Hace poco menos de dos décadas una persona podía conocer a alguien que a su vez tenía un amigo que le había confesado que estaba haciendo una maestría sin asistir a la universidad. ¿Y cómo es esa vaina? Preguntaba entonces uno medio incrédulo. “Es que está estudiando de manera virtual. Las clases las recibe por internet”.

Y es que era natural que en Colombia no se entendiera entonces muy bien cómo aquello podía ser posible y las reservas sobre esa “educación virtual” eran más que comprensibles: para el año dos mil, solo un pequeño porcentaje de la población podía tener acceso a internet y menos de ese porcentaje, tenía un computador en casa.
Sin embargo, la modernización de la educación se fue dando de la mano con la implementación de las tecnologías de la información y la educación, que en la última década crecieron en forma agigantada.

Los celulares terminaron convirtiéndose en el aparato más utilizado y prácticamente eran capaces de remplazar a un computador portátil. Los planes de internet se fueron volviendo comunes y más accesibles y hoy de una manera u otra, el mundo está más conectado que nunca. En Colombia, casi 32 millones de personas tienen alguna conexión a internet.

Entonces los programas académicos virtuales pasaron de ser una extravagancia a una necesidad. Cada vez más la gente, por trabajo principalmente, requiere recibir educación virtual. Las universidades a través de sus “aulas extendidas” procuraba llegar más al estudiante poniéndose así a tono con los nuevos tiempos. Los libros se fueron reemplazando por lecturas digitales y las nuevas aplicaciones eran asumidas por educandos y educadores para potenciar la enseñanza.

A raíz de la pandemia provocada por el coronavirus, lo que se suponía debería pasar a futuro, se adelantó. Las universidades y colegios ante el cierre físico de sus sedes, debieron echar mano de sus recursos digitales para afrontar la crisis. Y ahí, nos dimos cuenta que no todos están preparados para lo que muchos han catalogado como la “educación del futuro”.

Una de las razones, fue la capacidad de las plataformas, a los pocos días muchas de las plataformas digitales empezaban a colapsar. Y si no eran las plataformas, colapsaban los docentes que toda la vida se habían aferrado al marcador y al tablero desdeñando el adaptándose a los nuevos tiempos. “No hay como la tiza y el pizarrón”, se ufanaban.

Ante la emergencia, a las universidades también les ha tocado aprender. Aprender a conectarse con sus estudiantes. A sacarle el máximo provecho a las formas de encuentros virtuales, a desempolvar los recursos que tenían, pero que poco usaban, sin que se afectara la calidad del conocimiento que se trata de enseñar.

Los profesores han tenido que reinventarse y, así como sus estudiantes, han echado mano de la creatividad para no naufragar en el intento. Los profesores han podido descubrir que las excusas de los estudiantes, siguen siendo casi las mismas en la virtualidad. Que el que llegaba tarde a la clase física, también llega tarde al encuentro digital. Que el chistoso de turno, sigue haciendo chistes en línea, que el que entiende todo al revés, mantiene su lenta tendencia y que el que se sale sin excusa de la clase, también abandona sin reparo la reunión virtual.

Igual sucede con los docentes: el profesor aburrido, poco creativo, ese que parece estar dando discursos en vez de enseñar con dinamismo, podrá igual a través de la red: la virtualidad no le hará “el milagrito”.

Esto quiere decir que la esencia del buen estudiante y del buen profesor será la misma tanto en la presencialidad como en la virtualidad, aunque está última nos demande esfuerzos adicionales para “conectarnos” eficientemente con el otro.

El estudiante está acostumbrado de alguna manera a la cercanía con el docente. A la calidez de las clases. Y los docentes, en su mayoría, extrañan el aula física. Pero lo que hoy se está dando en el mundo, es el preludio del derrotero que la educación superior va a tomar en los próximos diez años. Con estas nuevas generaciones de centennials, que cada vez más “no se ven” en las carreras tradicionales y a los que las universidades se les hacen poco atractivas, las instituciones de educación superior tienen que afinar las herramientas virtuales y preparar a los docentes para el nuevo reto, que, sin querer, ya se está empleando en casi el mundo entero.

Seguramente esta coyuntura trazará nuevos caminos en los planes de acción de colegios y universidades. Se habrá tomado conciencia, con lo que se está viviendo, que la educación virtual debe tener todas las garantías para ofrecerse y docentes y estudiantes deben salir airosos del nuevo reto. Hoy los estudiantes están sentados frente a su computador o con su celular en la mano pero no posteando estados de Facebook. Hoy nos estamos dando cuenta que sí podemos dinamizar la educación a través de las redes. Y, ante todo, atrevernos al cambio. Las nuevas tecnologías, están ahí: apropiémonos de ellas.