Hace unos días una amiga del canal me recomendó ver un video en el que preguntaban en qué se habían gastado su primer sueldo.

Recordé que la primera vez que me pagaron por haber trabajado me fui con mi mamá y mi hermanito para un KFC a almorzar y comer hasta que se nos paró el ombligo. Recuerdo que conseguí ese primer trabajo gracias a una noviecita que tuve. El trabajo consistía en vender coca-cola puerta a puerta. SÍ, puerta a puerta, en una ciudad que no conocía. Era un trabajo de fines de semana, entre semana estudiaba en mi maravillosa universidad.

Arranqué un sábado a las 7 de la mañana, cuando Chapinero aún no se había recuperado de su resaca de la noche anterior. En esa época vivía en un apartamento en la 47 con séptima con mi perro Rocko. La cita era en un punto de la calle 72 (hoy 4 años después sé que el nombre de ese barrio es La Estrada). Luego del protocolo, la presentación, la entrega del uniforme y del carrito para transportar la gaseosa, nos subieron a un camión y nos llevaron hasta el barrio Quirigua.

La idea del trabajo era vender una promoción de coca-cola de un litro y 1/4 y dos fuze tea en lata que estaban muy cercanos a vencerse por 3.500 pesos, creo que nunca lo voy a olvidar. En el carrito cabían alrededor de 6 promociones. Teniendo las bolsas en el carrito venía la dura tarea para mí, ¡vender! Tengo que dejar claro que soy tímido y, no sé por qué, pero me daba hasta pena verme con mi gorra y camisa de coca-cola.

La sorpresa fue que una vez rompí el hielo, podía vender de 10 a 15 promociones por día, e incluso logré venderle a tiendas (esto es un secreto porque en teoría eso estaba prohibido). También me paraba frente a las iglesias a esperar que saliera la gente y vendiera todo el cupo del carrito.

Debo aceptar hoy que en ese momento no sabía lo que hacía, trabajaba con pena y no sabía por qué. Hoy, cuatro años después reflexiono y me doy cuenta de que ningún trabajo debe darnos vergüenza, creo que no hay nada más bonito en el mundo que trabajar por cumplir los sueño que tenemos. Cuán importante hubiese sido para mí en ese momento tener eso en mi cabeza.

Duré 4 fines de semana trabajando, más o menos hasta que me llamo mi mamá de Cúcuta y me dijo «fresco no trabaje más». Hoy puedo decir que gracias a ese trabajo conocí un poco más de Bogotá y sobre todo, lo que más le agradeceré a la experiencia fue que me bajó un poquito el ego y el orgullo, cosa en la que vengo trabajando desde hace unos años, y que no ha sido nada fácil. Conocí personas con historias increíbles pero sobre todo me di cuenta que yo no era tan «la verga» como creía.
Por esos 4 fines de semana de trabajo recibí 250 mil pesos, los primeros que me sudé, los primeros que caminé. Mi mamá me acompañó a cobrar el cheque y en ese momento el pecho se infló de amor. Seguro fue el de los dos, el resto de la historia ya las conté más arriba.

Un abrazo que les llegue al alma.