El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, dejó ver en Bogotá a unas mujeres histéricas y nada históricas. Se tomaron TransMilenio, lo violentaron, lo rayaron, paralizaron el servicio público, afectaron las troncales de la Caracas, la avenida 26, Portal El Dorado, las estaciones Universidades, Museo de la Memoria y no permitieron los servicios de los alimentadores.

La histeria colectiva las llevó a romper los paraderos del servicio público. Gritaron consignas que no tenían relación con la defensa de los derechos de la mujer, del derecho al trabajo, la defensa de la protesta pacífica. Así fue este penoso y vergonzoso día. Y dejaron a Bogotá hecha un m…

Se despojaron de sus prendas íntimas, se bajaron los calzones y los quemaron. Otras consideraron que dejar sus senos al aire y quemar sus brasieres eran la mejor manera de protestar contra los distintos tipos de violencia contra las mujeres.

Muchas continuaron marchando semidesnudas, otras consumiendo marihuana para estimular su euforia y otras acompañaron este ritual macabro con alcohol. Así, esta minoría conmemoró el 8M.

Estas feministas entre comillas se subieron a las estaciones de TransMilenio y pintaron consignas. Obligaron a ciudadanas y ciudadanos a abandonar el transporte público y a la fuerza los hicieron caminar hasta sus hogares.

De colores verde y morado y el LGBTI no reivindicaron ningún derecho con ese grado de violencia, por el contrario atentaron contra derechos fundamentales como la libre movilidad, la tranquilidad, el trabajo, entre otros, y sometieron a los ciudadanos a la zozobra, a la locura colectiva, a la violencia y violaron el respeto mínimo por el otro en su forma de pensar y actuar.

Agredieron a los periodistas de los medios de comunicación. El Teatro Jorge Eliécer Gaitán fue epicentro de la más tenaz violencia: destruyeron y pintaron la entrada de este emblemático teatro de la ciudad, como si la entrada del Jorge Eliecer Gaitán fuera culpable, junto con el servicio público, las estaciones de servicio, los paraderos y los museos, de las injusticias que hoy estas mujeres desenfrenadas denuncian.

A lo largo de la marcha, otras víctimas. Desprevenidas mujeres que ocupaban el andén o iban en contravía de la manifestación fueron agredidas por no sumarse a la violenta marcha.

Las rutas de TransMilenio B-H3, D-H2, C-F19, B-L18, B-H75, D-H20, la estación de la calle 45 con Caracas, la de la calle 22, carrera séptima y los operadores en sentido norte-sur, oriente-occidente fueron bloqueadas a la fuerza, a lo que las marchantas respondían que ‘de malas’.

Del caos no se libraron los monumentos ni las iglesias. La Pola, en el centro de la ciudad, fue una de las más afectadas. Le arrojaron todo tipo de pintura con spray, la dejaron para rehabilitar, junto con calles, puertas y otros monumentos. No se salvó nada al paso de las llamadas feministas que rayaron y vandalizaron todo lo que encontraban a su paso.

En Medellín, la obra del maestro Botero no escapó, fue vandalizada sin ninguna consideración. En Cali, la aparición triste de estas marchas, también se dejó ver. Barranquilla también aportó su cuota de violencia. Y por estos hechos, ni una detenida ni amonestada ni un comparendo.

No se cumplió el principio de la protesta: romper el silencio, tener dignidad, exigir justicia femenina, marchar en paz, hacer uso del derecho a la marcha sin vandalizar la ciudad. Esta actitud terrorífica y fascista lleva a las mujeres de Colombia a manifestar su rechazo y a señalar que no se sienten representadas con este tipo de actos vandálicos.