El teatro está a reventar. Es la primera vez que voy a escucharlo en vivo y la tercera vez que lo voy a oír en mi vida. Me lo han recomendado desde que entré a la universidad y por pura ignorancia no lo había hecho. Hoy, vengo a verlo gracias a mi novia, que lo ama.
El Jorge Eliécer Gaitán aún está a oscuras y el sonido del bombo me obliga a seguirle el ritmo. ¡Oh, sorpresa! No es el bombo sino el baterista quien marca el ritmo, dándole pequeños golpes a la caja de resonancia de una guitarra. Se va iluminando la banda poco a poco hasta aparecer Drexler. Movimiento, es el nombre de la primera canción. La gente grita y el corazón me vibra como el resonar del tambor. De esa primera canción me retumbaba como las cuerdas del bajo la siguiente frase: «Somos una especie en viaje, no tenemos pertenencia sino equipaje». «Purita poesía es este man», pensé.
Como él mismo dice, sus conciertos carecen de coherencia anímica. Sin embargo, el carisma de su música contagia al espectador de un cariño tan profundo que lo lleva de la mano a navegar por letras sombrías como 12 segundos de oscuridad y lo arroja a un mar de sonidos y emoción como la trama y el desenlace o transoceánica.
Su música puede saborearse y me atrevo a decir que sus letras están escritas con tanto sentimiento que es imposible no detenerse un segundo y prestar verdadera atención a lo que estas nos dicen. Pienso que la propuesta de Drexler al apostarle a una atmósfera fuertemente contrastada, sumada a una pequeña biografía de cómo fueron escritas, dirigen al espectador a conectarse no solo con su música sino con lo más profundo de su ser.
Jorge Drexler es de esos artistas que dan ganas de escuchar tranquilamente, quizá acompañado de un vino y con toda la disposición de subirse en la montaña rusa de emociones y libertad que son sus letras…
Un abrazo que les llegue al alma para todas.
Andrés Albarracín