Viajar por tierra es uno de los mayores placeres que tiene la vida (por lo menos la mía). Nos da la oportunidad de ver paisajes irrepetibles, reflexionar y conocer cada pedazo que tenemos de país.
Así comenzó mi fin de semana en Cúcuta, con un viaje por carretera, con mi familia: mi mamá, mi hermanito y mis dos perros, Rocko y Kenai.
El viaje Bogotá – Cúcuta dura de 12 a 15 horas aproximadamente. En mi caso duramos 15 horas por carretera. Al llegar al último peaje «Los Acacios” uno ya se siente en casa, uno sabe que en 15 minutos estará en la ciudad y que lo primero que va a ver es la avenida de Los Patios rodeada por el comercio de la zona: bares, canchas de fútbol, ferreterías, parques, en fin, gente riéndose, tomándose una cerveza bien fría o una gaseosa para bajar el calor.
Mi primer pensamiento cuando volví a entrar a la ciudad, luego de un año de no haber estado en ella fue: «¡carajo me tengo que devolver en el algún momento, esto es mucho vividero tan rico!».
Y digo vividero tan rico, porque comienzo a comparar los costos de vida en Cúcuta y en Bogotá, y sí, cualquier sueldo duraría más en esta hermosa ciudad de brisa caliente que lastimosamente ya casi no tiene árboles.
Cúcuta es esa tierra matriarcal en donde las mujeres son ¡arrechas! Y pilas no lo digo en connotaciones sexuales, ni tampoco porque sean de mal genio, (cosa que sí debemos aceptar, pero eso es harina de otro costal). Lo digo en el sentido en que son echadas para delante, mujeres guerreras, trabajadoras, cariñosas, mujeres de esas que valen por dos. En Cúcuta la tolerancia y el respeto, crean lazos, las vecinas se conocen, ¡hasta se llaman por el nombre!
Sólo iba a estar en Cúcuta tres días. Tenía muchas expectativas, la última vez que había ido habían más huecos en las calles que ciudadanos, los semáforos no servían ¡y el secretario de tránsito había dicho que la causa era el calor!
Al entrar vi el malecón remodelado con unos adornos navideños muy bonitos, las calles pavimentadas, y de entrada tuve una perspectiva muy bonita de la ciudad.
Casualmente inicié a escribir esto un poco a la par cuando salieron publicados dos artículos que se titulan “Ramiro Suarez, el rey de un peladero llamado Cúcuta” y “Cúcuta sí es un peladero”.
Leí los dos artículos y muy a mi pesar en el primero sólo encuentro comentarios cargados de rencor y rabia por una ciudad, que para nadie es una sorpresa, está pasando por momentos muy difíciles.
Quiero citar textualmente el primer párrafo de dicho artículo ya que me parece que se tomó con demasiada ligereza e irresponsabilidad y desacredita a toda una ciudad y sus habitantes. “Al cucuteño promedio poco o nada le importa que Ramiro Suárez haya ordenado matar a uno de sus enemigos, que se le juzgue por el asesinato de otro, que le haya alcahueteado al Iguano la creación de hornos crematorios en Juan Frío y Puerto Santander en donde las AUC desaparecieron a más de un centenar de personas, que en su pasada administración endeudase en 150.000 millones de pesos al municipio con obras tan innecesarias como el puente de La Gazapa y que simpatizara con las fuerzas paramilitares que a mediados de la década pasada se apoderaron de la ciudad.”
Para que este señor pueda decir que el cucuteño promedio no le interesan ni las muertes, ni los malos movimientos de los dineros de la administración pública quiere decir que se dio a la ardua tarea de hablar con más de la mitad de los habitantes de la ciudad de Cúcuta, es decir cerca de medio millón de personas teniendo en cuenta que la clase alta de Cúcuta es muy reducida y ellos no entrarían en su término “cucuteño promedio”, y conocer a fondo qué piensan ellos acerca de estos temas, además de las miles de personas que se movilizan a diario por el “innecesario” puente La Gazapa.
