“No puedo negar que en ocasiones me he sentido atraído por personas del mismo sexo y cuan difícil es guardarle la espalda a mi pareja y cuanto me gustaría tener algo con ese alguien que me atrae. Definitivamente confuso.”
El post anterior a mí sí me dejo confuso. La razón primordial es lo que muchas opiniones dejaron traslucir. Todavía persiste este temor de Dios por asumir el placer como un pecado mortal y las consecuencias que contempla la Epístola de San Pablo a los Corintios por contravenir el principio divino de la relación hombre-mujer.
No obstante, me sorprendió más comprobar una de las tesis de ese post en la que aduje que el estigma del comportamiento bisexual es justamente el ser sexual. Acá no cuestionaré si se involucran sentimientos cuando uno piensa en el deseo solo como objetivo final o si el bisexualismo es una anormalidad, puesto que ya quedó claro que lo es aún. Lo que sí me parece cuestionable es el por qué estaría mal asumir ese ser sexual siendo una cuestión tan obvia del ser humano.
Esas sensaciones ni siquiera son irreprimibles, simplemente están ahí ¿Quién no se ha derretido por una voz dulce a través del teléfono? ¿O unas piernas tonificadas luciéndose en un día soleado? La más mínima expresión humana encierra tantos significados que cualquiera de ellos puede ser el causante de un irrefrenable deseo de algo.
En varias épocas de la historia el ser sexuales y el ser sensuales eran circunstancias vilmente reprimidas por todos los medios posibles. Mi abuela le increpaba a mi mamá el dobladillo de la falda o el exceso de color en la cara, pero más le fastidiaba ese rubor natural que se le venía cuando mi papá aparecía de la nada en la puerta de la casa y la invitaba a salir. Desconozco si mi abuela era coqueta pero sí puedo afirmar que algún momento de su vida el recato voló al carajo, sintiéndose más liviana, o mejor, más sexy, así fuera en un aspecto exterior. Valga decir que sus esfuerzos fueron en vano.
Cada quien es responsable de determinar cuándo, cómo y dónde encuentra la forma de superar sus imposiciones. No creo que esté mal no hacerlo por convicciones religiosas y/o morales. No obstante, el asunto va más allá de cualquier consideración de éstas, pues se trata de descubrir qué es exactamente lo que nos proporciona mayor placer. Superar los límites y los tabúes impuestos es parte de la construcción de un mejor entendimiento de la naturaleza humana, tanto en sus posibilidades como en la justificación de esas mismas limitaciones; pero si se vive igual ignorándolos ¿por qué nos metemos en las búsquedas de los demás?
Otro rollo es distinguir claramente esa línea cuando se aborda una relación de pareja, como le sucede a la historia que abrió este post. En una convivencia de pareja se supone que hay entendimiento y confianza para manifestar esas inquietudes e incluso llevarlas a cabo, pero si es más fácil engañar y meterse en líos la pregunta entonces es ¿por qué no es fácil expresarlo? Ahí uno establece si esas cosas son importantes para funcionar con alguien. De no ser así, es pérdida de tiempo tener una relación donde los secretos son el pan de cada día.
Para los que me leen ¿cómo reconocen el límite de su placer? ¿Hasta dónde han llegado en esa búsqueda?
BOCADILLO: “Lo que seduce suele estar donde menos se piensa” Zoom de Soda Stéreo. Ya viene el concierto y no he comprado la boleta… eso no es placentero para ni damier….