Cayó el telón y él, como toda mala caricatura, sigue ahí, agarrado de los jirones de tela tratando de no desaparecer. Su copete de 75 mil dólares anuales se mantiene asomado, mientras un pedazo de su cara anaranjada todavía se ve allá, a lo lejos, renuente a esfumarse.

Después de cuatro años, aún muchos intentan descifrar cómo es posible que un personaje de sus características haya ocupado el salón oval. Con más pinta de gánster americano que de presidente, este reconocido mitómano, evasor de impuestos, abusador, xenófobo, prepotente y bravucón, no solo ganó la candidatura de su partido, sino que ocupó la presidencia de su país tapando el escándalo anterior, con otro nuevo.

Gobernó a los gritos y se hizo oír a través de Twitter, cuando la red social no censuraba sus desafortunados alaridos. Es el mismo personaje que amenazó con construir un muro de decenas de kilómetros para cercar la frontera con México y que, supuestamente, pagarían los mexicanos pero que aún está a medio hacer y con la plata de los gringos.

Su ignorancia y terquedad ha costado miles de muertos a Estados Unidos. Su desdén ante la pandemia, a la que calificó como un a gripita, y la falta de reacción oportuna, han llevado a la peor crisis económica y sanitaria de la historia a su país, en el que con su discurso alienante y agresivo fue polarizando cada vez más.

Pero aún con el triunfo de Biden, la sombra de Trump no desaparece. Sigue por ahí, como “el coco” asusta niños, amenazando con aparecer en el momento menos esperado seguramente envalentonado por sus caudalosos sufragios. Pero Biden lo sabe: es consciente que lo que urge es sanar heridas. Reconciliar y trabajar llamando a la unión.

Así como resultó una sorpresa monumental su victoria hace cuatro años, hoy resulta otra sorpresa así de grande su derrota por una ínfima diferencia que termina demostrando que casi medio país cohonesta con su carácter y modo de gobierno. Trump –para que no nos equivoquemos—logró más votos que con los que salió elegido en los comicios anteriores.

Por el otro lado, Joe Biden, el hombre que pudo superar su tartamudez, golpeado por tragedias personales, que no sacaba buenas notas, que vio morir a su esposa y a dos de sus hijos, conjuga a la perfección la palabra resiliencia siendo el senador más joven de la historia y es hoy el presidente electo más viejo en su país, que hereda, literalmente, a una nación partida en dos, armada hasta los dientes, con alto grado de intolerancia y una cabalgante polarización. Biden obtuvo la votación más alta que ha recibido un candidato en toda la historia en Estados Unidos y pudo, además, derrotar a un presidente en ejercicio que ostentaba un desbordado poder.

Pero aún, con el triunfo de Biden, la sombra de Trump no desaparece. Sigue por ahí, como “el coco” asusta niños, amenazando con aparecer en el momento menos esperado seguramente envalentonado por sus caudalosos sufragios. Pero Biden lo sabe: es consciente que lo que urge es sanar heridas. Reconciliar y trabajar llamando a la unión.

Por eso, mientras el derrotado Trump se deshacía en insultos, amenazas y denuncias de fraude, el presidente electo, mesurado a pesar de la victoria, prometió que gobernará para todos: para los que votaron por él, como para los que no, lanzando así un mensaje que lleva explícita su intención de volver a unir a los norteamericanos de la mano de Kamala Harris, su compañera de fórmula, primera mujer (y además de color e hija de inmigrantes) en llegar a la vicepresidencia. Kamala, un nombre realmente inspirador, va de la mano con quien lo posee: “Soy la primera mujer en llegar a la vicepresidencia, pero seguramente no seré la última”, fue el mensaje contundente a todas las mujeres de su nación.

El tono político de América Latina se irá alineando a este nuevo cuatrienio en el que mandará un distinto modelo de gobierno en Norteamérica. Países como Colombia, en el que congresistas y seguidores del gobierno hicieron campaña por Trump, se ven obligados a echar reversa. Y vaya si lo han hecho: no deja de ser irónico leer los trinos de los políticos de la extrema derecha colombiana felicitando a Biden, al que solo hace unos días calificaron como el “candidato del castrochavismo”. Los memes y las burlas inundaron las redes.

Un dato llamativo en medio de todo este tira y jale electoral fue el protagonizado por el periodista Luis Carlos Vélez, enviado especial de su medio para cubrir las elecciones y que ahora posa como víctima después de la avalancha de críticas que le han llovido desde todas las latitudes. En vivo para su canal de noticias, Vélez dijo: “Tendría que ser un acto muy grande de caballerosidad de Joe Biden decir: -hombre yo no quiero un dolor muy grande en este país y voy a conceder-, porque de lado de Donald Trump va a sacar toda la batería legal para hacer de esto mucho más lento”. 

La interpretación de lo que dijo fue tomado por el público como un llamado a Biden a que se retirara de la contienda y dejara como ganador a Trump, lo que terminó volviéndose viral llegando a convertir al periodista en tendencia nacional a raíz de su «desconcertante» comentario. Sobre ello, Vélez ha dicho que lo «malinterpretaron» y que desde las redes lo están «matoneando», lo que provocó entonces una contundente respuesta del psiquiatra y docente de la Universidad del Rosario Milton Murillo, quien cuestionó fuertemente al periodista por señalar que estaba siendo «matoneado» y dejó al desnudo en un replicado hilo de twitter lo que, para él, encarna el periodismo de Luis Carlos Vélez.

Y mientras tanto, de aquí a enero, cuando tome posesión el resiliente Joe Biden, seguramente los alaridos histéricos seguirán brotando desde la Casa Blanca. La diferencia es que ya no va a encontrar el eco que necesita, pues hasta los representantes de su mismo partido se han ido acercando al presidente electo reconociendo su victoria.

Bien lo registra un informe de la Agencia EFE que señala que la derrota de Donald Trump abre una nueva etapa en una carrera marcada por una deuda millonaria y causas judiciales pendientes, “que podrían dar un giro cuando pierda la inmunidad que, hasta ahora, le otorgaba residir en la Casa Blanca”.

Obstrucción a la justicia por el famoso «Rusiagate«, violar leyes de financiación electoral; fraude bancario y, lo que más le quita el sueño, la batalla con el Servicio de Recaudación de Impuestos (IRS, en inglés), la Hacienda de EE. UU., que ha cuestionado sus informes contables, hacen prever para él múltiples problemas que no serán de fácil solución.

Es por eso que no sería extraño que después de que Donald (Trump, no el pato) salga de la Casa Blanca, y sea requerido por el fisco norteamericano, el hasta ahora “magnate” estadounidense quede siendo dueño solamente de su copete de caricatura.