Por eso pienso que son argumentos demasiados simplistas, ligeros, atrevidos y que no aportan absolutamente nada a que mi ciudad crezca.
Yo, un cucuteño “promedio”, quiero responderle que me duele mi ciudad y la falta de oportunidades que hay en ella. Me duele tanto, como seguramente a todos y a cada uno de esos cerca de medio millón de cucuteños promedio que tiene en este momento mi ciudad, el mal manejo y destino que se le da al dinero público y la cantidad de muertes que hubo en un pasado y que seguramente hay actualmente por grupos al margen de la ley.
Quiero decirle que nada conseguimos atacando una ciudad, que de por sí en este momento ya se encuentra mal, tanto económica como muy seguramente culturalmente.
Del segundo artículo en donde se afirma que Cúcuta sí es un peladero, de igual manera se inicia criticando la ciudad e incluso se podría decir que retando a sus ciudadanos a responder qué hacen por la ciudad. Quiero citar este párrafo ya que él no puede generalizar que todos los ciudadanos carecen de autoridad. Asimismo me parece que está fuera de conocimiento de lo que realmente están haciendo los jóvenes cucuteños por su ciudad. “Ninguno tiene autoridad para oponerse a los argumentos que expresan la falta de carácter de una ciudadanía que no es capaz de oponerse dignamente con su voto ante la burla de mandatarios electos que han pasado tanto por el municipio como por el departamento, porque en este “peladero” no hay empresa sustentable. ¿Cuál? que hablen los “indignados”. No hay opciones de trabajo y progreso o ¿dónde está el capital humano que sale de los mejores colegios? ¿a dónde va la mayoría de egresados de estas instituciones para garantizarse un mejor futuro?”
A él quiero decirle que actualmente en Cúcuta hay jóvenes trabajando por la ciudad, tanto política como culturalmente, conozco personas que desde que se despiertan están luchando porque pueda haber un cambio en Cúcuta, trabajando de la mano con organizaciones sin ánimo de lucro o con líderes políticos. Cada grupo humano tiene su proceso de desarrollo social y cultural y Cúcuta no es la excepción. Tenemos que apoyar y dejar que viva su proceso de desarrollo, criticándola constructivamente, proponiendo ideas que en un futuro puedan ser aplicadas. Lamentablemente, ha sido más notorio el daño que le han hecho los malos dirigentes políticos a la ciudad que las cosas buenas que tiene la ciudad en valores, en deporte y arte.
Aprecio que al final de su artículo promueva algunos cambios que usted señala puntualmente como saber votar, respetar espacios públicos, no comprar contrabando, etc. Pero le pido que por favor al dirigirse a mi ciudad y muy seguramente la suya también, lo haga con el debido respeto sin ofender más a este bello territorio y a su gente, que ya sufre por la ligereza de los comentarios de personas que la atacan sin conocerla.
Me sumo al grupo de los indignados y también me subo al bus de aquellos que queremos un cambio en Cúcuta, de aquellos que somos conscientes que al tirarle una piedra a Cúcuta le hacemos más daño. Me sumo a todas esas personas, a todos esos cucuteños que nos duele nuestra ciudad, y que nos matamos la cabeza pensando cómo podríamos entrar a ayudar y hacer un cambio por ella, me sumo a los que se dieron cuenta que el cambio se da desde una buena educación a nuestros hijos y hermanos, del buen trato a nuestros vecinos y a todos los ciudadanos naturales y foráneos y que los cambios llevan tiempo para que puedan ser duraderos, siendo constantes y perseverantes. A los que no conocen Cúcuta los invito a una de las ciudades más bellas de Colombia, a que conozcan su gente, sus pueblos, sus municipios, sus restaurantes, los pasteles de garbanzo, la casa del general Santander, su clima, en fin… no les digo más para que se sorprendan y ustedes mismos se den cuenta de que ¡CÚCUTA NO ES UN PELADERO!