La convivencia en el proyecto social La Hoja, ubicado en el costado occidental de la carrera 30 con calle 19 de Bogotá, es un infierno: hurtos, riñas, robos, en las zonas comunes de las torres que componen el conjunto, que queda a la vista de cualquier transeúnte que pase por la carrera 30.

Se consume alcohol, droga, hay venta y tráfico de estupefacientes, en el interior y en el exterior de los edificios. Sus habitantes forman parte de un plan piloto de vivienda de interés prioritario (VIP).

Los problemas internos de seguridad que vive esta comunidad son de los más peligrosos: intolerancia, desasosiego y la amenaza constante de puerta a puerta, de balcón a balcón: se convierte en una convivencia imposible.

Los vecinos del conjunto La Hoja no quieren hablar, no quieren aparecer: logramos hablar con algunos de ellos que denuncian, temerosos, agresiones físicas y verbales entre los mismos residentes. Ruidos, gritos, escándalos, fiestas, música a alto volumen, peleas familiares y hasta disputas sexuales.

No hay cámaras de seguridad, no hay sistemas de comunicación ni vigilancia que lo pueda evitar.

La entrada es común y es amarrada con cadenas a expensas de quien las quiera abrir.

Son 457 familias que viven en apartamentos en doce torres, donde conviven al menos 2.500 personas. No tienen jardín infantil y los niños viven a expensas del borracho, del drogadicto y de la inseguridad.

No se han entregado las mínimas dotaciones que se les prometieron. Además falta una malla de protección que estaba incluida en la maqueta inicial del proyecto.

La Hoja es uno de los conjuntos más recientes que tiene Bogotá. Este proyecto de apartamentos busca darle sentido social y real de inclusión a través de la vivienda para las víctimas de la violencia.

Los niños y jóvenes, entre 10 y 15 años de edad, según denuncias de los habitantes, permanecen hasta la medianoche en los pasillos y entradas, sin ningún control. Las torres están conectadas por pasillos, donde no hay iluminación, y los robos son constantes dentro de las torres.

Cada torre tenía instalados juegos y sillas que de la noche a la mañana desaparecieron. Otras las destruyeron. En la historia de este conjunto una niña se suicidó, al parecer, según versiones de algunos vecinos. Hasta hoy no se conocen las verdaderas causas del fallecimiento.

Este experimento se realizó como un laboratorio de convivencia en la Bogotá Humana: unir reinsertados guerrilleros, paramiliares, desplazados y personas con antecedentes de narcotráfico. Un laboratorio de convivencia que se convirtió en un infierno.

Twitter: @JoseLRamirezM