Que la sangre derramada de 179 periodistas colombianos asesinados no se seque con una celebración, sino que sea el permanente recuerdo de un oficio que se escribe en este país en medio de la intimidación y la amenaza.
En un mundo plagado de desinformación, de saturación de declaraciones y opiniones, de intereses políticos disfrazados de noticias, de intenciones mezquinas camufladas en causas sociales, de egolatría plagada de retórica, el periodista tiene una misión trascendental que cumplir: cernir la basura y decantar la verdad.
Hoy es el día perfecto para reflexionar de un oficio sobre el que descansa la posibilidad de la sociedad de entender el momento que vivimos, para construir el futuro que necesitan nuestras ciudades y nuestro país.
Para ello necesitamos periodistas capaces de interpretar la realidad, periodistas íntegros que les brinden a los ciudadanos todas las visiones posibles de los diferentes temas que aborden para que las personas estén en capacidad de tomar decisiones informadas y calificadas.
Requerimos de periodistas que orienten a los ciudadanos pensando en el interés común y en la convencía de la ciudad y del país. No nos sirven los periodistas que se conformen con declaraciones de coyuntura sino que profundicen y se pregunten qué hay detrás de cada afirmación, de cada discurso, de cada propuesta. Que ejerzan una de sus principales facultades a rajatabla: dudar de todo, y en especial, dudar de las certezas.
Que los periodistas que necesitan esta ciudad y este país pregunten siempre por qué, por qué, por qué. Porque necesitamos periodistas que se interesen por saber quiénes son sus fuentes y qué intereses tienen. Que desenmascaren a las fuentes interesadas y vayan al fondo del asunto. Y que nunca pierdan la capacidad de dudar.
Feliz día para los periodistas que ejercen su oficio como un asunto de dignidad y no como un asunto de prestigio o de fama.
Porque hoy, infortunadamente, muchos se han entregado al poder, han puesto su existencia sobre rodilleras, que no les permiten ver más allá del dijo y agregó, haciéndole un flaco servicio a su oficio; anteponiendo sus intereses personales a los intereses generales.