Hace una semana publiqué mi experiencia con la empresa ETB, quiero darles las gracias a todas las personas que me aconsejaron con lo que debía hacer. También quiero decirles a todas aquellas que comentaron que la empresa CLARO me pagaba para difamar sobre ETB, o las que dijeron que el actual alcalde me financió para generar una mala campaña, que nadie, en ningún momento me pagó. Aunque me encantaría que me pagaran por escribir, eso aún no pasa. Sin embargo, aunque me guste mucho escribir, lo que realmente me apasiona es publicar cosas como esta, que siento que aportan más que solo compartir problemas del diario vivir, y digo aportan, porque algunos quizá se sientan identificados, otros, de pronto, simplemente encuentren distracción, o un motivo para despejar la mente. Y es ahí donde encuentro la razón para compartir mis letras. Así que, aquí les dejo mi ultimo cuento. Espero que los saque un poco de la rutina.

Un viaje sin rumbo y sin regreso

Los ojos del capitán se fueron hinchando y enrojeciendo de tanto llorar , el peso de su cuerpo fue disminuyendo a medida que el oleaje del mar nos alejaba de la orilla de la playa. El capitán se empeñó en tomar el timón y solo mirar hacia el frente, nunca hacia atrás, pues sabía que si veía a su amada en la orilla de la playa sería capaz de luchar contra las peores bestias del universo con tal de subirla a su barco. El trayecto era tan largo que perfectamente en el navío podían darse cuatro generaciones; era obvio que el capitán quería morir en la paz de las aguas de aquel viejo mar.

Cuentan que mi capitán quería tanto a su amada que estaba dispuesto a sacrificar su vida y su patrimonio, que no era poco, pues era de los hombres más ricos del continente. Durante el trayecto, las ninfas del océano bailaban alrededor del barco intentando levantar su ánimo, los delfines daban saltos atravesando la proa de la nave, el sol al atardecer siempre danzaba, pero mi capitán solo miraba el frente con tanto empeño que no podía ver aquellas cosas hermosas que el universo le estaba regalando.

Mi capitán nunca supo si fueron sus ojos o su cabello, solo sintió en su corazón un amor profundo que iba creciendo. Pasaron todas las tardes de los viernes juntos, sentados sobre un viejo columpio de madera que había en una de las montañas del pueblo. Hicieron una búsqueda exhaustiva de su cuerpo conociéndose cada lunar, cada herida y cada poro que tiene la piel.

El viaje no tenía rumbo y era imposible un regreso; a veces mi capitán hablaba del tema y recordaba mucho una vieja herida que tenía su amada en la nariz, la cual descubría todas las noches a la luz de las velas. El rumor en el pueblo era que no había existido nadie hasta entonces que se amara como aquella pareja. Fueron la inspiración para muchas personas, incluso se decía que ya se habían casado en una vieja capilla con el mismísimo papa.

Siempre se les veía pasear en su carruaje, viajaban juntos todo el tiempo, su dulzura y complicidad hacía que muchas personas se confundieran y no descifraran si eran amantes o los mejores amigos, pero esa fue la clave de su amor pues eran ambas cosas. Mi capitán nunca me contó cómo la conoció, pero siempre cargó junto a él un baúl lleno de recuerdos. En él había tantas cartas de amor como humanos en el mundo, pulseras de oro, ropa, peines, entre muchas otras cosas. Cargaba con él el recuerdo físico y pesado de la historia de amor que le había marcado su vida. Su amada fue la brisa fría que lo arrullaba en las noches de calor, el paisaje armónico con el cual se deleitó día a día hasta su partida.

Aún no nos habíamos alejado lo suficiente de la orilla, la luz del faro acariciaba lentamente la madera fina y gruesa del barco, era su amada que le pedía a gritos que no se fuera; mi capitán sacó de su bolsillo un brazalete de oro y, con lágrimas en los ojos, me lo entregó; me dijo que había sido el primer regalo que él le había dado a ella y que lamentablemente lo había encontrado la noche anterior abandonado a su suerte en un viejo motel del pueblo.