Hace algunos días el corresponsal de la BBC en Colombia, Arturo Wallace, escribía un artículo en BBC Mundo titulado “Estrato 1, estrato 6: cómo los colombianos hablan de sí mismos divididos en clases sociales”. A medida que lo estaba leyendo asentía con la cabeza (con qué otra parte del cuerpo si no) cada párrafo, cada afirmación. Además de ser un excelente artículo me pareció de lo más revelador. Sobre todo si nos ayuda a reflexionar sobre un sistema que no solo ha estratificado nuestros bolsillos, sino nuestro orden social. Y eso es lo que me parece muy peligroso.

Al principio eso de que pagaran más por los servicios los que más tienen me pareció lo más lógico. Mantengo que es un concepto equitativo, socialmente necesario y sigo queriendo que otros países copien este sistema. Podrían paliarse ciertas (no todas) desigualdades sociales con un sistema más justo de pago.

El problema es que no hemos estratificado solo el recibo de la luz, sino que nos hemos estratificado como personas. Las personas de estrato 6 se supone que valen más que el resto de los estratos, se supone que están más preparadas, se supone que sus vidas son más fáciles y felices. Aquí la riqueza (y muchas veces la idiotez) no queda en el estrato 6. Aquí hay estrato 3600, estratos tan altos, capacidades económicas tan potentes, que más se parecen al PIB de un país que la nómina coherente de una persona.

Como decía el artículo de Wallace, si escuchamos en el Andino a una persona que le dice a otra, con un desprecio que roza lo inhumano, “se le nota el estrato” sería de mala educación plantarse delante y espetarle en la cara: “y a usted se le nota la estupidez”. Sería una grosería pero también un acto de justicia social.

La discusión está servida, y en Bogotá se está planteando la posibilidad de cambiar este sistema. Lo importante es plantear cómo conseguir una mayor integración social. Diluir esas fronteras que han construído solamente una parte de la sociedad, y que los aisla de lo que pasa en su entorno, como si no pertenecer a su estrato fuera un pecado. Les recuerdo: hay muchas cosas que se pueden comprar con plata. La calidad humana, el compromiso y la inteligencia no.

 

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