Un día las noticias dejarán de despertarme anunciando su dantesco inventario de muertos. La gente, ahora sonriente, reemplazará a los rostros adustos, tristes y adoloridos que a través de la televisión nos traían historias que nos arrugaban el alma.

Un día el estruendo de las persianas de hierro al abrirse me anunciará que el negocio de enfrente, cerrado hace meses, ha vuelto a abrir. Y veré a su dueño y a sus empleados abrazarse y contar historias de supervivencia. Los veré saludar a los transeúntes mientras que anuncian que otra vez están en el ruedo.

Cuando llegue el día después, los edificios enormes divididos en salones con sillas que durante meses han extrañado a quienes los ocupaban, volverán a la vida. Los primíparos corretearán por las plazoletas mientras que los profes, con la alegría que da la batalla ganada, saborearán un tinto de a mil, como preludio a la clase que deben empezar en minutos. Porque cuando todo pase, volverán a ver, escuchar y sentir a sus estudiantes.

Un día no escucharé a las palomas sobre el alero de mi ventana antes de que el sol salga, porque el bullicio de los buses y los conductores madrugadores las habrá espantado. Los vehículos circularán libremente y el paisaje urbano volverá a ser como siempre lo conocí.

Cuando el día después llegue, los parques acogerán nuevamente a aquellos que, juiciosos, cada mañana recorrían su suelo llevando un ritmo sincronizado con la esperanza de perder algunos kilos o mantener su forma. Los niños juguetearán con sus padres mientras que los vendedores ambulantes volverán a ofrecer algodón de azúcar, a tocar la campanita estridente que anuncia que tienen helado de vainilla y chocolate y también estarán otros que ofrecen en su nevera de icopor agua de todos los sabores y colores.

Cuando llegue el día después, volveré a sentarme en la mesa de ese restaurante árabe que tanto me gusta y acompañaré sin falta a mi esposa a tomar el café de las cinco. Recorreré por inercia los centros comerciales pensando que, ¡Oh la vida! solía comprar cosas que en verdad no necesitaba.

Cuando ese día después por fin llegue, disfrutaré el recorrido para llegar a esa playa que ahora está más azul que nunca, y le pediré perdón al mar y a la arena, por el daño que le hemos hecho a través de los siglos. Respiraré ese aire que días antes temía me llegase a faltar, pensando que llegó la hora de crear conciencia de su valor.

Cuando llegue el día después, volveré a celebrar la vida con los amigos de El Golden y la llamada de José Luis, justo el viernes antes de las seis, me reiterará que otra vez podemos reunirnos al compás de unas cervezas escuchando los vallenatos que tanto nos gustan mientras que, emocionados, contaremos nuestras aventuras del confinamiento y las enseñanzas que nos dejó, tratando en vano de seguirle el ritmo a un viejo éxito de Diomedes Diaz, o reírnos a carcajadas con las últimas ocurrencias de Clodomiro.

Cuando llegue el día después recordaré que la vida es prestada. Que vivimos alejados de Dios y que solo cuando rozamos la desgracia, volvemos a aferrarnos a Él. Entonces querré más a mis amigos y sonreiré ante el sermón quejumbroso de mi madre».

Cuando llegue el día después, regresaremos felices, más que nunca, a nuestros trabajos. Agradeceremos por tenerlo y prometeremos, entonces, valorarlo. Nos abrazaremos hasta con ese que apenas nos hablábamos y nos propondremos ser más parte de la solución, que del problema.

Cuando llegue el día después recordaré que la vida es prestada. Que vivimos alejados de Dios y que solo cuando rozamos la desgracia, volvemos a aferrarnos a Él. Entonces querré más a mis amigos y sonreiré ante el sermón quejumbroso de mi madre. Recordaré con tristeza a los que se han ido, y valoraré tener a los que quedaron. Expulsaré las malquerencias de mi vida y entonces, cuando todo vuelva a ser como antes, descubriré lo estúpido que es acumular riquezas y negarse a disfrutar verdaderamente la vida. Pensaré en todo el tiempo que hemos perdido y lo futil de las rencillas políticas que nos alejaban cada vez más del otro olvidando que no solo somos vulnerables, sino, además, mortales. Es por eso que el día después de la pandemia me regocijaré con el canto del pájaro silvestre que picotea alegre un mango maduro frente a mi ventana, y agradeceré por poder ver, al lado de los míos, un nuevo amanecer.

Ese día se sentirán los lamentos de aquellos que han perdido mucho de lo que tenían. Algunos, se quedaron sin sus ahorros; otros, acumularon más deudas, muchos, perdieron ese negocio que tanto les costó levantar y otros tantos, habrán quedado sin trabajo. Pero cuando llegue el día después, debemos, a pesar de todo, estar agradecidos: aún nos queda la vida, la misma que otros ya no tendrán.

Cuando llegue el día después, tendré más claro que nunca que los que se llaman potencias dejan de serlo cuando a la naturaleza le dé la gana. Que el dinero, como siempre me enseñó mí padre, no lo es todo y que el tesoro más preciado, es la familia.

En ese día después, espero estar ahí para que la vida me regale esa segunda oportunidad que todos merecemos para poder agradecer por cada día y demostrarnos que un mundo mejor sí puede ser posible. Que la equidad es una necesidad y que el único significado de la riqueza, es saber compartirla.

Cuando llegue el día después, ese en que la pandemia ya sea historia, espero que tu y yo estemos ahí y que juntos, empecemos a construir una nueva historia.