Dedicado a mi amigo Jaime Andrés.
En el argot popular se dice que la pureza está en la mezcla y justamente esa es mi raza, la criolla. Mi lengua es como la de un Chow Chow, pero mi contextura parece la de un Dóberman y el color de mi pelo parece el de un Pastor Alemán y mis patas parecen las de un Rottweiler. Aun así, con todas esas fabulosas cualidades que pueden dar estas diferentes razas, las personas me rechazan.
He vivido toda mi vida en la calle, puedo decir que conozco la ciudad como la palma de mis patas. Aprendí a dar la mano y a dar vueltas para que en las panaderías me dieran algo de pan, también aprendí a cruzar la calle mejor que muchos seres humanos. Aprendí a perdonar a los que me tiraban patadas, agua caliente, insultos o a los que simplemente me ignoraban como si no fuese nada. También me di cuenta que podía reconocer el peligro con tan solo olerlo.
Dicen que un perro que sobrevive a la calle sobrevive a lo que sea. Tengo un amigo que se llama Rocko, él es más fino que yo, está cruzado con Border Collie y aun así le ganó la pelea a una parvovirosis. La calle da defensas decimos nosotros para reírnos un poco de lo que nos ha tocado.
Bogotá es fría, como el corazón de los vengativos, incluso a veces se puede poner más fría que eso. Una tarde caminaba por un barrio en el norte de Bogotá, cuando empezó a caer una lluvia que parecía el segundo diluvio. Yo solo pensaba que el nuevo Noé me encontrara a mí y al amor de mi vida para luego subir a su barca. Creo que estaba desvariando por el frío y por eso pensé eso. En fin, caminaba por un barrio del norte cuando me encontró tremendo aguacero. Buscando como refugiarme me topé con un sujeto gordo, barbado, llevaba una camisa cuadros y un saco gris. Se agachó y tomó con sus manos mis patas delanteras. No pensé en defenderme, era tanto el frió que hacía y llevaba tanto tiempo buscando donde refugiarme que simplemente me dejé llevar.
Este sujeto gordo, barbado, se llama Andrés. Vive solo, su apartamento es cálido, parece el vientre de una madre, transmite calor, paz y seguridad. Al entrar me llevó directamente al baño, me limpió, me quitó la mugre que colgaba de mi pelo como si fuesen rastas y me secó con una toalla que olía tan fresco como los bosques que se encuentran en el oriente de Bogotá. Prendió su chimenea y me acercó un tazón con agua y otro con jamón recién cortado. ¿Recuerdan que les dije que Bogotá a veces era más fría que el corazón de los vengativos? Bueno, yo estaba congelado por dentro así que no comí. Andrés trajo una manta y con ella me abrigó. Cerré los ojos y sentí que dormí dos meses.
Ya no estaba para cuando volví a nacer, husmeé todo el apartamento y me volví a recostar cerca de la puerta. Al llegar Andrés me puso un collar rojo con figuras de huesos y una placa que decía Douglas. Entendí en ese momento que mi vida iba a cambiar para siempre.
Desde ese día, él vela por mí y yo por él. Jugamos en el parque, tengo hasta mi propia cama y aunque prefiero el sabor de la comida de las panaderías o la carne cruda que me lanzaban algunos, el insiste en darme las croquetas para perro que saben inmundo, pero descubrí que cuando dejo el plato vacío él sonríe. Por las noches no volví a sentir frío, cuando hay truenos y me asusto, él me deja dormir sobre la cama.
He conocido otros perros: Lambda, Mía, Kenai, Sharlock, Dante, Luna, Zeus, Lola, todos ellos van al parque siempre y jugamos hasta que no podemos más.
Hoy está lloviendo de nuevo, parece que el cielo se estuviese rompiendo, el viento frió que se cola por la rendija de la puerta me recuerda lo dura que es la calle. Hoy cada vez que llueve pienso en los demás perros que no han tenido la suerte que yo y continúan ahí. Hoy la lluvia y el frió que entra por la rendija de la puerta me los recuerda…
Para usted que se atrevió a leerme hoy.