Cuando una persona es corrupta o viola sistemáticamente la ética de su profesión es una falacia pensar que todo el gremio actúa de la misma manera. Cuando pagan justos por pecadores las justicias no son justas y los pecadores no asumen sus consecuencias.
Por eso no todos somos Vicky Dávila, por eso hay que recordar lo que es y no es periodismo.
Periodismo es contar una historia determinada sustentada en investigación, testimonios y datos contrastados con un tratamiento respetuoso con los protagonistas y los lectores/oyentes/televidentes y que arroja una información sensible que debe ser conocida por la sociedad. Lo que no se circunscriba, a grandes rasgos, a esta estructura ni es ni se le parece a la profesión periodística.
Por lo tanto no equivoquemos términos y no llamemos a las cosas lo que no son.
“El trabajo de los periodistas no consiste en pisar las cucarachas, sino en prender la luz para que la gente vea cómo las cucarachas corren a ocultarse”, decía Kapuscinski. Tal vez el día que se explicó la ética periodística Dávila no puedo asistir a clase. Una pena.
Vicky Dávila no hace periodismo. No quiero entrar a analizar qué es lo que hace, pero no se llama periodismo. Lo que pasó esta semana seguramente es uno de los hechos más desagradables, humillantes y vergonzosos para una profesión que cada vez es menos creíble, tal vez con razón. Dávila, con el video que difundió la FM, no contó ninguna historia. No había investigación, no había respeto. No había ninguna información, ninguna. Era la conversación íntima entre dos adultos que ha escandalizado a un país al que parece que le interesa más la vida sexual de los demás que la suya propia. Y en la que, como todos pudimos escuchar -gracias a la señora Dávila-, no hay ninguna “prueba de los nexos entre la Comunidad del anillo y congresistas”, como afirmaba el titular de la noticia de dicha radio. Cuidado con empezar a mentir desde el titular.
Las implicaciones judiciales de este acto deben ser importantes. Debe dejarse meridianamente claro si la publicación del video, que forma parte de una investigación judicial, tiene consecuencias legales. Se ha violado la intimidad de dos ciudadanos colombianos, y eso no debería permitirse. ¿Quién dice que los próximos no seamos nosotros? Los que defienden la posición de Dávila esgrimen que la investigación estaba parada desde hace mucho tiempo, y que esto ha conseguido dinamizarla y ponerla en marcha. Creo que para reactivar procesos judiciales hay otras vías, óptimas, y en las que no se requiere destrozarle la vida a nadie.
Porque esa es la consecuencia en la que, suponemos, Dávila no pensó (será utópica y no diré que no le importaba). Ahora hay un ex viceministro con un futuro más que incierto, y al que se le señalará de por vida porque todo el país sabe que le gustan los hombres. Viva la doble moral y el cinismo. Ese viceministro tiene una familia en la que, también suponemos, Dávila tampoco pensó. Ni en la de Ányelo Palacios. Todo por cumplir su “misión”.
Cuando en un país tenemos “periodistas” mesiánicos que descubren a la sociedad lo que se debe o no saber en función de sus propios intereses tenemos dos cosas: una profesión desprestigiada por la mala praxis de sus “más visibles” componentes y una sociedad desorientada que mete en el mismo saco las manzanas sanas y las podridas.
Dávila consiguió su propósito: la renuncia de Palomino. Ya tenía su venganza por haber sido chuzada por la policía. Parecía que nada se le podía resistir. Pero no todo salió según lo planeado: Dávila se quedó sin trabajo, pero no porque ella renunciara sino porque le obligaron a ello. Parece que fueron los accionistas los que tomaron la decisión, los que antes estaban encantados con el rating y el buen hacer de la exdirectora de La FM Radio.
El daño mayor que habrá conseguido este hecho deleznable es que como sociedad pongamos la atención en lo que no nos incumbe, cuando lo que debemos hacer es exigir una investigación rigurosa y eficiente para esclarecer si la Comunidad del Anillo existe o no, si era una estructura conocida por los mandos superiores y quiénes están implicados.
Los periodistas no juzgamos a las personas, eso lo hace la ley. Nosotros contamos historias. Y esa es la mejor profesión del mundo, como decía Gabo. Que ninguna Vicky venga a embarrar lo que a muchos en este país les cuesta trabajo, esfuerzo, y en muchos casos, la vida.