Quiero contarles algo bastante íntimo. Hace 5 años, quizá un poco más tomé la decisión de estudiar cine y televisión. Aún me acuerdo y estoy seguro de que no se me va a olvidar nunca la cara de mi mamá cuando se lo dije. Su expresión fue:
¿Y de qué va a vivir Andrés?». Luego de haberme presentado en la universidad nacional donde no pasé, me presenté en la Manuela Beltrán y ya cuando era un hecho que en tres meses estaría estudiando en Bogotá, el miedo de mi mamá volvió a salir a flote. Íbamos por la avenida del canal Bogotá en Cúcuta. Y me dijo: Andrés no se vaya, aquí lo tiene todo no hay necesidad de irse. En ese momento yo iba manejando y yo creo que ni la miré a los ojos y como una máquina simplemente respondí: mami, me voy…
Hoy estoy a un año de graduarme y comienzo a darme cuenta de lo grande que era la decisión y a entender el porqué estaba asustada mi mamá. Estoy seguro que para entonces no tenía ni idea del paso que estaba dando. Venir a estudiar a Bogotá era una experiencia más. Pero nunca se me pasó por la cabeza que no sólo era «estudiar», era vivir.
Para los que me han leído en otras ocasiones saben que vengo de Cúcuta. Una ciudad pequeña con una temperatura de 27 grados mínimo y máximo 35 o 36 y no sé pero a veces se siente como de 40, y sólo pensar en el clima de Bogotá ya tenía una razón gigante para venir.
Cine, esa era la carrera que iba a estudiar y la profesión que hoy pretendo ejercer durante toda mi vida. Llegué a la carrera por casualidad. Aunque a mi mamá le encanta el cine y procuraba llevarme casi todos los fines de semana ninguno de los dos lo había pensado. Había considerado primero estudiar ingeniería civil, luego quise ser piloto, luego administrador. Cine, la verdad nunca se me pasó por la cabeza. No tenía ni idea de que era un plano, una escaleta, el diafragma, o de quién era Truffaut, o Antonioni, o Lars Von Trier. Y para serles sincero aún no se quiénes son. Me vi algunas de sus películas entre ellas: rompiendo las olas, que está entre mis favoritas o el hombre que se enamoró de las mujeres, que también está dentro de mis favoritas (se las recomiendo) pero saben que sí sentía, la necesidad de contar, y ahí fue donde le pegue al perro.
Me encontré con gente excelente y aún me sigo encontrando con gente excelente. Descubrí nueva música. Me desenamore y me volví a enamorar y en ese ir y venir que tienen los estudiantes cuando salen a vacaciones decidí que no iba a volver a Cúcuta, no porque no me gustará sino porque debía aceptar que está era mi nueva casa. Pero pasar aquí dos meses sin estudiar tiene sus gastos. Así que empecé a buscar trabajo.
Trabajé unos 15 días como vendedor puerta a puerta de coca cola (qué trabajo tan arrecho mano) luego entré en la ONG TECHO dónde estuve ocho meses (una de mis mejores experiencias) salí de TECHO porqué inicie prácticas en el Tiempo Televisión y ahí me contrataron y estuve dos años seguiditos.
Cuando comencé a trabajar me picó ese bichito de salir del país. Averigüe en unas fundaciones para irme como voluntario y en una de ellas pasé las entrevistas, solo me hacía falta la aprobación de mi mamá y, obvio, la plata. Pero si a ella le dio miedo que me fuese de Cúcuta ahora imagínense irme del país. Y pues por supuesto no me dejó. La buena nueva es que hace poco estuve en Cúcuta y tocamos el tema su respuesta fue: hágale sin miedo.
Aunque aún no entiendo por qué decidí venir a vivir aquí a Bogotá, ha sido la mejor experiencia de mi vida. Me he mudado tres veces, tengo más amigos aquí que en Cúcuta y estoy seguro de que si el tiempo se repitiera volvería a decirle a mi mamá sin mirarla a los ojos y como una máquina: mami, me voy…