Históricamente, el barrio La Paz ha sido de ladrones, extorsionistas, carteristas… Allí se cometen toda clase de delitos: compra y venta de estupefacientes, violaciones a niñas y niños menores de edad, consumo indiscriminado de drogas. Todas las noches son un infierno. Y de paz, nada.
Cincuenta años de un asentamiento que en su comienzo fue una invasión. Esas sola y larga calle ciega no ha dado sino generaciones dedicadas al crimen. Hay que decir que viven algunas familias que trabajan y no ejercen el delito, pero … son cómplices, por años, de los delincuentes. Y del consumo indiscriminado, de día y de noche, de bazuco, marihuana, pepas y alucinógenos. Y nadie dice nada.
Se callan, no denuncian, saben y ‘comen calladas’, viven con el delito, miran para otro lado, son compadres y comadres, conocen a los ladrones desde niños, sus apodos, su modo de operar, a sus padres, a sus madres y a sus hermanos, y por décadas han guardado silencio, y artículos robados. Callan, son cómplices.
Bajo esa estructura han permitido que este nido de delincuentes y asesinos operen en la capital. Ese cuadrante de escasas viviendas, dedicadas desde los años cincuenta a ocultar carteristas, maleantes, que se jactan de ser los ‘mejores’ en Bogotá y Colombia y fueron un día jalonados para ejercer sus delitos en el exterior para hacer cambiazos de maletas en hoteles, estaciones del metro, restaurantes y robar carteras en el viejo continente: Europa.
Se fueron forjando hace más de cuatro décadas esas viejas generaciones de hampa que hoy son abuelos y ejemplo del delito, y que muchos de ellos, desde este mismo lugar -el barrio La Paz-, orientaron y enseñaron a sus descendientes a ser de sus vidas el delito.
Hoy muchas de esas viejas generaciones han muerto en el oficio, o en cárceles donde el ajuste de cuentas les ha cobrado con la vida.
Hoy sus hijos y nietos son los asesinos de Álvaro Torres, el funcionario del Banco de la República, persona de bien, tan de bien que le faltó calle para saber que ese territorio, en pleno corazón de Bogotá, no tiene autoridad distinta a esos hampones y asesinos que no solo han acabado con la vida de un hombre bueno y honesto sino con otras vidas, otras personas, que han sido víctimas en este punto de la Circunvalar, de robos, atracos, violaciones de niñas, niños y ancianos.
La ciudad está advertida, cuando en imágenes, por televisión, se les ve bajar por la circunvalar parando el tráfico para robar carteras, asaltar vehículos particulares y crear el pánico sobre una de las vías más importantes de la capital.
Bajan como hienas a atracar en la 19, en la 26, en la 7a, en la 13, en el centro histórico, en pleno centro, y se refugian en sus casas del barrio La Paz.
Recuerdo este caso: al hijo del alcalde encargado de Bogotá, Luis Guillermo Jaramillo, le robaron su cámara, su equipo de video y fotografía mientras tomaba panorámicas de la ciudad. Salvó su vida de milagro, de esos días en que no le tocaba morir. Por este hecho un hubo capturas, no hubo responsables y no hubo la recuperación de los elementos.
Hay que intervenir ese sector. Hay que comprar esos terrenos. Hay que expropiar esas casas. Hay que recuperar esos terrenos, como se hizo con El Cartucho, El Bronx o Cinco Huecos. No basta con la captura de uno o tres asesinos de los diez que participaron en el crimen de Álvaro Torres. Y devolverle ese pedazo de Monserrate a la vida. Y que la muerte se vaya.
Al alcalde Enrique Peñalosa, por favor, ese nido del delito y el crimen, como lo ha hecho ejemplarmente, recuperando el centro de la ciudad, hay que terminarlo. Si se deja, prometo que volveremos a escuchar de asesinatos, asaltos, robos a mano armada, en este sitio de la 23 con Primera del centro oriente de la ciudad.
Hay que terminarlo y demostrar autoridad, y que el delito no paga.
Twitter: @JoseLRamirezM