Todos están hablando de eso. En los medios, en las redes, en las universidades, en las cafeterías, en el salón de belleza o en la parada del bus. Todos dicen que  “algo pasó” en estas elecciones. Y si bien “lo que pasó” no es para sacar el carro de bomberos y lanzar sirenas al viento profetizando que estamos ante un nuevo país que aprendió a elegir, por lo menos se encendió una chispa de esperanza en medio del oscuro y polarizante panorama de nuestra accidentada política nacional de los últimos años. Y aunque todavía hay alcaldías, gobernaciones y curules en concejos y asambleas que están manchados por la corruptela de la clase política tradicional, me sumo a los que piensan que, ciertamente, “algo pasó” en estas elecciones.

El castigo a candidatos claramente referenciados por el uribismo, como el caso de Miguel Uribe en Bogotá; Alfredo Ramos en Medellín; Ghisays en Montería; Fernando Araújo en Cartagena, entre otros;  y las gobernaciones de Córdoba, Sucre, Antioquia y Huila, solo por nombrar algunas, son una muestra del tamaño de la derrota electoral que el mismo expresidente Álvaro Uribe aceptó a través de un trino.

Pero no fue solo el Centro Democrático quien perdió. En el muro de los lamentos tiene la compañía —indeseable para él— de Gustavo Petro cuyo movimiento no solo perdió casi todas las alcaldías y gobernaciones, sino que vio minado gravemente su caudal electoral en Bogotá, que pasó de más de un millón y medio de electores, a un poco más de cuatrocientos mil. Una derrota estrepitosa como castigo a su prepotencia y sus reiteradas declaraciones desafortunadas que lo han hecho perder credibilidad.

Los verdes, ganadores

Entre los ganadores de la jornada está, por supuesto, La Alianza Verde que se la jugó con renovados líderes en distintas regiones logrando conquistar,  además de la Alcaldía de Bogotá con Claudia López,  la de Cali con Jorge Iván Ospina, la de Cúcuta con Jairo Tomás Yañez, la de Florencia con Luis Antonio Ruiz, la de Manizales con Carlos Mario Marin, y la Gobernación de Boyacá con Ramiro Barragán.

Lo que es innegable es que la derrota de los dos extremos —esos mismos que han incendiado a Colombia a través de las redes llevando al país a una polarización malsana y peligrosa— fue potenciada por el resurgir (aún tímido) del voto de opinión que benefició a inusuales candidatos independientes, prácticamente desconocidos en algunos casos, y por los que las encuestas no daban un peso».

No se puede dejar por fuera lo que pesa el millón de votos que Carlos Fernando Galán obtuvo en su disputa por la Alcaldía de Bogotá. Dueño de una campaña ejemplar, limpia, lejana a las ofensas e intrigas, pudo capturar un respetable número de votos independientes e indecisos que lo han convertido en una nueva y fuerte opción política. Ahora tendrá que seguir trabajando para terminar de convencer al país que está fuera del juego de las grandes maquinarias y arar el camino para una futura candidatura a la presidencia de la república. De alguna manera, la célebre frase de Francisco Maturana se le puede aplicar perfectamente a lo ocurrido con Galán: “perder es ganar un poco”.

Castigo a la polarización

Lo que es innegable es que la derrota de los dos extremos —esos mismos que han incendiado a Colombia a través de las redes llevando al país a una polarización malsana y peligrosa— fue potenciada por el resurgir (aún tímido) del voto de opinión que benefició a inusuales candidatos independientes, prácticamente desconocidos en algunos casos, y por los que las encuestas no daban un peso, pero que a pesar de las maquinarias, las prácticas corruptas y de la evidente manipulación de esas mismas encuestas, pudieron salir vencedores.  Y ese resultado es, a todas luces, la demostración fehaciente de lo cansado que está el pueblo con los políticos tradicionales y, más aún, con ambos extremos (derecha e izquierda recalcitrantes), esos mismos, que pelearon hace un año la presidencia del país.

El petrismo y el uribismo  sólo lograron algunos resultados positivos porque se sumaron a  coaliciones y apoyos a candidatos de otros movimientos, pero hay que dejar en claro, que esas victorias no fueron de ninguna manera gracias a ellos. En cambio, una de las casas políticas tradicionales que sigue manteniendo su fortaleza y que puede hablar de “ganancia” en las recientes elecciones, es la de los Char que volvieron a demostrar su poder electoral en el Atlántico y, por supuesto, en Barranquilla, gracias a una hegemonía de doce años en la que han gozado de una aceptación mayoritaria de sus habitantes que le reconocen, fundamentalmente, la transformación de Barranquilla que hoy se erige como una ciudad modelo en el país.

Lo cierto es que para que la necesaria depuración política pueda ser una realidad y se pueda derrotar para siempre al clientelismo, hay que vencer al peor de los enemigos,  la abstención, que se sigue manteniendo por encima del 50% en todo el país. Un fenómeno que se puede reversar si los jóvenes  dicen presente, no solo en el ejercicio de elegir, sino también en el de atreverse a participar como aspirantes a puestos de elección popular.

Porque lo que quedó claro con los resultados de las pasadas elecciones regionales, es que son muchos los que no quieren más de lo mismo. El cambio, ya empezó.