario tormentosas informaciones sobre el futuro del periodismo.
Apuesta por lo pragmático
Aprender desde el error tiene un corte pragmático. Y resolver una situación compleja en el mundo de la información, también lo tiene. Sara Barrena, investigadora de la Universidad de Navarra en su artículo titulado Pragmatismo, asevera que “…el pragmatismo tiene que ver con lo práctico en el sentido de lo que es experimental o capaz de ser probado en la acción, de aquello que puede afectar a la conducta, a la acción voluntaria autocontrolada, esto es, controlada por la deliberación adecuada; el pragmatismo tiene que ver con la conducta imbuida de razón; tiene que ver con el modo en que el conocimiento se relaciona con el propósito. Los pragmatistas ven la vida en términos de acción dirigida a fines. El pragmatismo es práctico en el sentido de que da prioridad a la acción sobre la doctrina y a la experiencia sobre los primeros principios prefijados. Tiene el propósito de guiar el pensamiento, un pensamiento que está orientado siempre a la acción y que encuentra en ella su prueba más fiable”.
Richard Bernstein (1999) recuerda los nacimientos del movimiento pragmático que data del siglo XIX en cabeza de William James, quien le dio el nombre a la corriente, pero que achacó como fundador a Charles Peirce. Bernstein, en su libro El resurgir del pragmatismo advierte que «…una de las razones principales de por qué (a estas alturas) los pragmatistas son más relevantes que nunca, es debido a que la dialéctica «modernidad/postmodernidad» está poniendo al día con los pragmatistas. No creo que podamos volver sin más a los pragmatistas para resolver nuestros problemas teóricos y prácticos. Nada podría ser más impragmático que dedicarnos a una nostalgia de «felices días de ayer» (que en realidad nunca existieron). Pero sí creo que podemos seguir adquiriendo inspiración del legado pragmático y desarrollarla en modos creativos».
Y estos «modos creativos» son los que exige con urgencia el periodismo de hoy, en donde se combinan el saber con el hacer. Y este último, a veces requiere de decisiones y reacciones rápidas en las que el concepto de verdad absoluta no existe, y abre el camino para explorar consecuencias y fines de la acción delimitada por distintas condiciones.
No son tiempos fáciles los que se viven en el periodismo y en la enseñanza del mismo. Es que el periodismo ha estado desalentado por la misma dinámica de los medios. Para nadie es un secreto los despidos masivos en diarios nacionales, los recortes drásticos en cadenas de televisión, la desaparición de canales o espacios por falta de presupuesto y la competencia directa con esa ‘nueva especie’ que hace periodismo a través de las redes sociales y sitios web como YouTube, solo por poner un ejemplo y que se presentan, además, como “no periodistas” tal y como lo anoté en el artículo ¿Un nuevo periodismo para «no periodistas»?
A pesar de todo hay esperanzas. La crisis que viven los medios en la actualidad (un fenómeno mundial) y el periodismo mismo, de alguna manera está encontrando un nuevo aire por esa misma y controvertida revolución digital que, a pesar de sus excesos, abre más espacios en los que se generan nuevos medios, y con ellos, a nacientes roles que abrirán oportunidades para una nueva camada de periodistas con destrezas definidas e, incluso, una nueva visión del mundo.
Es por eso que el que enseña la profesión debe saber cautivar, embelesar, crear inquietudes, inspirar, ser el ejemplo y, sobre todo, narrar, utilizar anécdotas, recrear historias de periodismo de las que él ha sido protagonista y socializar casos de repercusión mundial en los que el periodismo fue clave en el desarrollo de los hechos; sin olvidar la importancia de la literatura, siempre la literatura, que nos abre el conocimiento y nos enseña que lo que creíamos imposible puede ser posible: que hay nuevas y mejores formas para enseñar más allá de la clase magistral o de lo que se transmite en un frío proyector. La esencia del periodismo, como en la enseñanza del mismo, está en la vida misma. El periodismo ‘como tal’, jamás estará en crisis. Su forma de ejercerlo y la de enseñarlo en los nuevos tiempos es la que urge ser revisada.