Hay que ser un perfecto idiota para creer que el problema profundo de Colombia es que la corrupción discrimina por tendencias políticas. Cómo si este flagelo que ha azotado al país durante eternas décadas sea exclusivo de la derecha. O del centro. O de la izquierda. Es la hora de mirarnos al espejo y asumir que el asunto de la corrupción es inherente al comportamiento (o al mal comportamiento) humano. Y, por desgracia, la historia de Colombia está llena de erráticos comportamientos que solo pretenden beneficiar a algunos que privilegian su interés personal sobre el colectivo.
El sonado caso que ahora involucra nada menos que al hijo mayor del presidente Gustavo Petro, es uno más de la retahíla de escándalos a los que, por desgracia, ya la clase política nos tiene acostumbrados. Está conjunción cargada con todos los ingredientes de novela mexicana en la que se funden amores contrariados, despecho, corrupción, intrigas y dineros «mágicos» que aparecen y desaparecen, desafía al ingenio del más avezado de los libretistas modernos.
Nicolás Petro tenía afán de ser rico y sabía que con el sueldo en su cargo como asambleísta del Atlántico, jamás iba a serlo.
Nicolás Petro es la cara distorsionada del pregón del Pacto Histórico de «vivir sabroso». Sabroso vivir así, enriqueciendo sus arcas sin trabajar honestamente. Más allá de los hallazgos penales que se generen de la investigación de la Fiscalía y la Procuraduría por el ingreso de dineros cuestionados a la campaña de Gustavo Petro, aún sin que supuestamente hayan entrado a la misma, la falta ética que develó la publicación de la Revista Semana, es ya suficiente para acabar con la incipiente carrera política del delfín y dejar muy mal parado los principios que pregonaba el Pacto Histórico que se mostraba como un «adalid contra la corrupción» y, al final, termina salpicado por eso mismo.
Nicolás Petro tenía afán de ser rico y sabía que con el sueldo en su cargo como asambleísta del Atlántico, jamás iba a serlo. Deslumbrado él por las deslumbrantes mansiones de sus nuevos mejores amigos con los que solía retratarse, vio en la política –,y en medio de la campaña electoral– la oportunidad de hacerse rico sin pensar que ese desmedido proceder terminaría salpicando, cómo así pasó, a su padre, el presidente, al que también mancha su hermano por el ya divulgado «pacto de la Picota» y el cobro de coimas para incluir a delincuentes comunes en el confuso proceso de paz que el Presidente aspira sacar adelante.
Lo que queda claro después de releer los chats divulgados por Semana (con papas fritas y coca cola como se suelen ver los novelones) es que la ex nuera de Gustavo Petro, ahora afanada por denunciar, es tan culpable como su marido. Reconocer poseer un dinero que dijo al principio que no devolvería, ayudar a transportar esos ingresos ilegales, buscar citas para que personajes cuestionados «aporten» a la campaña (léase a los bolsillos de Nico) y abrir un CDT con esos ingresos, la convierte en cómplice tardíamente «arrepentida».
Se le abona al Presidente haber dado la cara y exigir a la Fiscalía una pronta y profunda investigación. Pero debería, apunto yo desde la cocina, que debió destituir a todos los funcionarios involucrados y que empezaron a retirar «cupos» (léase puestos) a cambio de favores económicos. Y su ministro bandera, Alfonso Prada, debería ser el primero.
El mutismo en redes (con la excepción del desmedido y fanático Gustavo Bolivar) de sus copartidarios después de este escándalo hablan de la decepción que se percibe al interior de los militantes del partido. Misma que ya se empezaba a notar por el alza en imagen desfavorable que marco Petro en la más reciente encuesta. Y es que cuando las cosas van mal, son susceptibles a que empeoren.
Y en medio de este rifirrafe político, emerge la figura desgastada de Máximo Noriega, quien pretendía la Gobernación del Atlántico y el que en este escándalo ofició de «mano derecha» de Nicolasito. Ahora a lo único que podrá aspirar el enredado Noriega, es a no terminar condenado por corrupción.
Dicen los amantes de los chismes que la confesión de Day Vásquez, exesposa de Nicolás Petro, fue motivada por los celos. Dizque porque el hijo del Presidente la dejó por una protagonista de novela. Pensó tal vez Nicolás que su ex se iba a quedar llorando en un rincón mientras que Nico se gozaría con nueva mujer «su casa de sueños».
No aprendiste nada de Shakira, Nicolás. Se te olvidó que las mujeres ya no lloran: facturan.
Y la factura que Day te está pasando, va a salir muy cara.