«La voz del pueblo es la voz de Dios». Viejo refrán que pocas veces se equivoca. El pueblo es el que sufre, se alegra, recorre, conoce, verifica, utiliza, valora, compara y al final, se beneficia o se perjudica con lo que le ofrece su ciudad.
No es casual que hoy Barranquilla sea un modelo de ciudad. Lo que sí asombra a todos es que haya logrado serlo trepando desde el abismo en el que estuvo sumergida por más de cuarenta años. Épocas en que tener agua de la llave era una proeza, la basura se apilaba en las aceras, mientras por sus calles los cráteres impedían que los vehículos deambularan con normalidad.
Barranquilla fue botín para grupos políticos que la exprimieron en todos sus frentes dejando desvalidos a sus ciudadanos que no podían gozar -ni sabían- lo que eran las bondades de una verdadera ciudad. No había parques ni escuelas decentes para los niños; los hospitales eran cascarones de espanto y pensar en practicar deportes era todo una utopía.
Pero hoy las cosas son distintas. Caminar por el malecón del río te despierta los sentidos. No solo por los sabores y olores de una Barranquilla progresista, sino porque el murmullo de propios y extraños vienen cargados de elogios: todos reconocen en esta urbe a una nueva ciudad. Una que se erige altiva en el panorama nacional y que es mirada con respeto en el ámbito internacional.
“El milagro de Barranquilla”, como es referenciada la ciudad en el país, no es un producto de la casualidad. Es el resultado de un trabajo continuo de doce años de gobierno ejemplar que empezó con Alejandro Char, quien hoy está ad portas de entregar el bastón de mando a Jaime Pumarejo quien tiene la enorme responsabilidad de continuar este proceso para ratificar que, como él mismo dice, “Barranquilla está imparable”.
El Río y todo lo que representa; más de 120 parques con todo su mobiliario urbano entregados, el museo del carnaval, la prolongación de las calles 72 y carrera 43; los maravillosos escenarios deportivos; las escuelas equipadas con lo necesario para impartir educación de calidad; los Caminos y los Pasos que acercan la salud a la gente; los incentivos para la producción cultural; la renovación de sus plazas públicas y la puesta en marcha del nuevo puente Pumarejo, entre muchas más cosas destacables, hacen a Alejandro Char el alcalde mejor calificado del país, y el más querido por los habitantes.
Para los que se han devanado los sesos tratando de descubrir cual es el “secreto del éxito” del Alcalde Char, puede que la respuesta esté en sus narices y aún no la han podido hallar. Un “secreto” que nace del compromiso con la gente que lo eligió. La misma que desea ver siempre mejor a su ciudad, esa ciudad que hoy es fuente de más y mejores oportunidades de progreso. Es un “secreto” que se grita a voces. El éxito del Alcalde no es más que cumplir con lo que prometió y trabajar incansable para entregar a los barranquilleros una ciudad de la que hoy se sienten orgullosos .
Su sonrisa contagiosa y su descomplicada forma de vestir no hacen parte de una postura impostada. No es “apariencia” para llegar al pueblo. Alex Char es auténtico. Se conecta con la gente y se fusiona como uno más de esos barranquilleros con quienes comparte en cualquier barrio, esquina, parque o, por supuesto, de cara al Río. Las redes están llenas de su sonrisa así de grande mientras se abraza con una familia que le pide una selfie. Sus detractores lo tildan de populista, cuando en realidad su conexión con la gente, nace del alma: de su autenticidad que hace que, desde algún rincón de esta ahora hermosa Barranquilla, cualquier parroquiano le grite a voz de cuello: “¡Aj’a, viejo Alex!.. ¿y qué hay con el Junior pal otro año?”
Otro año en que se espera enfrentar nuevos retos. Un año en el que, a pesar de que él ya no esté al frente de los destinos de la ciudad, su legado perdurará en el recuerdo y gratitud de los ciudadanos. Un año en el que empieza el mandato de Jaime Pumarejo, un joven talentoso que tiene la firme convicción de que no será inferior al enorme reto de mantener a Barranquilla, esta “capital de vida”, en el sitio de privilegio en el que hoy se encuentra.